dijous, 24 d’octubre del 2019

menys és més


¿Cúanto tiempo empleamos en ver un buen cuadro? ¿Diez segundos, treinta? ¿Dos minutos enteros? Entonces, ¿cuánto tiempo empleamos en cada buen cuadro en las exposiciones de alrededor de trescientas obras que se han convertido en la norma de las retrospectivas de grandes artistas? Detenernos dos minutos ante cada obra significa que toda la exposición nos llevaría diez horas (sin parar para comer, merendar ni ir al servicio). Levantad la mano aquellos que habéis pasado diez horas en la retrospectiva de Matisse, de Magritte, de Degas. Sé que yo no. Por supuesto que vamos eligiendo parar aquí o allá y que el ojo preselecciona aquello que le resulta más atractivo (o que ya conocía de antemano); pero hasta el más ducho visitante de museos y galerías de arte, conocedor de la correlación entre los niveles personales de azúcar en la sangre y el gozo estético, que puede recorrer espacios abiertos y no teme, si es necesario, desandar la cronología del artista en dirección contraria, que se niega a perder el tiempo hojeando catálogos y a estirar el cuello para leer los títulos, que es lo bastante alto para lograr una visión sin obstáculos y lo bastante robusto para soportar los empujones de los aficionados al arte enganchados a sus auriculares, incluso un espectador así puede llegar al final de una gran exposición con la desazonadora sensación de lo que debería de haber sido.
Sin duda, lo vagamente ideal sería que la mayor cantidad de gente viese la mayor cantidad de cuadros posible. Pero cuanto mayor es la exposición, mayor es el gentío que se necesita para financiarla, lo que significa que hay que atraer grandes masas con la promesa de que no será solo un acontecimiento estético sino también social (y, al ser social, muestra la estructura de clases: los privilegiados la recorren en una visita privada mientras las masas resoplan fuera del edificio). Si en los últimos años ha disminuido un poco la elefantiasis de las exposiciones (en la retrospectiva de Manet de 2011 en París se expusieron apenas ciento ochenta y seis obras) es debido más al deterioro económico que a las políticas de los comisarios. Y eso que existen infinidad de pruebas de que las muestras más pequeñas, con menor cantidad de visitantes, proporcionan un disfrute mayor; suele entenderse mejor a un artista viendo menos obra suya en lugar de más...

Julian Barnes. «Manet: En blanco y negro» A: Con los ojos bien abiertos: ensayos sobre arte.  Traducció de Cecilia Ceriani. Anagrama, 2018. P. 97-99.

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