dimarts, 21 de febrer del 2023

el desert dels tàrtars


Febrero

Sábado

Como muchos de mis libros preferidos, el de Buzzati es uno de los que leí por primera vez en la adolescencia: la historia de Drogo, joven oficial destinado a «la Fortaleza», en el límite del llamado desierto de los tártaros, quien, al correr de los años, llega a obsesionarse con la idea de demostrar su valor militar en combate con unos tártaros que nunca llegan a materializarse. La Fortaleza es un refugio incómodo: las entradas y salidas están controladas por un complicado sistema de contraseñas. Recuerdo mi terror (que vuelvo a experimentar ahora) al verme preso en la pesadilla del protagonista con sus absurdos secretos cotidianos: secretos confiados a un solo oficial al mando que puede perder la memoria en el camino. La telaraña de reglas sin sentido y la amenaza de un enemigo invisible eran para mí por entonces el eco de todas las frustraciones e impotencias de la adolescencia; ahora se vuelven eco de todas las frustraciones e impotencias de una más que avanzada edad adulta.

La Fortaleza de Buzzati existe dentro de los círculos concéntricos de sus propios rituales, un lugar mágico que deja fuera al tiempo. No es que el tiempo se haya detenido sino que, más horrible aún, continúa su propio ritmo, distanciándose del resto del cosmos. En un lugar como ése, todo lo que eres en tu fuero íntimo quiere que te marches; todo lo que se halla fuera te lo impide.

Hay un pasaje memorable en el capítulo sexto, en el que se describe a Drogo, dormido, mientras sueña con el viaje interminable que él mismo es incapaz de imaginar. «¿Queda aún mucho? No, basta con atravesar aquel río de allá al fondo, con franquear aquellas verdes colinas [...]. Detrás de aquel río —dirá la gente—, diez kilómetros más y habrás llegado. Pero nunca se acaba.» Me pregunto si era en esta escena en la que pensaba Alejandra Pizarnik (que sin duda había leído la novela) cuando escribió aquel poema que tanto me gusta recordar: «Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquél».


Miércoles

Ayer terminé de leer El desierto de los tártaros. Las últimas páginas son asombrosas. Paseo por el jardín con el eco de sus palabras en mi cabeza. La gata me sigue.

Cuando Drogo muere (un anciano que no ha visto nunca realizado su deseo de luchar contra los tártaros), Buzzati está allí para consolarlo. En la muerte de don Quijote, Cervantes no encuentra palabras para despedirse de su amigo, su creación o su creador, y puede sólo balbucir: «Dio su espíritu: quiero decir que murió». Al morir Drogo, Buzzati le dice a su criatura que hay todavía otra batalla mejor esperándolo, no contra los tártaros, no contra «hombres semejantes a él, atormentados como él por deseos y dolores, de carne que podía herirse, con caras que se podían mirar», sino contra «un ser omnipotente y maligno». Y Buzzati tiene esto que decirle a Drogo: «Valor, Drogo, ésta es la última carta, marcha al encuentro de la muerte como un soldado, y que tu existencia equivocada acabe bien, al menos eso. Véngate finalmente de la suerte, nadie cantará tus alabanzas, nadie te llamará héroe o algo similar a héroe, pero precisamente por eso vale la pena. Cruza con pie firme el límite de la sombra, erguido como en un desfile, y sonríe incluso, si lo logras. Después de todo, tu conciencia no está demasiado agobiada de faltas y Dios sabrá perdonar».

En la hora de mi muerte, ésas son las frases que me gustaría recordar.


Alberto Manguel. Diario de lecturas. Traducció de José Luis López Muñoz. Alianza, 2004.


4 comentaris:

  1. És tan, però tan bo, aquest llibre. El vaig agafar fa molts segles de la biblioteca de Molins, perquè havia llegit una entrevista amb Quim Monzó en què li demanaven una recomanació i ell deia simplement "Tot Buzzati". I sí, tot Buzzati val la pena.

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    1. A que no endevines quin llibre farem al club la temporada que ve, Zaca?

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    2. "El desert dels tàrtars", I guess.

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