La publicació de reflejos en un ojo dorado va ocasionar un gran escandol a la tradicional i conservadora societat del sur.
En realidad, el escándalo que propició la publicación del libro fue más moral que literario. Y si bien los periodistas –salvo los más ostensiblemente conservadores- intentaron atenerse a una valoración supuestamente estética, cuyas raíces moralistas consciente o inconscientemente ocultaban, el público y los grupos de presión social denunciaron la ideología independiente y antoconformista implícita en la novela, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer joven quien la defendía. “Todo aquel lío me trajo un montón de disgustos –confesarà McCullers a Williams [Tennesse]-. Mi padre, apenas empezar a leer el libro en el salón de casa, lo arrojó con rabia contra la pared. El general Marshall escribió a Mary Tucker, la esposa de un oficial que estuvo en Fort Benning en la época en que ella me daba clases de piano, para preguntarle acerca de su vida privada en el fuerte y si toda la guarnición había perdido la cabeza tras su partida o si era la muchacha [autora del libro] la que desvariaba”. Una noche, en Columbus, donde Carson se hallaba cuando apareció el libro, un miembro del Ku Klux Klan se presentó en casa de sus padres para exigirle que abandonara inmediatamente la ciudad, o de lo contrario podría “sucederle algo [...]. Con tu primer libro ya supimos que eras amiga de los negros; ahora, con éste, no hay duda de que eres una “tortillera”. Entérate: en esta ciudad no queremos ni a los amigos de los negros ni a los pederastas”. El padre de Carson pasó la noche sentado en la escalinata, con un fusil cargado, pero no sucedió nada. Sin embargo, la burgesía sudista jamás perdonarà a Carson McCullers el que, siendo uno de “sus” escritores, se haya permitido tantas libertades, y comenzará a propagar la leyenda de la “mujer odiosa y caprichosa”. Jacques Tournier, en À la recherche de Carson McCullers, cuenta su visita a Edwin Peacock, en Charleston, y su encuentro con una mujer que, al saber de su interés por Carson, le pregunta: “Se dice que era una mujer odiosa [...]. ¿Lo era?” “La mujer emplea la palabra bitch, frunciendo los labios”, comenta Tournier, y uno se pregunta por qué creyó necesario traducir eufemísticamente la frase de la mujer: “Dicen que la tipa era una “lagarta” (o “zorra”).”
Josyane Savigneau. Carson McCullers: un corazón juvenil. Circe, 1997
En realidad, el escándalo que propició la publicación del libro fue más moral que literario. Y si bien los periodistas –salvo los más ostensiblemente conservadores- intentaron atenerse a una valoración supuestamente estética, cuyas raíces moralistas consciente o inconscientemente ocultaban, el público y los grupos de presión social denunciaron la ideología independiente y antoconformista implícita en la novela, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer joven quien la defendía. “Todo aquel lío me trajo un montón de disgustos –confesarà McCullers a Williams [Tennesse]-. Mi padre, apenas empezar a leer el libro en el salón de casa, lo arrojó con rabia contra la pared. El general Marshall escribió a Mary Tucker, la esposa de un oficial que estuvo en Fort Benning en la época en que ella me daba clases de piano, para preguntarle acerca de su vida privada en el fuerte y si toda la guarnición había perdido la cabeza tras su partida o si era la muchacha [autora del libro] la que desvariaba”. Una noche, en Columbus, donde Carson se hallaba cuando apareció el libro, un miembro del Ku Klux Klan se presentó en casa de sus padres para exigirle que abandonara inmediatamente la ciudad, o de lo contrario podría “sucederle algo [...]. Con tu primer libro ya supimos que eras amiga de los negros; ahora, con éste, no hay duda de que eres una “tortillera”. Entérate: en esta ciudad no queremos ni a los amigos de los negros ni a los pederastas”. El padre de Carson pasó la noche sentado en la escalinata, con un fusil cargado, pero no sucedió nada. Sin embargo, la burgesía sudista jamás perdonarà a Carson McCullers el que, siendo uno de “sus” escritores, se haya permitido tantas libertades, y comenzará a propagar la leyenda de la “mujer odiosa y caprichosa”. Jacques Tournier, en À la recherche de Carson McCullers, cuenta su visita a Edwin Peacock, en Charleston, y su encuentro con una mujer que, al saber de su interés por Carson, le pregunta: “Se dice que era una mujer odiosa [...]. ¿Lo era?” “La mujer emplea la palabra bitch, frunciendo los labios”, comenta Tournier, y uno se pregunta por qué creyó necesario traducir eufemísticamente la frase de la mujer: “Dicen que la tipa era una “lagarta” (o “zorra”).”
Josyane Savigneau. Carson McCullers: un corazón juvenil. Circe, 1997
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