Nacido el año 1900, la vida del escritor húngaro Sándor Márai es un espejo del s.XX centro europeo: creció en la época dorada del imperio austro-húngaro, convivió con las varguardias, construyó su obra en medio de una fluctuante realidad lingïística, padeció grandes guerras. Olvidado en su país y perseguido por los comunistas vivió sus últimos cuarenta años en el exilio, donde continuó una obra marcada por la nostalgia y los valores de un tiempo más noble.
Sándor Márai —sabemos— es un hombre de otro tiempo. Un tiempo en el que la palabra entregada es ley, en el que las decisiones son fatales, irreversibles, y el honor es el catalejo desde el cual se observa cada acto de la vida hasta la misma muerte. Su prosa es deliberadamente pura, exquisita, canta al esplendor de una época que ya no existe; como si su reloj vital se hubiera detenido en el momento exacto en que abandona Hungría en 1948, cuando el proceso de radical bolchevización emprendido por Rusia era ya una certeza inquietante. Los años que le quedan de vida los quema en California, se convierte en una de esas rarezas que habitan las universidades yankis; pero su literatura no aborda esa experiencia, la dimensión temporal e histórica de su prosa se detiene en esa Budapest arrasada por las bombas durante la Segunda Guerra. Cuarenta años...Cuarenta años girando como trompo desbocado en una misma zona, en un mismo tiempo, al que no puede volver porque ya no existe. Su prosa exuda nostalgia...Esa periferia de Europa que conformaba el antiguo imperio austrohúngaro se le adhiere a los huesos como una coraza infranqueable. De escritor reputado en su patria, deviene paria anónimo y extranjero: dos vidas en una y el reloj que se detiene.
¿Qué...cómo escribir sobre las ruinas? Es la misma pregunta que a su modo se ha hecho Sebald, también Ciorán, Berger, y tantos otros aquí y allá, en ambas periferias. ¿A qué...por qué escribir cuando se ha perdido todo? A fuerza de tanto vacío, si la palabra surge, entonces, sea como añoranza de pasado o de futuro, funda, imperiosa, la épica de un deseo nuevo. Porque sí, porque ya no hay tiempo —parece decir Sándor en cada uno de sus textos—, esta vez ha de ser de verdad. Entonces juega bien, todas sus cartas, ése es el modo —nos dice—.Sus personajes viven cada experiencia de manera única, singular, irrepetible, y luego arrastran por años en silencio su mochila, pero antes de morir se detienen, prenden un cigarrillo, beben quizá una copa con su amante o su enemigo, y entonces desgranan su verdad como un lamento: ahí nace el relato. Verdad, límite, confesión...Eso es escribir, para Sándor.
Jimena Néspolo. «Sándor Márai. Elogio a la hermandad». Quimera, núm. 296-297. Juliol-agost, 2008. P. 12-15.
Les fotografies pertanyen a l'opuscle que es va editar amb motiu de l'exposició Sándor Márai, un pelegrí del segle XX, (Palau Robert, del 12 d'abril al 28 d'agost de 2011). |
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