Si se pudiera hacer comparaciones con la gran biblioteca perdida de Alejandría una de las candidatas sería sin duda la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos.
Perteneciente a la Universidad de Yale y situada en New Haven (Connecticut), la biblioteca sobresale no solo por la cantidad de ejemplares que atesora o por la calidad de algunos de sus principales tesoros, como el Manuscrito Voynich, sino también por el magnífico y sorprendente edificio que la alberga.
Se construyó entre 1960 y 1963 siguiendo el diseño de Gordon Bunshaft con una fachada sin ventanas, en granito y mármol translúcido inscrito en una cuadrícula de hormigón que deja pasar la luz solar de manera muy tenue, adecuada para la conservación de los libros, y que al mismo tiempo proporciona una ambientación interior especial en consonancia con el contenido. Por la noche el mármol permite transmitir la luz del interior produciendo un efecto de ámbar resplandeciente.
El edificio, que parece flotar sobre el suelo sostenido únicamente por pilares en sus cuatro extremos, tiene seis pisos de altura, pero continúa bajo tierra hasta una profundidad de 15 metros. Sus dimensiones siguen las proporciones platónicas 1:2:3.
En la parte que está sobre el suelo alberga unos 180.000 volúmenes, mientras que en la subterránea se guardan otros 600.000, así como varios millones de manuscritos de todas las épocas.
El sistema de iluminación pionero de la biblioteca sería más tarde adoptado por otras instituciones como la Biblioteca Británica o la Biblioteca Nacional de Francia.
La seguridad de la biblioteca incluye un sistema anti-incendios que libera una mezcla de Halon 1301 e Inergen, gases supresores del fuego que, aunque reducen el nivel de oxígeno, permiten sobrevivir a los bibliotecarios y usuarios que puedan quedar atrapados en su interior. No obstante la exposición a estos gases puede conllevar daños en el sistema nervioso.
Además las vitrinas interiores, que albergan los ejemplares más valiosos, están cerradas herméticamente al vacío, para frenar y prevenir el deterioro de los libros.
Esto es una opción efectiva, salvo cuando el problema ya está dentro de los libros. Así, en 1977 se propagó una plaga de escarabajo del reloj de la muerte (Xestobium rufovillosum) desde uno de los nuevos ejemplares adquiridos que amenazó con destruir buena parte de la colección.
Las larvas de este coleóptero son xilófagas, esto es, comen madera y papel, y están consideradas una de las peores carcomas que puede sufrir una construcción de madera o, efectivamente, una biblioteca.
Debido al sistema de almacenado hermético resultó imposible emplear el método tradicional con fumigación de insecticidas, por los que los responsables de la institución pidieron ayuda al entomólogo Charles Remington. Siguiendo sus recomendaciones todos los libros afectados fueron envueltos en plástico y congelados a 36 grados centígrados bajo cero durante tres días.
El sistema funcionó aunque llevó más de dos años completar el proceso y, desde entonces, la biblioteca lo utiliza con todas sus nuevas adquisiciones. Cualquier libro que llega a la Beinecke es congelado durante tres días antes de pasar a integrar la colección como medida de precaución.
Su efectividad es tal que muchas otras bibliotecas del mundo, sobre todo las que guardan ejemplares especialmente raros, lo han adoptado también desde entonces.
Guillermo Carvajal. La biblioteca que congela todos sus nuevos libros a 36 grados bajo cero. La brújula verde. 31|7|2017.
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