dimecres, 31 de gener del 2018

frau induït


El primer año de universidad. Un cuarto del tamaño de una caja de zapatos en una residencia de estudiantes. Cortinas de poliéster que suenan como un chándal cuando las corres y un colchón chirriante que repite cada vuelta y giro. En un rincón, un fregadero bajo; en el otro, un solitario armario abierto. Las paredes, mancilladas con grietas y muescas, son todas mías para que las llene. Lo hago con pósteres de películas francesas que nunca veré, grupos de música que en realidad no soy lo bastante moderno para que me gusten y reproducciones de pintores a quienes no entiendo. Como la mitad de mi colección de cintas de VHS, cedés y libros (justamente la mitad que está expuesta), se trata de una farsa. El propósito es evocar la imagen de un joven sofisticado, atractivamente distante y encantadoramente conflictivo para la secuencia de mujeres igual de cosmopolitas que pasarán por ahí. Aunque nunca lo hagan, por lo menos estoy preparado.
Han pasado casi dos décadas, y la necesidad de impresionar se ha desvanecido casi por completo debido a la hipoteca y los pañales. Sin embargo, queda un superviviente: de vez en cuando aún finjo haber leído un libro que no he leído. Peor incluso: disfruto haciéndolo.
Suele ser una obra venerada, un clásico o una maravilla moderna. Más de una vez se trata de un libro que me hicieron leer en la escuela y al que cogí manía, como es el deber moral de todo adolescente. Un conocimiento rudimentario, extraído tiempo atrás de las guías de lectura para estudiantes York Notes, me ayuda a mantener una conversación sobre dichos libros, así como ver una adaptación televisiva o leer las reseñas. A menudo tengo la obra en cuestión, es sólo que el punto de libro no ha ido más allá de la página 32, pero capto la idea.
El comienzo del engaño no es enteramente culpa mía. No voy por ahí asegurando haber leído libros que no he leído. No me he convertido en una réplica insulsa de mis paredes de estudiante. El fraude es inducido. Otros empiezan a hablar con entusiasmo y como locos de un libro, mi sonrisa y mis nociones superficiales se toman por un conocimiento profundo, y entonces no tengo el valor de pinchar su globo. Además, a esas alturas la emoción de la mentira me produce satisfacción y me siento como un elegante espía, y apenas una leve punzada turba mi conciencia. Asiento con la cabeza: sí, a mí también me encantó esa parte. Soy el dueño del cotarro y me estoy saliendo con la mía.
Aparte del incómodo hormigueo que siento al romper una vida honesta con el más inofensivo de los engaños, seguramente haya más cuestiones en juego. Fingir ayuda a evitar reacciones incrédulas en tono agudo (¡¿NO TE HAS LEÍDO MATAR A UN RUISEÑOR?!) y los sermones ulteriores. En los peores casos, te evita parecer menos leído y no te obliga a fingir una capacidad intelectual de la que careces. Pero la mayor parte de las veces es la mejor manera de evitar ofender a nadie.
Llega un día en el que, finalmente, te enfrentas a un gran libro no leído y sobre el que has mentido. Tenían razón, Huckleberry Finn es impecable. Pero ahora ya no puedes decirlo.

Daniel Gray. «42. Fingir haber leído algo que se debería haber leído». A: Este libro te alegrará la vida. 50 placeres íntimos de la lectura. Traducció de Gemma Deza Guil. Ariel, 2017. P. 193.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada