Hay un famoso ensayo del romántico inglés Thomas De Quincey que se titula «Sobre los golpes a la puerta en Macbeth». De Quincey trata de explicar, por interés personal, por qué le afecta tanto la escena del acto II de Macbeth en la que, tras el asesinato del rey, se oyen unos golpes en la puerta. Llega el portero, nos habla sobre los avatares de pasarse con la bebida («estimula el deseo pero impide el desempeño») y abre la puerta lentamente: han llegado Macduff y Lennox y están buscando al rey. De Quincey se da cuenta de que en ese momento sucede algo extraño, de que ahí hay un desplazamiento peculiar, pero no consigue entender por qué. El problema, opina, es que estaba tratando de emplear su «entendimiento», y nos recuerda que el entendimiento no resulta útil, sino que en realidad dificulta el análisis correcto: «El mero entendimiento, por muy útil e indispensable que resulte, es la facultad más abyecta de la mente humana y de la que más hay que desconfiar; y sin embargo, la gran mayoría de la gente no confía en ninguna otra».
[...] De Quincey continúa explicando que su «entendimiento» no lograba encontrar una razón por la que los golpes a la puerta debieran tener ningún efecto especial. De hecho, «mi entendimiento me decía positivamente que no podían producir ningún efecto. Pero yo sabía que no era así; sentía que lo producía, y esperé y me aferré al problema hasta que algún conocimiento posterior me permitiera resolverlo».
Al poco tiempo aparece ese conocimiento posterior: lo proporcionan los asesinatos de Ratcliff Highway, que tuvieron lugar en el East End londinense en diciembre de 1811. Tras el primero de estos asesinatos, parece ser que hubo un incidente similar al del motivo de Shakespeare: se oyeron unos golpes en la puerta poco después de que «la obra de exterminación hubiera concluido» (por lo tanto, la invención propuesta por Shakespeare se convirtió en realidad doscientos años más tarde). Por fin «lo resolví y me quedé satisfecho», afirma De Quincey, pero, como buen ensayista, se toma su tiempo hasta que nos explica claramente cuál es la solución. Si vemos a alguien que se desmaya y cae al suelo, dice De Quincey, el momento más conmovedor es cuando la persona comienza a recobrar el conocimiento, lo cual anuncia «la reanudación de la vida suspendida». O uno puede estar caminando por una gran ciudad como Londres el día de un gran funeral de Estado, cuando las calles están vacías y silenciosas. Y después el regreso a la vida, cuando el funeral ha terminado, nos hace tomar conciencia repentinamente de la suspensión previa de las actividades cotidianas. Apliquemos esto a Macbeth. De Quincey concluye que, para que podamos apreciar la obra, tenemos que sentir simpatía por el asesino; penetramos en sus sentimientos y los entendemos. Cuando Macbeth y su esposa cometen actos terribles, la vida común y corriente se detiene, pero no nos damos cuenta de ello porque nos hemos situado en la mente de Macbeth gracias a sus soliloquios. Los golpes en la puerta son lo que De Quincey llama «el pulso de la vida que comienza a latir de nuevo»; «y el restablecimiento de las cosas que pasan en el mundo en que vivimos nos hace profundamente conscientes del espantoso paréntesis que las mantenía en suspenso».
Se trata de un ensayo maravillosamente inteligente. El efecto más obvio de los golpes y de la alborotadora comedia que representa el portero —su contraste, su discordancia con el horror precedente— no interesa demasiado a De Quincey; lo asume. Pero el siguiente efecto más obvio, que los golpes son simplemente el pulso de la vida que regresa, tampoco le interesa mucho, salvo en la medida en que el regreso de la vida corriente nos hace tomar conciencia de que ha ocurrido una suspensión de la vida de la que no nos hemos dado cuenta.
[...] También me gusta que De Quincey no establezca una conexión entre los golpes en la puerta y los latidos del corazón asesino de Macbeth (otra vez la conexión figurativa obvia, alentada por Shakespeare), sino que conecte los golpes con el pulso de la vida cotidiana. De Quincey tiene un problema interpretativo por resolver, y no lo aborda como un hermeneuta hermético que se inclina sobre su texto para leerlo y releerlo interminablemente. [...] Un problema estético se resuelve, en parte...viviendo. Por medio de la existencia cotidiana...
James Wood. Lo más parecido a la vida. Traducció de Mariano Peyrou. Taurus, 2015. P. 102-106.
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