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Anteriormente y sin ceremonia de iniciación fundé el club de las Bovarís o las Bobarís, informado por el bovarismo o bobarismo, según la cantidad de estupidez que imprimiéramos a los quehaceres amorosos. Éramos cuatro miembros y, de nosotras, solo una había leído Madame Bovary y solo yo había visto las dos películas que hay basadas en el libro, del cual no pude pasar, con grandísimo esfuerzo y compromiso por mi parte para con la historia de la literatura, de la página catorce. Las pelis, sin embargo, son estimulantes, alimentadoras. En una, Madame Bovary es rubia, y en la otra morena. Completaban el club dos compañeras más, representantes de los grados superior e inferior de dolencia bovarística y que solo sabían de Madame Bovary lo que la única lectora del libro y yo les contábamos. Creo que el tránsito del bovarismo al bastardismo es algo normal y una muestra de adultez. Creo que no terminar de leer Madame Bovary también es una muestra de adultez y un primer gesto bastardista.
Cristina Morales. Lectura fácil. 2a ed. Anagrama, 2019. P. 26-27.
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