No existe ninguna razón por la cual un mismo hombre deba apreciar por igual el mismo libro a los dieciocho y a los cuarenta y ocho años de edad.
Hay ciertas divisiones y disociaciones que me abstengo de hacer, pues no pienso que a mi edad deba tratar de imponer mi gusto de hombre maduro sobre el lector más joven.
Gracias a Dios hay libros que se disfrutan MÁS antes de cumplir los veinticinco, y libros que uno TODAVÍA puede leer y paladear a los cuarenta y cinco, e incluso tener la esperanza de leer ya con un pie en la sepultura.
Ezra Pound. El ABC de la lectura. Traducció de Miguel Martínez-Lage. Fuentetaja, 2000. P. 91.
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