dilluns, 11 de març del 2024

obrir una cremallera



La edad del desconsuelo de Jane Smiley (Sexto Piso)
Al blog: La medicina de Tongoy
12|4|2019


[...] Es un libro pequeño, manejable, perfecto para escapar de la dinámica enfermiza del tocho. La autora me suena pero no la conozco, no he leído nada suyo; sospecho que vi en su momento la adaptación cinematográfica de su novela más popular, Heredarás la tierra, ganadora de no sé qué premio. Intuyo –no puedo hacer otra cosa, de esto hace mil años— que mi interés se limitaba a Michelle Pfeiffer, por entonces mito de quien esto escribe.

Lo que quiero decir con todo esto es que La edad del desconsuelo no llamó mi atención por nada en concreto (o sí, yo qué sé, probablemente sí o, de otro modo, para qué), simplemente me dejé llevar. No había empatía, ni ganas de adular; ocurría simplemente que las circunstancias eran demasiado parecidas a las de 2011 minutos antes de enfrentarme por primera vez a un producto de la misma editorial.

El libro me duró dos días.

Tiene cien páginas, mérito cero.

Ahora bien…

Está lo de leer un libro y que se te caiga de las manos. También está lo de empezarlo, terminarlo y pasar al siguiente ya sea olvidándolo inmediatamente después, ya sea no haciéndolo. Y luego está, como en este caso, lo de leerlo y, por la razón que sea, no quitártelo de la cabeza varios días después.

No, no es verdad. “Por la razón que sea”, no. Hay un motivo, siempre lo hay, y la reseña de hoy gira en torno a él. No me moveré de ahí porque ahí está todo lo que necesito para defender esta novela (más bien relato). 

En esta historia hay un matrimonio con tres hijos. A ese matrimonio se le escapan a veces pensamientos por la boca. Uno de ellos es el detonante del drama. La mujer cree que no volverá a ser feliz. No interpreto: dice: «no volveré a ser feliz». No sabemos más puesto que el narrador (esto es, él), no tiene más información que nosotros. La conclusión a la que llega y que debemos dar por buena (qué otra cosa podemos hacer) es que su mujer se ha enamorado de otro hombre. Nuestro héroe decide guardar silencio, tal vez por cobardía frente a ella, tal vez por miedo a saber, por inseguridad, tal vez por respeto. Tal vez por todo. La vida está plagada de escalas de grises.

La sensación que he tenido en todo momento (sensación que me ha acompañado desde la primera hasta la última página) era que la historia se expandía en torno a la narración. Sé qué siempre debería ser así, pero lo cierto es que no siempre es así y en ocasiones es tan evidente y es tanto lo que se deja salir que no puede uno evitar sorprenderse. Es un efecto parecido al de abrir una cremallera. Uno puede centrarse en el mecanismo, en los dientes separándose o bien ampliar la perspectiva y dejarse seducir por aquello que se quiere mostrar.

Para que nos entendamos: en Goodreads hay un tipo que ha leído esta novela y que piensa lo siguiente: «Un matrimonio de dentistas de mediana edad y clase media, con tres niñas pequeñas tiene problemas cotidianos de dentistas, de gente de mediana edad y clase media, y de tener tres niñas. Él cree que ella le engaña. Fin». Que ya es difícil entender menos. Claro que también es difícil leer PEOR.

En la novela HAY eso, claro sí, de hecho está llena de eso, pero no TRATA de eso. Este tipo habla de la cremallera porque en su cazurrismo no se ha sabido o no ha querido fijarse en otra cosa; no ha visto todo lo que hay detrás. 

No ha escuchado la detonación que tapaba la melodía, básicamente.

Y es una pena, porque se ha perdido una novela cojonuda.

Me niego a ser el cabrón que se la cuente. Baste decir que pese a algunos titubeos la novela me ha seducido absolutamente. Porque todo lo que ocurre tiene importancia; porque no he visto, como decía Chejov, un solo clavo en el que no acabara alguien colgado y sí he visto, como exigía Piglia, una segunda narración oculta que se hacía evidente al final, enriqueciendo no, multiplicando. El dentista no se entregaba a la salud de sus hijos sólo porque estuviesen enfermos, del mismo modo que no perdía la paciencia sólo por tener un mal día. Hay unos personajes absolutamente creíbles, anodinos y vulgares que hacen cosas creíbles, anodinas y vulgares mientras a su alrededor todo se desmorona y nada es vulgar ni anodino sino todo lo contrario. Y ver ese derrumbe, ese nivel de derrumbe, que es un derrumbe catastrófico total, en torno a un matrimonio mientras se hace algo tan ridículo como darle jarabe a una hija porque le ha subido la fiebre es algo que me ha fascinado, sobre todo porque he sido testigo sin ser testigo, porque no he sido consciente del volumen o las repercusiones hasta el último minuto, hasta la última y prácticamente única conversación del libro, conversación de una brevedad difícil de igual y unas consecuencias difíciles de superar. 

No tengo nada más que decir. Que ya no está mal, tampoco, pero avisados estaban.

También en Goodreads alguien la comparaba con Richard Ford. Estoy bastante de acuerdo. Podría serlo perfectamente. Podría ser uno de los cuentos de Ford. Qué coño: también de Carver. Creo sinceramente que podría ser uno de los mejores cuentos de cualquiera de esos dos señores tan dignos y reputados.

Y ustedes podrían no llegar a enterarse nunca.


1 comentari:

  1. Doncs si. !!!, jo soc una de les que no m'assabentaré mai del conte tant maravellos que hi has trobat..

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