dilluns, 27 de gener del 2025

efectes secundaris de la lectura


No me resulta fácil partirme de risa con un libro. Me parto de risa con Vonnegut. Me parto de risa con Kennedy Toole. Me parto de risa con algunos pasajes de Julian Barnes. Con las Memorias de un amante sarnoso, de Groucho Marx. Con Juan Bas, que organiza en Bilbao una Semana de la Risa, con Antonio Orejudo, Román Piña, Fernando Royuela y Rafael Reig. Me parto de risa con el predicador de La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons, cuando dice aquello de «¡en el infierno no habrá mantequilla!». Otras cosas, supuestamente muy graciosas, no me hacen ninguna gracia. Es más: me dejan en la boca una mueca a medias, lateral, que podría interpretarse como estreñimiento o asquito. Por ejemplo, no me gustan los libros humorísticos de Evelyn Waugh. Lo siento. Reconozco mis limitaciones. Sin embargo, me hacen gracia los libros de su amiga Nancy Mitford que ha ido publicando Asteroide. Me siento muy relajada y feliz cuando descubro que me estoy riendo con ganas, que incluso me parto de risa mientras leo Cómo apedrear a un escritor de éxito, un librito inclasificable de Octavio Cortés editado por Sloper. Aprender, reírse: dos de los mejores efectos secundarios de la lectura.


Marta Sanz. «Risa y conocimiento, efectos secundarios de la lectura». A: Enciclopedia secreta. Lecturas en el espejo feminista. Contraseña, 2022. P. 203.

 

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