Me llaman mucho la atención los libros usados que he comprado y donde encuentro el subrayado de personas desconocidas: signos profundos o confusos o azarosos de una lectura al margen que intento comprender y me resulta imposible.
Recuerdo ahora lo que me sucedió con un libro de Emil Cioran, el de las tapas doradas, el de los párrafos sobre la amargura. Lo busqué afanosamente por un tiempo sin ninguna fortuna y lo encontré, de pronto, en una librería de viejo de la avenida Santa Fe en Buenos Aires, en la sección de poesía.
Durante unos días no le quité la funda que lo protegía hasta que al abrirlo advertí todo su interior subrayado, a veces con una línea, otras veces con una doble recta, intensa y aparentemente ofuscada. Había varias notas en los márgenes, sobre todo signos de admiración y de interrogación y, también, cortas palabras escritas con una letra que me impresionó por su redondez y prolijidad. En la primera página encontré la firma de quien subrayaba y escribía en toda la extensión del libro: su nombre era Diana; decidí entonces postergar la lectura de Cioran para otro momento y comenzar a leer todo aquello que había escrito Diana.
En términos del subrayado habrá mucho para contar; cada lector tendrá quizá su ética y su estética al respecto. Habrá quienes consideren que marcar un libro es un hábito de salvajismo y brutalidad, una injerencia, la ocupación de un espacio indebido; otros pensarán que de ello se trata justamente la lectura: de intervenir, de reaccionar, de dejar indicadas nuestras adhesiones o prevenciones o incomodidades en relación a aquello que leemos...
Carlos Skliar. La intútil lectura. Mármara, 2019. P. 241-242.
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