Ha sido un día extraño. Poca gente ha entrado en la tienda, por lo que apenas hemos vendido nada. Ya es hora de cerrar, así que vamos a empezar con el rito con el que cada noche damos fin a nuestra jornada laboral. Pero justo antes entra una persona. Sabe que ya es tarde y nos pregunta si aún está abierto, es como si nos hubiera leído el pensamiento. Con tono amable respondemos que sí. La verdad es que no tenemos mucha esperanza de que esta última visita nos vaya a arreglar el día. Seguramente solo querrá echar un vistazo y después se marchará dándonos las gracias, como si le hubiéramos regalado unos minutos extras de nuestro horario habitual para así haber podido curiosear parte de nuestro fondo editorial. Hojea un libro, otro. Nos pregunta un precio, otro. Nos consulta dónde está la sección de poesía, por ejemplo. Ahí, quizás, empezamos a ser algo más optimistas. A lo mejor vendemos un último libro y eso nos sube un poco el ánimo, como ese equipo que pierde por goleada y en el tiempo de descuento es capaz de marcar un tanto. Un tanto que no soluciona nada, pero que nos confirma que somos capaces de continuar, que no nos rendimos tan fácilmente. De pronto empieza a colocar libros en el mostrador, ¿eso qué quiere decir, que son los que ya ha elegido para llevarse? Nuestra experiencia nos dice que no podemos ilusionarnos a las primeras de cambio. Ya ha pasado más de una vez que al final los ejemplares han vuelto a su sitio y nos hemos quedado con la miel en los labios. No, debemos ser fríos y no dejarnos llevar por una simple apariencia. Pero de repente escuchamos una frase, esa frase que es música celestial para los oídos de cualquier librero: "Por favor, ¿me cobra estos libros?" Nos levantamos de nuestra silla, nos dirigimos al mostrador y...¡sorpresa, el lote incluso ha aumentado! ¡Seis de una sola vez! Nos gustaría contarle a esa persona que gracias a ella hemos remontado en los últimos minutos, que hemos ganado un partido que ya dábamos por perdido, que...Sin embargo, nuestra profesionalidad librera nos impide expresar nuestros sentimientos de ese modo. por lo que con la templanza y la elegancia que nos caracteriza nos limitamos a preguntar: "¿En efectivo o con tarjeta?"
Fran Nuño. Pequeños placeres en el mundo del libro. Para escritores, editores, libreros y demás entusiastas de la letra impresa. Zumaque, 2019. P. 107.
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