John Huston. A libro abierto, memorias. Espasa Calpe, 1986.
Me gusta Reflejos en un ojo dorado. Creo que es una de mis mejores películas.(....)
Volví a Irlanda en febrero de 1967 y unas dos semanas más tarde me llevé una sorpresa al recibir una carta de Carson McCullers diciéndome que estaba preparándose para su visita a St. Clerans. Se había levantado de la cama y se había sentado en una silla. Ahora estaba planeando hacer un viaje de fin de semana al Hotel Plaza en la ciudad de Nueva York como una excursión de prueba. Por descontado, un mes más tarde lo hizo. Era la paaaarimera vez que salía de su casa desde hacía más de dos años. La salida tuvo bastante éxito y sintió que estaba preparada para su viaje a Irlanda.
Carson no podía hacer sentada todo el viaje, por supuesto, así que solilcité en las líneas aéreas Lingus que le instalaran un asiento especial reclinable para ella. Su visita se publicó en la prensa irlandesa. Un servicio de helicópteros se ofreció para transportarla desde el aeropuerto de Shannon hasta St. Clerans. Pero estaba el problema de lsu incapacidad para sentarse en posición erguida, y aunque el servicio sugirió una eslinga, yo pensé que mejor no. (Unos días antes de su llegada, a este mismo servicio de helicópeteros se le había caído –por dos veces- el cuerpo de una mujer muerta que llevaban con una eslinga a la isla de Aran para ser enterrada. La segunda vez, el ataúd cayó al mar y se perdió para siempre.) Al final, la transportamos en una ambulancia, un medio de transporte menos excitante pero más seguro.
Llegó el gran día y Carson aterrizó en el aeropuerto de Shannon con Ida Reeder. Yo la recibí, y fuímos a St. Clerans en nuestra ambulancia. Carson estaba muy cansada a causa del viaje, pero quería ver el paisaje, así que yo la sostenía, y de vez en cuando miraba por la ventana los campos por los que pasábamos.
Cuando llegamos a St. Clerans, quiso ver la casa, y la llevamos en su camilla a recorrer toda la planta baja; Carson expresaba su admiración por cada habitación en la que entrábamos. Pusimos más baja la camilla y la inclinamos para que pudiera ver y comentar los objetos de cada habitación. Esto la dejó totalmente eshausta, y la llevamos a su dormitorio. Durmió durante varias horas, con Ida Reeder velando su sueño, y a la mañana siguiente nos volvimos a ver.
Carson pensaba que su dormitorio era la habitación más bonita en la que había estado nunca. Se admiraba por cosas tales como la moldura que rodeaba el techo y por las cortinas de la ventana. Había un pequeño bronce de Epstein que representaba la cabeza, los hombros y los brazos de una niña llamada “Peggy Jean dormida”, y ella pensaba que era la escultura más bonita que había visto nunca. Estaba encantada con un biombo japonés. Exageraba la importancia y significación de todas las cosas. Después de una hora más o menos de charla, vi que volvía a estar fatigada, y la dejé para que volviera a dormirse.
Carson era adorable, y valiente como sólo una gran dama puede ser valiente. Estaba llena de excitación, la excitación de un niño inocente que quiere tocarlo todo. Se sentía feliz de estar allí, aunque nunca salió de su habitación en todo el tiempo que estuvo. No comía casi nada, pero cuando lo hacía, a cada bocado decía que era delicioso. Tomaba bourbon en su pequeña copa de plata, daba sorbitos y luego la ponía a su lado. Después de un sorbo o dos, no más, creía que había terminado su copa y pedía otra. Era como si la hubiera tocado una mariposa. Algunas veces tomaba lo que ella creía que eran dos o tres copas, pero nunca se bebía más de un cuarto de una copita.
Un excelente crítico y escritor irlandés del Irish Times, de Dublín, Terence De Vere White, llamó y preguntó si podía ver a Carson, y cuando le consulté a ella, asintió con entusiasmo. Conocía su nombre y comentó:
-¡Oh, sí! Me gustaría mucho hablar con un hombre de letras irlandés.
Hablaron sobre el hecho de escribir y White le preguntó qué era para ella su deber como escritora. Sobre la cama de Carson colgaba un crucifijo siciliano del siglo XIV, una pesada escultura de madera de unos setenta y cinco centímetros de alto. Estaba colgado de un clavo y descansaba contra la pared. En respuesta a la pregunta de White, Carson, dijo:
-Escribir, para mí, es una busqueda de Dios.
En este momento el crucifijo se deslizó por la pared y quedó colgado oblicuamente con una inclinación de unos noventa grados sobre la vertical. Carson captó el movimiento de reojo y empezó a reírse. Los tres nos reímos a carcajadas.
Unos días después de esta entrevista Carson se puso muy enferma. Primero su cara se puso blanca como la tiza, luego casi verde. Antes de que viniera a Irlanda el médico del pueblo, Martyn Dyar, se había puesto en contacto con el médico de Carson en Nueva York y estaba bien preparado para lo que pudiera ocurrir: Sabía lo que tenía que hacer, pero su estado no mejoraba, y a veces estaba sólo semiconsciente. El doctor Dyar estaba preocupado y también lo estaba Ida Reeder. Finalmente Ida vino a verme y me dijo:-Creo que deberíamos volvernos a casa.
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Antes de dejar St. Clerans, me regaló la copita de plata.
Volví a Irlanda en febrero de 1967 y unas dos semanas más tarde me llevé una sorpresa al recibir una carta de Carson McCullers diciéndome que estaba preparándose para su visita a St. Clerans. Se había levantado de la cama y se había sentado en una silla. Ahora estaba planeando hacer un viaje de fin de semana al Hotel Plaza en la ciudad de Nueva York como una excursión de prueba. Por descontado, un mes más tarde lo hizo. Era la paaaarimera vez que salía de su casa desde hacía más de dos años. La salida tuvo bastante éxito y sintió que estaba preparada para su viaje a Irlanda.
Carson no podía hacer sentada todo el viaje, por supuesto, así que solilcité en las líneas aéreas Lingus que le instalaran un asiento especial reclinable para ella. Su visita se publicó en la prensa irlandesa. Un servicio de helicópteros se ofreció para transportarla desde el aeropuerto de Shannon hasta St. Clerans. Pero estaba el problema de lsu incapacidad para sentarse en posición erguida, y aunque el servicio sugirió una eslinga, yo pensé que mejor no. (Unos días antes de su llegada, a este mismo servicio de helicópeteros se le había caído –por dos veces- el cuerpo de una mujer muerta que llevaban con una eslinga a la isla de Aran para ser enterrada. La segunda vez, el ataúd cayó al mar y se perdió para siempre.) Al final, la transportamos en una ambulancia, un medio de transporte menos excitante pero más seguro.
Llegó el gran día y Carson aterrizó en el aeropuerto de Shannon con Ida Reeder. Yo la recibí, y fuímos a St. Clerans en nuestra ambulancia. Carson estaba muy cansada a causa del viaje, pero quería ver el paisaje, así que yo la sostenía, y de vez en cuando miraba por la ventana los campos por los que pasábamos.
Cuando llegamos a St. Clerans, quiso ver la casa, y la llevamos en su camilla a recorrer toda la planta baja; Carson expresaba su admiración por cada habitación en la que entrábamos. Pusimos más baja la camilla y la inclinamos para que pudiera ver y comentar los objetos de cada habitación. Esto la dejó totalmente eshausta, y la llevamos a su dormitorio. Durmió durante varias horas, con Ida Reeder velando su sueño, y a la mañana siguiente nos volvimos a ver.
Carson pensaba que su dormitorio era la habitación más bonita en la que había estado nunca. Se admiraba por cosas tales como la moldura que rodeaba el techo y por las cortinas de la ventana. Había un pequeño bronce de Epstein que representaba la cabeza, los hombros y los brazos de una niña llamada “Peggy Jean dormida”, y ella pensaba que era la escultura más bonita que había visto nunca. Estaba encantada con un biombo japonés. Exageraba la importancia y significación de todas las cosas. Después de una hora más o menos de charla, vi que volvía a estar fatigada, y la dejé para que volviera a dormirse.
Carson era adorable, y valiente como sólo una gran dama puede ser valiente. Estaba llena de excitación, la excitación de un niño inocente que quiere tocarlo todo. Se sentía feliz de estar allí, aunque nunca salió de su habitación en todo el tiempo que estuvo. No comía casi nada, pero cuando lo hacía, a cada bocado decía que era delicioso. Tomaba bourbon en su pequeña copa de plata, daba sorbitos y luego la ponía a su lado. Después de un sorbo o dos, no más, creía que había terminado su copa y pedía otra. Era como si la hubiera tocado una mariposa. Algunas veces tomaba lo que ella creía que eran dos o tres copas, pero nunca se bebía más de un cuarto de una copita.
Un excelente crítico y escritor irlandés del Irish Times, de Dublín, Terence De Vere White, llamó y preguntó si podía ver a Carson, y cuando le consulté a ella, asintió con entusiasmo. Conocía su nombre y comentó:
-¡Oh, sí! Me gustaría mucho hablar con un hombre de letras irlandés.
Hablaron sobre el hecho de escribir y White le preguntó qué era para ella su deber como escritora. Sobre la cama de Carson colgaba un crucifijo siciliano del siglo XIV, una pesada escultura de madera de unos setenta y cinco centímetros de alto. Estaba colgado de un clavo y descansaba contra la pared. En respuesta a la pregunta de White, Carson, dijo:
-Escribir, para mí, es una busqueda de Dios.
En este momento el crucifijo se deslizó por la pared y quedó colgado oblicuamente con una inclinación de unos noventa grados sobre la vertical. Carson captó el movimiento de reojo y empezó a reírse. Los tres nos reímos a carcajadas.
Unos días después de esta entrevista Carson se puso muy enferma. Primero su cara se puso blanca como la tiza, luego casi verde. Antes de que viniera a Irlanda el médico del pueblo, Martyn Dyar, se había puesto en contacto con el médico de Carson en Nueva York y estaba bien preparado para lo que pudiera ocurrir: Sabía lo que tenía que hacer, pero su estado no mejoraba, y a veces estaba sólo semiconsciente. El doctor Dyar estaba preocupado y también lo estaba Ida Reeder. Finalmente Ida vino a verme y me dijo:-Creo que deberíamos volvernos a casa.
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Antes de dejar St. Clerans, me regaló la copita de plata.
Robert,
ResponEliminaBé per la serie! T'he deixat un comentari al post anterior. No et puc orientar sobre "Freud", ja dèus haver mirat Amazon.
No conec la revista francesa que em dius i és que jo em vaig criar amb l'antiga Fotogramas i, mira, Deu n'hi do si miro endarrere. Gràcies a ells vaig convertir el cine en una rel·ligió i encara em dura.
Els directors japonesos que cites en la teva resposta al meu comentari, en el post anterior, jo me'ls vaig treballar sense pràcticament preparació però és que era un cinema! Quin cinema!
...veig que perteneixem a la mateixa confraria GLÔRIA, estic d'acord amb tu respecte a la nit de la iguana, per això pasaré per alt el comentari que has fet en el post anterior sobre deunostresenyor John Ford :)....
ResponEliminagràcies per anar passant i demà /(avui) sortirà el punt de vista de Carson McCullers sobre aquesta estada a Irlanda....la llàstima és que no he pogut posar-hi la foto de la Carson abraçant-se amb Huston...