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Desde que Robert Crumb abriera
las puertas al cómic autobiográfico en la década de los sesenta, la experiencia
personal ha sido el argumento principal de la historieta alternativa. El
desparpajo del relato exhibicionista de Joe Matt, la melancolía sentimental de
Chester Brown, la ficcionalización satírica de Lauzier o, en nuestro país, la
regocijante vida golfa de Boldú, han dado páginas brillantes.
TODO ESTÁ EN LOS LIBROS «Mis padres me resultan más
reales en términos ficticios», dice Bechdel en un momento de Fun Home, que, en efecto, es una reelaboración literaria de una vida
vivida a través de la literatura, a través de la palabra, y que sin embargo
resulta finalmente expresable sólo a través del lenguaje secreto de los
dibujos. «Y tal vez mi estética fría y distante consiga transmitir el clima
glacial de nuestra familia mucho mejor que cualquier comparación literaria». Alison Bechdel (Lock Haven,
Pensilvania, 1960) es uno de los iconos del cómic gay americano. Su serie Dykes to Watch Out For (Unas bollos de cuidado,
en su edición española), que se publica en numerosas revistas y periódicos
desde 1983, es un retrato generacional de la comunidad homosexual progresista.
Al acercarse a los 40, Bechdel sintió la necesidad de sumergirse en lo más
íntimo de sus recuerdos para contar su propia historia, o la historia de su
padre, o la historia de su familia, o todas esas historias juntas en una sola,
o tal vez en un delicado tapiz de historias que se sostienen unas a otras.
Tardaría siete años en terminar Fun Home.
LA CASA DE LA RISA Fun Home es el tragicómico nombre de la
casa familiar, a la vez una funeraria, y una «casa de juegos» (léase con
ironía). El padre de Bechdel, Bruce, llevaba la funeraria y complementaba sus
ingresos como profesor de inglés, aunque su verdadera pasión (visible) era «la restauración
monomaníaca» de la vieja casa familiar, una vivienda neogótica de 1867. Su otra
pasión (invisible) era acostarse con jovencitos. Ese secreto de familia,
continuamente presente y continuamente silenciado, expresado sólo a través del
filtro simbólico de la mitología y la literatura, llena de silencios el erial
de la vida íntima de los Bechdel. Cuatro meses después de que Alison saliera
del armario y se lo confesara a sus padres (por carta, como no podía ser de
otra manera en una familia incapaz de comunicarse si no era a través de la
palabra escrita), Bruce moría atropellado por un camión. Aunque no había
pruebas que apuntaran a otra cosa que un accidente, Alison siempre pensó que
había sido su propia confesión la que le había impulsado al suicidio. La única
forma que la autora tiene de asimilarlo es, por supuesto, a través de la
literatura. Así, recuerda de Fitzgerald, uno de los escritores que más habían
obsesionado a su padre: «Scott en Hollywood, alcoholizado, muere de un ataque
al corazón a los cuarenta y cuatro años. Mi padre también tenía cuarenta y
cuatro años cuando murió. Impresionada por la coincidencia, hice un recuento
del tiempo que habían vivido: el mismo número de meses, el mismo número de
semanas... pero Fitzgerald vivió tres días más. Por un instante llegué a
barajar la descabellada idea de que mi padre había elegido conscientemente el
momento de su muerte como una especie de delirante tributo. Pero eso solo
confirmaría que su muerte no fue culpa mía. Que, de hecho, no había tenido nada
que ver conmigo. Y me cuesta renunciar a ese último y frágil vínculo.»
LA FAMILIA COMO TRAUMA Fitzgerald, Proust, Joyce...
Todo lo vivido está filtrado por la literatura en Fun Home, y, sin embargo, es plenamente un tebeo, no una obra literaria
ilustrada. El minucioso dibujo, apoyado en referencias fotográficas, resulta a
veces envarado, lo cual es conveniente. No es una historieta de acción, sino
del recuerdo, y el recuerdo se sustenta sobre las imágenes fotográficas
congeladas que son el depósito de la memoria, como ese salto a la piscina de la
última viñeta. Al igual que Maus, otro de los grandes tebeos sobre las relaciones de los hijos con
los padres, Fun Home cuenta cosas que sólo puede contar el cómic, y abre nuevos caminos
al hacerlo. Lo que consigue Bechdel no es ya una de las mejores novelas
gráficas de la historia, sino algo nuevo que habría que llamar «memoria
gráfica». Por supuesto, el tema de la
familia como territorio traumático no es nuevo en el cómic. La obra maestra
seudobiográfica Jimmy Corrigan (2000), de Chris Ware, gira en torno a la ausencia del padre. Más
dramática es la opresiva presencia del mismo en La muñequita de papá (1995), de Debbie Drechsler,
desnudo relato de los abusos infantiles sufridos por la autora. En La ascensión del gran mal (2003), de David B., es la
enfermedad del hermano epiléptico la que anuda todas las tensiones familiares
durante los años de crecimiento del autor. En el caso de Bechdel, ese
desarrollo personal la llevó a descubrirse como lesbiana, convirtiendo a Fun Home, también, en uno de los grandes relatos sobre el
autodescubrimiento sexual que ha dado el cómic, junto a Stuck Rubber Baby (1995), de Howard Cruse.
«La memoria gráfica». MANDORLA. El blog de còmics de Santiago García.
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