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Para [...] demostrar que el historial médico
es un género literario he estado hojeando un libro muy interesante que se ha
reeditado hace poco, de Laín Entralgo, y que se titula justamente La historia clínica. La
historia clínica analiza historiales clínicos desde el siglo XIX y en él se
reproducen fragmentos de algunos recogidos aquí y allá. Yo seleccioné uno de
mediados del siglo pasado titulado «Cisticercosis de la retina» (Cabrera
Infante daría la mano derecha por tener un título tan interesante para una
novela suya) que dice así:
La esposa de un maestro, mujer de aspecto pálido y constitución débil que en su infancia había padecido mucho de ascaridiosis y que hace algunos meses notó por vez primera la presencia de anillos de tenia en sus heces, pero que nunca tuvo cisticercos bajo tegumento externo, comenzó a sufrir dolores reumáticos y debilidad pasajera en una de las extremidades superiores. Poco después, sintió cansancio en los dos ojos, sin disminución de la visión. Ese cansancio desapareció pronto del ojo izquierdo pero en el derecho se hicieron notar de cuando en cuando inflamaciones débiles. A la vez, sensación de moscas volantes y de nebulosidad ante ese ojo con accesos de violenta cefalalgia en el lado derecho. Desde hace dos meses no puede leer con el ojo derecho; pocos días después, ya no era capaz de reconocer a una persona.
Este texto es una obra maestra de nuevo periodismo. Nadie que empiece a leerlo puede dejarlo hasta saber lo que viene a continuación. Es decir, que nos ha cogido por el cuello en las primeras líneas. Fíjense la inteligencia, el olfato narrativo de este médico que empieza diciendo:
La esposa de un maestro, mujer de aspecto pálido...
Podría haber dicho: la hija de una costurera, la sobrina de un obispo, la prima de un sargento, cualquiera de las relaciones que esta mujer tenía; sin embargo, dice: “La esposa de un maestro”. Es decir, hace una selección de todos los materiales posibles, y de entre todas las relaciones familiares posibles selecciona una y, además, le atribuye una cualidad que es la palidez. Dice: “mujer de aspecto pálido”, con lo cual crea una atmósfera en la que ya no es preciso, por ejemplo, que este hombre nos describa la casa en la que vive, porque ya nosotros nos imaginamos una casa de clase media, un poco menesterosa. Vemos llegar al maestro por la tarde, agotado, con ojeras, el traje manchado de tiza, y nos imaginamos a esa mujer abriendo la puerta llena de cisticercos y de anillos de tenia en las heces. Está creando todo un cuadro que a un escritor no profesional quizá le habría llevado quince o veinte folios resolver y él lo ha hecho de un modo magistral en un párrafo de siete o diez líneas. El historial continua:
Cuando se me presentó...
Fíjense en este genial descenso a la primera persona. Estaba hablando en tercera persona y de repente dice:
Cuando se me presentó, todavía percibía un débil resplandor con el ojo afecto, pero no conocía los objetos. La exploración oftalmoscópica del ojo que, exteriormente, no mostraba nada patológico, hizo ver en el centro de la retina, cubriendo la entrada del nervio óptico, un cuerpo vesicular, redondeado, pero con un apéndice cilíndrico hacia arriba y hacia dentro...
Aquí ha entrado en un registro de novela policíaca. Todo está lleno de sospecha:
cuerpo que, por sus movimientos característicos, revelaba con bastante claridad ser un cisticerco.
Y remite a la figura tres, porque además las historias clínicas tienen el privilegio de que pueden poner dibujos. Si yo, en una novela mía, pongo un dibujo, lo toman por un libro infantil; el editor se negaría con toda la razón a publicarlo; sin embargo, en los historiales médicos sí pueden, y tienen la coartada científica para hacerlo.
A continuación hace el autor una ligera incursión poética:
Revelaba con bastante claridad ser un cisticerco. Su bella coloración azul verdosa parecía atenuada por un tenue velo que debía pertenecer a una membrana conexa con el cilindro cutáneo.
Pero enseguida abandona esta veleidad poética para continuar en el registro anterior:
Allí donde se insertaba el cilindro cutáneo veíase introducida en la vesícula una yema blanca, impulsada de manera intermitente hacia la luz del cilindro cutáneo por medio de un cuello de longitud variable. La dirección en que sobresalía la cabeza no era en este caso variable sino de tal modo determinada por la posición del cilindro cutáneo, que dentro del mismo solamente era posible realizarse por desplazamiento lateral.
Y de nuevo el paso a la primera persona:
No pude averiguar la índole de la unión del cilindro cutáneo con la retina porque su contorno se hacía más impreciso, al crecer la distancia a la vesícula, según se puede apreciar en la figura adjunta.
Parece aquí la descripción de un detective. Y observen como termina:
Cuando exploré de nuevo a la enferma unos nueve meses después de la primera observación vi sólo en lugar de la vesícula una membrana incolora flotante en el cuerpo vítreo, o más exactamente un sistema de membranas que cubría la mayor parte del fondo del ojo. La ya mencionada debilidad de una extremidad superior, las violentas cefaleas, las moscas volantes y los fenómenos luminosos subjetivos que la paciente sufre en el otro despiertan las sospechas de que también en el interior del cráneo se han formado cisticercos. Una sospecha cuya verosimilitud viene aumentada por el abundante cúmulo de anillos de tenia en el canal intestinal.
[...] Con todos estos ejemplos, me parece suficientemente demostrada la cercanía entre estos dos géneros, el del historial clínico y la novela, pero es que además el historial clínico tiene la ventaja de que nos hace más accesibles las zonas que en relatos meramente literarios están selladas: por ejemplo, el punto de vista, el lugar desde el que se nos cuenta una historia que, finalmente, es un espacio moral. El punto de vista está encarnado por el narrador, que normalmente permanece en la sombra.
[...] Es muy interesante profundizar en la voz del narrador de historial clínico porque nos hace entender muchísimas cosas de la literatura. La voz del narrador, durante el siglo XIX y gran parte del XX, estaba justificada como una convención necesaria, es decir, porque "alguien lo tenía que contar". Pero yo creo que ahora ya no está justificada, ahora el narrador tiene que legitimarse de algún modo, es decir, yo creo que el narrador tiene que explicar por qué nos cuenta algo y es en el historial clínico donde esta necesidad es más patente.
Tengo que lamentar, de nuevo, que el historial clínico se practique poco en nuestros tiempos. Quizá ha desaparecido, en parte porque ha desaparecido el personaje, que es el enfermo. Me explicaré: ha llegado el momento de aclarar por qué, a pesar de contar un suceso real, todo en el historial clínico es tan necesario como en una novela que narra un suceso imaginario. La razón es porque el médico, cuando entra un paciente en su consulta, no cuenta toda su relación con él porque entonces necesitaría escribir siete libros. Tendría que empezar diciendo: "La primera vez que vi a este paciente entró en mi consulta con el pie derecho, luego avanzó el izquiero, yo estaba mirando al suelo..." Eso sería agotador, de manera que lo que hace es seleccionar de toda su relación con el enfermo aquello que considera más importante, lo que considera significativo, es decir, lo que puede colocar al servicio del sentido.
Pero en esa selección se está operando sobre la realidad, del mismo modo que el escritor está operando sobre los materiales narrativos de que dispone. Y en ese sentido podríamos preguntarnos, y ésta es la gran incógnita, si la salud no es una construcción, si la salud y la enfermedad (y la realidad toda, en fin) no son meras construcciones verbales.
El historial clínico, pues, ha desaparecido porque ha desaparecido el personaje y se ha quedado el narrador nada más, quiero decir que en estos momentos el importante es el médico, y el paciente es un mero objeto en el que el médico manipula. El paciente hoy día no es sujeto de la curación. Fíjense qué curioso: en el historial médico que hemos leído de la cisticercosis de la retina, en ningún momento el médico dice que ha medicado a la enferma. La ha escuchado simplemente. Si ahora va al médico la esposa de un maestro con estos síntomas, la opera al minuto de entrar por la consulta, sin duda alguna. Sin preguntarle, le dice que firme un descargo de responsabilidad y la opera.
Juan José Millàs. «Literatura y enfermedad». A: Con otra mirada. Una visión de la enfermedad desde la literatura y el humanismo. Taurus, 2001. P. 151- 166.
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