CARLOS MAYORAL
Instrucciones para ordenar su biblioteca
JotDown
Es un hecho que el libro físico, ese ser mitológico al que algunos rinden culto, no puede hacer uso de su descanso de cualquier forma. Adquiere otra dimensión al ser mezclado con otros, al verse apoyado en otros, al compartir lomo con otros. Un libro deja de ser simplemente eso cuando recurre al plural. Los bibliófilos de nuevo o de viejo cuño lo saben, y se afanan en recopilar diversos títulos en pos de una biblioteca que satisfaga sus egocentrismos. Es cierto que, con la llegada de los soportes electrónicos, el consumismo de masas amenazó ligeramente a la industria librera. Pero no es menos cierto que, aunque un meteorito capitalista cayese sobre la Tierra, arrasando con su llegada toda edición en papel, aún reptaría por cualquier rincón perdido un coleccionista con su primera edición de Los pazos de Ulloa bien amarrada bajo el brazo. Insisto, estos pequeños seres, inasequibles a la muerte del soporte papel, no tendrían razón de ser si no fuese por la cara colectiva del libro.
Si usted es uno de estos seres, de los que gustan de almacenar libros de tal o cual pelaje, de los que amontonan ejemplares sin leer sobre la mesilla, de los que menean las páginas aspirando el olor que desprenden, de los que valoran una cubierta, una faja o el grosor del papel: bienvenido, este es su texto. Ahora bien, hechas las engorrosas presentaciones, una pregunta se desliza por el párrafo: ¿Cómo ordenar semejante cantidad de libros sin perecer en el intento? Obviamente, para gustos hay ordenaciones, pero estos párrafos se encargan de enumerar algunas opciones que suelen ser las preferidas entre los bibliófilos que pueblan el mundo. Seguramente haya más. Tantas como combinaciones de ejemplares existan. Así que cojan los renglones con pinzas: solo utilizan ordenaciones estándar, perfectas para ser desechadas. Avisados todos, comenzamos.
Clasificación por orden de lectura
Este método es el más romántico de todos, amén del único intransferible. Uno va rellenando su estantería con mimo, ejemplar a ejemplar, día a día, y al volver a un libro está, de algún modo, reconstruyendo lo más oscuro de su pasado. Plegarse al tiempo es plegarse al recuerdo, con la ternura que esto conlleva. Digamos que la búsqueda dentro de esa biblioteca se va convirtiendo en una mirada interior: ¿Qué hice? ¿Adónde me dirijo? Este recorrido pierde el sentido en el momento en que un título pierde peso en tu memoria. ¿Cuándo leí El código Da Vinci? ¿Fue en esta vida o en otra? Y a ver quién lo encuentra entre el polvo que abarrota la memoria, claro.
Ordenación alrededor de Galdós
He seleccionado el nombre de Galdós por tratarse, en mi caso, del autor con más títulos dentro de mi librería, pero cada uno puede seleccionar al autor de cabecera que sea menester. Esta ordenación esconde una oscura obsesión: hay un autor al que siempre vuelves más que al resto, eso es evidente. Ese resto se desperdiga a su alrededor, coincidiendo unos con Misericordia y otros con Miau; unos acarician el lomo de Juan Martín, el Empecinado y otros hacen lo propio con algún guion de teatro del Garbancero. De hecho, a menudo fantaseo con juntar a don Benito y a Valle-Inclán, que se odiaban mutuamente, en la misma balda, y dejar que se aticen sin clemencia. Lo único bueno de este método es que no tiene nada bueno, pero te permite escribir un párrafo hablando de él.
Ordenación alfabética
Un clásico, sobre todo entre grandes almacenes y librerías al por mayor. ¿Por qué? Simple practicidad. Utilizando este método, la aparición de tal o cual ejemplar es rápida y fácil. En este tipo de ordenaciones, esta rapidez suele primar sobre, por ejemplo, la estética. En ella se mezclan colores, tamaños, géneros, temáticas… Todo un batiburrillo que ofrece poca elegancia pero mucha rapidez. En un mundo donde se premia lo efímero, el trago corto, puede parecer una ventaja. El problema llega cuando esta practicidad roza el sacrilegio, y el último libro de Ken Follett se ve obligado a tocarse con el poemario de José María Fonollosa. Creo yo que ser poeta maldito debería de acarrear otro premio más honroso, pero los designios del alfabeto son inescrutables.
Ordenación por colores
Este tipo de ordenación suele ser elegida por aquellos que priman el primer golpe de vista por encima del bien mental. Es cierto que suele estar relacionada con la ordenación por editorial que veremos más adelante, pero esta tiene algo de ruleta rusa, de perder el tiempo inevitablemente buscando aquel ejemplar crítico de la Celestina que ahora necesitas para no sé qué, y de cuyas formas, después de tantas noches, no consigues acordarte. Eso sí, vivimos en un mundo que premia la estética, donde la imagen lo es casi todo. En ese plano, este tipo de golpe cromático tiene una belleza especial. Y además deja en el subconsciente una bonita sensación de mundo artificialmente feliz alrededor del estante.
Ordenación por editoriales
Debo reconocer que esta es una de mis ordenaciones favoritas. Combina los dos criterios hasta ahora expuestos: un cierto orden a la hora de acceder a los títulos y una cierta dignidad estética para las colecciones. Ahora bien, no todo el monte es orégano y hay algún que otro hándicap que no debemos pasar por alto. El primero: ¿Qué hay de ese tesoro que publica una editorial independiente, de esas que solo sacan a la luz dos o tres títulos anuales, y que gracias a tu librero compraste en plena crisis de los cuarenta? ¿Debe perderse entre la monotonía de las grandes colecciones que todo el mundo conoce? El segundo: Este tipo de ordenación exige un determinado conocimiento editorial que no siempre se tiene o se quiere tener. Todo puesto en una coctelera lo hace atractivo, pero no apto para todos los públicos.
Ordenación por género literario
Un clásico entre los clásicos. La novela con la novela, la poesía con la poesía, el teatro con el teatro. Es probablemente el orden natural, el que los dioses eligieron para ordenar sus estantes. Es tan perfecto que me niego a elegirlo. Además, nos encontramos a menudo con esas obras que nadie pudo nunca catalogar: ¿Es la Ilíada simple poesía? ¿La Celestina es novela o teatro? En ese tipo de ambigüedades uno pierde el control. Por otro lado, este suele ser más una especie de primer criterio al que le sigue un segundo, puesto que es tan genérico que prácticamente no ordena. Por si fuera poco, no te permite ocultar los géneros que te avergüenzan. No es lo mismo salpicar tu librería de libros de autoayuda, por ejemplo, que dedicar una balda completa a su exhibición.
Ordenación idiomática
Hay espacio en este texto para políglotas. En un mundo cada día más globalizado, esta opción parece imprescindible. Aunque quizás, con el inglés avanzando sin dejar que crezca la hierba a su paso y con los rasgos culturales norteamericanos poseyendo a nuestros jóvenes cada día con más fuerza, puede acabar engullida por su propio monstruo.
Ordenación por nacionalidad del autor
Similar a la ordenación idiomática, pero con un tufillo nacionalista muy rancio.
Clasificación decimal universal
La CDU es un estándar de ordenación universal que nació a fines del xix ideado por quién sabe quién. Esta clasificación se basa en una tabla donde supuestamente tienen cabida todas las áreas de conocimiento posibles, y en función de ella se van colocando los distintos títulos en las librerías de medio mundo. Este es el principal problema: la despersonalización. Saber que, de contar ambos con los mismos gustos, tu librería hubiera estado colocada exactamente en el mismo orden que la de tu vecino nos convierte en meros autómatas, incapaces de amar, de sentir. Si quieren una opinión personal: yo digo no a la CDU.
A merced de un documento
Hay quien, en un arrebato terrible de mecanicismo, escribe un inventario de los libros que guarda para acceder a ellos con más orden. Como una máquina sin capacidad para sentir, saca su inventario cada vez que te presta un libro sin sentir aquello que siempre marca a un buen amante de los libros: el miedo a que no te lo devuelvan. Alguien debería hacer algo con estos seres, cuadriculados y grises como un lunes de febrero.
El más absoluto caos
Este método de ordenación cuenta con el encanto del desaliño. Además, demuestra pasión por la lectura. Cuando uno se encuentra con una casa en la que los libros se amontonan unos sobre otros, con filas desperdigadas por toda la profundidad de la estantería, no puede evitar pensar: si fuera postureo, no permitiría este desorden. Hay pasión en el caos, eso por supuesto. Y, por si fuera poco, guarda otro encanto. Dada la dificultad que impone a la hora de buscar, este método implica que durante esa búsqueda uno se encuentre con joyas olvidadas, como una especie de segunda oportunidad con el amor que perdiste cuando no estabas preparado. La mayoría de caminos bibliófilos desembocan en este hábito organizativo.
Que decida el instinto
Es un poco como el caos, pero con un matiz: el lector cree recordar dónde se almacena cada ejemplar. Digamos que se da cita con este método una especie de instinto que guía al coleccionista y lo conduce a través de las distintas ediciones sin que haya una explicación racional para ello. Este tipo de ordenación suele acabar en ejemplares perdidos, desconfianza en nuestro impulso y, más allá, el desastre total.
Ara que m'estic canviant de casa, com organitzar els llibres és una de les qüestions clau!
ResponEliminaPerò l'article tampoc no m'ha aclarit gran cosa. Al final, has de veure que decidirà l'instint...
A cal sabater, sabates de paper.
EliminaA casa meu, els llibres viuen com poden, apilonats en ordre d'arribada, generalment. Quan acaben a les prestatgeries (més tard que d'hora), miro de mantenir un mínim d'ordre dintre del caos. La no-ficció, pels números bàsics de la cdu, història amb història, cuina amb cuina... i para de comptar. La ficció, per llengües sense distinció de gènere. Quan busco un llibre, no haig de tenir pressa, però l'acabo trobant.