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Volvimos a clases y nos cambiaron a la profesora jefe, la señorita Carmen, lo que agradecí de todo corazón. Llevábamos tres años con ella, y ahora pienso que no era una mala persona, pero me odiaba. Me odiaba debido a la palabra aguja, que para ella no existía. Para ella la palabra correcta era ahuja. No sé muy bien por qué un día me acerqué con el diccionario y le demostré que estaba equivocada. Me miró con pánico, tragó saliva y asintió, pero a partir de entonces dejó de quererme y yo también a ella. No deberíamos odiar a la persona que nos enseñó, bien o mal, a leer. Pero yo la odiaba o más bien odiaba el hecho de que ella me odiara.
Alejandro Zambra. Formas de volver a casa. Anagrama, 2011. P. 39.
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