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Algunos lectores leen un libro y desean que fuese distinto, más cercano a sus propias vidas e intereses. Los escritores tienen la suerte (y a veces la desgracia) de conocer a sus lectores, en persona o a través de críticas en periódicos o estudios de corte más académico. Un crítico literario que escribió sobre uno de mis libros, La mujer temblorosa o La historia de mis nervios (que trata de la ambigüedad de los diagnósticos y de cómo las enfermedades se enmarcan en disciplinas diferentes), estaba molesto porque no traté el tema del sufrimiento de quienes cuidan a los enfermos. Aquel asunto era tan ajeno a las cuestiones tratadas en el libro que no pude evitar preguntarme si no existiría algún motivo personal que justificara la irritación de aquel crítico. El periodista quería leer un libro sobre los cuidadores de enfermos y no sobre las personas aquejadas de una enfermedad. A veces los libros se entremezclan unos con otros en nuestra memoria. No hace mucho una amiga me contó que había vuelto a leer Trampa-22, ansiosa por releer su escena preferida. Nunca la encontró. Llegó a la conclusión de que se le habían mezclado dos libros en la cabeza. ¿Y el fragmento que tanto le gustaba? ¿A qué novela pertenecía? No pudo recordarlo.
Siri Hustvedt. «Sobre la lectura». A: Vivir, pensar, mirar. Traducció de Cecilia Ceriani. Anagrama, 2013. P. 156.
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