divendres, 8 de novembre del 2019

democràcia cultural


Cero piedad con los libros malos. Y, ante la duda, seamos malos. Ése es mi lema, aunque esta forma de pensar está acabada, finiquitada, soy de la vieja escuela. Cuando alguien entra en mi biblioteca, ¿qué es lo primero que ve? A los mocosos de la sección de cómic. Al lado, la sección de música. Justo detrás, la sección de deuvedés. A esto nos lleva la democracia cultural. Ya no es una biblioteca donde reina el sordo silencio de las estanterías inteligentes, es un área de recreo donde uno viene a distraerse. En Cultura se dan bombo y, allá arriba, el director tan contento. Pero ¿qué se ha creído? Conozco sus argumentos, señor ministro: convertir la mediateca en un lugar de placer y de convivencia en el corazón mismo de la ciudad. Que la entrada a la biblioteca sea menos intimidatoria. Aliar placer y cultura para que la cultura sea un placer y blablablá. Pero todo es una farsa, un embuste, una manipulación. La cultura no es un placer. La cultura es un esfuerzo permanente del ser para escapar de su vil condición de primate subcivilizado. Pero mire, si solo sacan deuvedés, solo deuvedés. ¿Acaso desean aprender aunque sea un cachito de verdad sobre el mundo? No, solo vienen a divertirse, a distraerse, y esos zombis ni siquiera se quitan los auriculares. Me enseñan el carné de lector en el mostrador de préstamo como enseñarían la tarjeta de crédito a la cajera del supermercado.
[...] En realidad, señor ministro, usted los distrae porque les tiene miedo. Ruido, siempre ruido, nunca el silencio de un libro, nunca. Hay que reaccionar, hay que hacer algo, el ministro os tiene engañados, jovencitos, sabe muy bien que la revolución no se gesta en el ruido, sino en el silencio susurrante de las lecturas personales. Pero ya es demasiado tarde. Nuestras estanterías retroceden ante sus ofensivas. Pronto me trasladarán a otra planta inferior, a una bodega, y en la planta baja abrirán una cafetería. Y aquí, ¿por qué no una discoteca? Eso atraería al personal, señor ministro. 
[...] Disculpe si me crispo, pero es duro ser la minoría. Me siento como la línea Maginot de la lectura pública. Me siento tan sola a veces. No se si me entiende. Lo dudo.

Sophie Divry. Signatura 400. Traducció de María Enguix Tercero. Blackie Books, 2011. P. 66-67.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada