El poeta Rainer Maria Rilke escribió en una ocasión que la música podía elevarlo —lo que en sí no tiene nada de especial—, antes de añadir: «Y bajarme en otro lugar». Me encanta esta cita. Me gusta porque la reconozco muy bien. No solo en lo que se refiere a la música, sino también a la literatura. De hecho, sobre todo en lo que se refiere a la literatura. Esa extraña sensación que te invade tras acabar de leer, cuando te quedas sentado con el libro en el regazo, todavía inmerso en su mundo durante unos minutos más. La última vez que tuve esa experiencia fue el invierno pasado, cuando leí la novela Cosas pequeñas como esas, de Claire Keegan. No había oído hablar de Keegan, y cogí el libro por casualidad. Es una novela breve, de solo 96 páginas, y la leí en un par de horas. Al acabarla me quedé sentado unos minutos en mi sillón, con el libro sobre las rodillas, henchido de las sensaciones y la atmósfera del libro, que sentía de un modo muy intenso. Al rato me levanté para sumirme en los quehaceres diarios, y las impresiones de la novela fueron desapareciendo poco a poco, hasta que apenas quedó una sensación que surgía cuando pensaba en ella. Y así ocurre con todas las novelas buenas: pueden llenarme por completo, pero solo en el momento; al acabar la lectura, la vivencia se desvanece.
[...] Me resulta difícil explicar por qué me causó tanta impresión. Recordar lecturas es un poco como recordar un dolor: podemos describir lo que ocurrió y cómo fue, pero, sin las sensaciones que nos llenaron entonces, y dado que esas sensaciones son precisamente el dolor, solo nos referimos a la cáscara, lo que queda tras el dolor en la memoria. La señal del dolor, no el dolor en sí. La lectura es cercanía, es acercarse a algo.
¿A qué nos acercamos en Cosas pequeñas como esas?
Empieza así:
«En octubre hubo árboles amarillos. Después, se atrasó la hora de los relojes y los prolongados vientos de noviembre llegaron, soplaron y desnudaron los árboles. En el pueblo de New Ross, de las chimeneas salía humo que se disipaba y desvanecía en extensos hilos desmelenados antes de dispersarse por los muelles, y pronto el río Barrow, oscuro como ceniza negra, creció con la lluvia.»
En el curso de tres frases, y de la manera más sencilla, se ha abierto un pequeño mundo entero. Las frases traen consigo imágenes: vemos los árboles, la ciudad con las chimeneas de las fábricas, los muelles, el río que la atraviesa; pero las frases están cargadas asimismo de una atmósfera, y creo que eso se debe a que las imágenes —los árboles, las chimeneas de las fábricas— no están descritas desde ellas mismas, sino que todas están relacionadas de alguna forma con el movimiento: vemos los árboles cuando el viento los despoja de las hojas, vemos las chimeneas de las fábricas cuando el viento extrae el humo de ellas, vemos el río cuando crece con el agua de la lluvia. Vemos más que la ciudad: vemos la ciudad a merced de fuerzas externas, vemos un lugar en el que transcurre algo...
Karl Ove Knausgård. La importancia de la novela. Traducció de Kirsti Baggethun i Asunción Lorenzo. Anagrama, 2023.
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