GEMMA CASADEVALL
Crónica desde Helsinki: Oodi, la biblioteca de los felices
Elperiódico
10|2|2024
Cada vez que el World Hapiness Record, el Informe Mundial de la Felicidad auspiciado por la ONU, corona a los finlandeses como los seres más felices del mundo -y llevan ya seis años consecutivos sobre ese pedestal- surge la pregunta en torno a qué hace sentirse tan contentos o satisfechos a los habitantes de un lugar gélido. Se alude al alto nivel de bienestar social nórdico, al sabio sentido de la convivencia con la naturaleza en un país extenso con 5,5 millones de habitantes o incluso a la práctica de la sacrosanta sauna, lugar de encuentro social y refugio donde se suda a diario aunque durante meses se viva a muchos grados bajo cero.
Al temor a Rusia respondió Finlandia solicitando por la vía rápida el ingreso en la OTAN. Fue con un respaldo casi total de su sociedad y espectro político. Dejó atrás una relación de vecindad provechosa para pasar a la órbita de país enemigo del Kremlin, lo que no es fácil cuando se tienen 1.340 kilómetros de frontera compartida. Ni siquiera esto, la tendencia al abuso del alcohol, el alto nivel de suicidios entre su población o el ascenso de la ultraderecha como socio del gobierno han alterado el áurea de imperturbable felicidad.
La cuna de la arquitectura orgánica
En relación palpable con el ansia de bienestar, satisfacción u otro término similar están las esencias de una arquitectura al servicio de la armonía entre el individuo y la naturaleza. El patriarca de ese concepto fue Alvar Aalto (1898-1976), que aplicó su sentido de la construcción orgánica a edificios, urbanismo y diseño. ¿“Felices? Nos sentimos contentos con lo que tenemos”, explica Mirkka Vidgren, directora de comunicación de la Alvar Aalto House, un bungalow-estudio ubicado en la Riihitie número 20, una calle del distrito de Munkkiniemi, algo apartado del centro de Helsinki.
Ahí trabajaron el matrimonio formado por Alvar y Aino Aalto (1894-1949), ambos arquitectos. El bungalow de los Aalto está rodeado de bloques de edificios funcionales sin demasiado encanto. Pero desde las ventanas y terraza de esa casa-estudio de trazado rectilíneo seguramente veían, como ahora hace el visitante, a niños y sus padres disfrutar del hoquei sobre hielo en la pista casi doméstica que queda ladera abajo, tras los árboles. Tal vez en ese espacio equilibrio anímico crearon el famoso vaso Aalto, buque insignia de la casa en lo que a diseño doméstico se refiere.
Al visitante le asalta la sensación de moverse en la cuna de la felicidad arquitectónica finlandesa. Por Alvar y Aino Aalto ondearon las banderas nacionales el 3 de febrero. Expresar el orgullo nacional a través de la bandera es otra característica finlandesa, algo que ocurre tanto en una jornada electoral como el día que se recuerda a un poeta u otro gran creador.
Se puede ahondar mucho más en el espíritu del arquitecto en los recorridos que ofrece la web visit.alvaraalto.fi. Muchos de ellos están alejados de la capital, como el Museo Aalto, en Jyväskylä, 270 kilómetros al norte de Helsinki. Pero también se puede optar por regresar a la capital en el mismo tranvía que lo llevó a la Riihitie, el número 4, y bajarse ante el Parlamento, el Eduskuntatalo. Justo enfrente tendrá ante sí un enorme edificio que, a distancia, parece un enorme pabellón deportivo. A medida que nos acercamos toma forma una armónica ola en tonos ocres o dorados, según brille o no el sol sobre su ondulada estructura.
Libros, innovación y sobre todo espíritu de comunidad
Es el Oodi, la biblioteca central, obra del estudio ALA Architects y abierta en 2018. Ocupa 17.250 metros cuadrados en el corazón de la capital, a menos de diez minutos a pie de su estación central. Fue la ganadora un año después del título de Mejor Biblioteca del Mundo de la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias (IFLA), la misma distinción que recibió en 2023 la Gabriel García Márquez de Barcelona.
Acceder a su interior, a través de una estructura de acero y cristal acaparadora de luz natural, es sumergirse en la sensación de bienestar finlandesa. Respirar el mismo aire que tantos seres potencialmente felices. De pronto, se es uno de esos campeones mundiales de la felicidad. Casi que lo de menos son los 100.000 volúmenes que alberga, parte de una impecable red de bibliotecas públicas y digitalizadas, de un país con uno de los índices de alfabetismo más altos del mundo. Los libros ocupan un tercio de su espacio. El resto es innovación y todo aquello que cree comunidad.
"La casa de todos"
El Oodi, “oda”, en finlandés, es la casa de todos. Está abierto los siete días de la semana, de ocho de la mañana a nueve de la noche -aunque sábado y domingo abre dos horas más tarde y cierra a las ocho de la tarde-, en horario continuo. Al Oodi se va a leer, a escuchar música, mirar vídeos, a trabajar con el ordenador, a imprimir, a jugar al ajedrez o con videojuegos, a coser, a dejar que los hijos correteen o se deslicen por sus rampas de madera clara y cálida, a tomarse un café o a tumbarse y sentirse parte de la felicidad finlandesa. Su versatilidad alcanza lo político en jornadas electorales como este domingo, 11 de febrero, en que el conservador Alexander Stubb y el verde Pekka Haavisto disputarán la segunda vuelta de las presidenciales finlandesas. Su principal tarea será definir la política exterior ya como miembro de la OTAN.
La función electoral es algo esporádico en el universo de multifuncionalidad del Oodi. La primera invitación a relajarse se percibe en las sillas junto al acceso, donde un cartel pide al visitante que se quite los escarpines o crampones antideslizantes de su calzado -elemento imprescindible para no resbalar por las aceras y asfalto helados de Helsinki-.
Si en el bungalow-estudio de los Aalto piensa uno que está en el origen de la felicidad arquitectónica nórdica, en el Oodi la sensación se traslada al presente. Puede colgar los crampones, olvidarse de los peligros urbanos y, si la jornada fue intensa, echarse una siesta. Nadie se lo reprochará.
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