La expresión literatura infantil es condescendiente y ofensiva y a mí me parece también redundante, porque toda la literatura es, en el fondo, infantil. Por más que nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que nos volvió tan frecuentemente infelices. Enrique Lihn decía que nos entregamos a nuestra edad real como a una falsa evidencia.
Literatura infantil: me gusta lo que despierta la palabra infancia entremetida ahí. Pienso en Jorge Teillier, en Hebe Uhart, en Bruno Schulz, en Gabriela Mistral, en Jacques Prévert. Bueno, la lista de «autores infantiles» es interminable. Baudelaire definía la literatura como «una recuperación voluntaria de la infancia» —acabo de chequearlo y descubro que lo que definía de esa manera es «el genio artístico», no la literatura.
Igual prefiero quedarme con mi recuerdo erróneo y menos altisonante de esa teoría de Baudelaire. Me gusta ese énfasis; me gusta, sobre todo, su comparación entre artista, niño y convaleciente. Más que recordar o relatar, quien escribe intenta ver las cosas como por primera vez, es decir como un niño, o como un convaleciente que regresa de la enfermedad y en cierto modo de la muerte, y vuelve a aprender, por ejemplo, a caminar.
Alejandro Zambra. Literatura infantil. Anagrama, 2023. P. 18.
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