En un artículo de Wall Street Journal, Alexandra Alter reflexionó sobre las consecuencias culturales de las descargas de Amazon o Google. Por primera vez, los editores disponen de pistas sobre la forma concreta en que los libros son utilizados. Pueden saber en cuántas horas se lee un texto, cuántas veces se interrumpe, qué otros libros se leen entretanto, qué pasajes se saltan, qué frases llaman la atención. Los hábitos electrónicos se precisan con tal detalle que invaden la privacidad y las frases subrayadas en la pantalla permiten que un algoritmo proponga ofertas editoriales parecidas.
El e-book brinda un nítido espejo del lector, algo invaluable en un mundo donde no siempre se ejerce la sinceridad y donde la simulación prestigia. Cuando a un escritor le preguntan qué libro tiene en su mesa de noche, suele mencionar obras que lo hacen quedar bien: una nueva traducción de la Eneida o los poemas de Anne Carson. Rara vez confesará que está leyendo la biografía de Maradona. Paolo Coello, que ha vendido suficientes libros para poner en duda el gusto de la especie humana, comenta con razón que, si los lectores dijeran la verdad al hablar de sus autores favoritos, Joyce sería un best seller...
Juan Villoro. No soy un robot. La lectura y la sociedad digital. Anagrama, 2024. P. 205.
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