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Las categorías y los géneros literarios, como metáforas de la vida humana, se han desgastado por el uso exagerado, pero las vidas humanas no se han cansado en absoluto de ser auténticas novelas, dramas, tragedias, farsas, cuentos sin contar, obras teatrales y novelas de amor. A la gente le gusta todavía comparar su vida con una novela («¡Oh, si yo te contara mi vida, sería una auténtica novela!»), con el escenario teatral o un cuento. Y, por supuesto, también tenemos las pantallas cinematográficas y televisivas, y la gente vive su vida según el guión previsto o, al contrario, toman las riendas en sus manos y se convierten en los directores de sus vidas. La más reciente selección de «metáforas de la vida» está ligada a la tecnología digital («¡Ese no soy yo, es mi avatar!», «Su vida se ha reducido a unos tuits») y quizá la metáfora digital un día sustituya a la literaria.
Las «metáforas de la vida» más antiguas son las marítimas, y por eso sobrevivimos a los naufragios de la vida, y a menudo las tempestades nos arrastran a costas ignotas. La gente toma el timón en las manos y navega viento en popa. Hasta la propia vida se representa como una travesía entre la lujuria y el pecado, en la que el viento nos zarandea como a una brizna de paja. Las tempestades son el castigo a nuestros pecados, las corrientes y las olas son los retos ante los que nos pone la vida, y el faro simboliza en este mapa agitado de la existencia la fe en Dios, que nos salva de los naufragios de la vida...
Dubravka Ugrešić. Zorro. Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pištelek. Impedimenta, 2019. P. 217-218.
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