dijous, 29 de març del 2018

faulkner al bar


—Este semestre he leído El ruido y la furia —dijo—. El libro entero. Es un libro difícil. Es un libro muy jodido. Por ejemplo, hay una parte en la que Benjy pilla a Caddy haciéndoselo en un columpio hecho con un neumático. El profesor dice mi nombre en clase y me pregunta: «¿Qué crees tú que significa esa escena?». Y yo le respondí: «Practicar el sexo en un columpio...no parece fácil», y el profesor me dijo que nunca había oído una aproximación como ésa a Faulkner.
En ese momento se desencadenaron dos discusiones simultáneas, una sobre Faulkner y otra sobre radiales de correa de acero.
Pero ese Faulkner era un borracho o qué, ¿eh? Por cierto que tengo que ponerle ruedas de nieve a mi Chevy. Todos los escritores son unos borrachos. ¿Cuánto piden por unas ruedas nuevas hoy en día? En ese caso tal vez yo tendría que hacerme escritor, si lo único que hace falta es beber. Antes de poder escribir tienes que saber leer, atontado. De todos modos, ¿qué significa ese título, El ruido y la furia? Creo que he visto unas Michelin de oferta en Sears. McGraw dice que es de Shakespeare. Pues si tanto sexo practican en esas ruedas quizá sería mejor que el libro se llamara El ruido y la Firestone. ¿Cómo puede Firestone plagiar de esa manera a Shakespeare? Dirás Faulkner. ¿Y yo qué he dicho? Has dicho Firestone, Einstein. Ése sería un buen seudónimo: Firestone Einstein. Si alguna vez participas en el Programa de Protección de Testigos Amenazados, así es como puedes llamarte. No le plagia. Se trata de una «ilusión» literaria. Tengo que dejar de beber. Mañana me voy a Sears a ver esas ruedas Michelin. No me acuerdo de ninguna obra de Shakespeare que se titulara El ruido y la furia.
—¡Es de Macbeth! —estuve a punto de gritar yo, pero no quería ser el empollón enclenque que no se integra y que no para de hablar de Shakespeare. A los hombres les interesaba McGraw, no Shakespeare, así que seguí fumando, callado, sin decir nada...

J.R. Moehringer. El bar de las grandes esperanzas. Traducció de Juanjo Estrella. Duomo, 2015. P. 400.

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