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La forma más sofisticada y perversa de la recomendación consiste en el marketing y la publicidad. La más tiránica, las lecturas obligatorias de las instituciones educativas. La más cómplice, la del amigo que te conoce bien y sabe qué y cuándo te gustará leer (y qué y cuándo no). La más ilusionada, los gustos de la persona de la que te has enamorado. La más involuntaria, la de quien se te sienta al lado en el transporte público y lee algo con lo que no podés evitar engancharte. La más erudita, la del escritor que décadas o siglos atrás citó a otro y te hace remover cielo y tierra para dar con él. La más incierta, la de quienes no te conocen tanto y, pese a todo, en tu cumpleaños se animan a regalarte un libro. La más secreta, la que te grita en silencio la biblioteca de alguien que admirás. La más azarosa, la que te hace una biblioteca pública cuando vas en busca de un libro y, por el motivo menos pensado, te detenés en otro. La más íntima, esa que te hacés a vos mismo cuando comprás un libro sabiendo que no lo leerás de inmediato, que quizá tenga que esperarte años en un estante hasta que sientas que por fin, ahora sí, le ha llegado el momento.
Dicen por ahí que ver a alguien leyendo un libro que te gusta es ver a un libro recomendándote a una persona. Hay que tener cuidado: a veces, esas recomendaciones son las más peligrosas.
Cristian Vázquez. Contra la arrogancia de los que leen. Trama, 2018. P. 127.
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