TODOS tenemos la librería que nos merecemos, salvo los que no tienen ninguna. La mía es la Sant Jordi, en Blanes, la librería de Pilar Pagespetit i Martori, en la antigua riera del pueblo. Una vez cada tres días voy a husmear allí y a veces cruzo unas palabras con mi librera. Pilar Pagespetit, que es, como su nombre indica, una mujer menuda, dedica las mañanas y también algunas tardes, cuando hay pocos clientes, a ordenar albaranes y envíos y a leer sus libros preferidos. En esas horas Pilar Pagespetit está y no está. Es decir, está, pero está como si no estuviera. En esas horas o en esos minutos una librería se convierte en un puesto avanzado de exploración en no se sabe dónde. En territorio salvaje, tal vez, en territorio yermo, posiblemente. Y todos los que entran tienen pinta de náufragos, incluso las señoras que vienen a buscar el Pronto. En esas horas en la Sant Jordi se escucha música de jazz (que a mí me pone nervioso y a Pilar la relaja), aunque en otras ocasiones es posible escuchar música clásica, música étnica y música brasileña, cuyas notas también contribuyen a relajar a mi librera. Sin ninguna duda cualquier librero tiene motivos más que sobrados para ponerse nervioso, me digo cuando escucho los acordes sombríos de John Coltrane, aunque mi librera, rodeada de música tranquilizante, no parece tomarse las cosas muy a pecho. Cuando le pregunto si siempre quiso dedicarse a este oficio me contesta que no lo sabe. Empezó en Tordera, como bibliotecaria, y hace dieciocho años, cuando se vino a vivir a Blanes, levantó su librería y parece feliz. Yo también estoy razonablemente feliz con mi librera. Tengo crédito y generalmente me consigue los libros que le encargo. Más no se puede pedir.
Roberto Bolaño. «La librera». A: Entre paréntesis. Anagrama, 2004. P. 112-113.
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