En Roma no tengo muchos libros. Cuando llegamos a vivir aquí nos trajimos muy pocos. Nuestro apartamento tiene un librero grande y espacioso. Hubiera sido absurdo, y también lamentable, colocar en él una veintena de volúmenes. Así que decidí, para ocupar todo el espacio, mostrarlos de frente. En consecuencia, en los últimos años he pasado mucho tiempo deleitándome con ciertas cubiertas, siendo consciente del efecto que tienen en mí.
Con el tiempo, esa biblioteca se ha convertido en una especie de instalación en proceso que refleja mis lecturas, mi vida romana. Un retrato pintado por Tiziano, una instantánea de la poeta Patrizia Cavalli y algunas fotografías de Marco Delogu me hacen compañía. Expongo las cubiertas de las novelas y ensayos de mis nuevos amigos italianos como las imágenes enmarcadas de mi nueva familia. Mis libros en Roma compensan la falta de cuadros y otros objetos bellos. En nuestro apartamento, que rentamos ya amueblado, un poco vacío y carente de artículos personales, los volúmenes representan mis gustos, mi presencia.
Impresiona mucho ver cubiertas en lugar de lomos. Usualmente colocados en orden en una estantería, los libros son discretos, más bien reservados. Forman parte del fondo, reconfortantes pero neutros. En cambio, con las cubiertas mostradas de frente, se vuelven extrovertidos, desenvueltos, específicos. Demandan atención. Nos dicen: mírennos.
JHUMPA LAHIRI. El atuendo de los libros. Traducció de Jacobo Zanella. Gris tormenta, 2022. P. 41-42.
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