dimarts, 12 de desembre del 2023

judici universal: de foe

 

DE FOE

Fui allí abajo, en el infecto planeta que Dios aniquiló por fin, hombre culto y falaz. Aquí no tengo necesidad, para salvarme, de hacer de tartufo puritano ni de abogado que miente para encubrir sus miserias y salvarse del collar de cuerda enjabonada. No quiero ni puedo esconder nada. Diré, por fin, toda la verdad y nada más que la verdad. De un gran bloque de mentiras me libró la piedra sutil del sepulcro. Ahora, por vez primera, respiro libremente el aura de la plena sinceridad. Me siento feliz pudiendo arrojar mis vestidos y disfraces terrenos, mis innobles disimulos, todos los falsos nombres y los falsos pudores y rubores de mi vida desgraciada.

Aquí es lo contrario de lo que sucedía en la tierra inmunda: se salva aquí arriba el que confiesa abiertamente toda culpa y toda vergüenza. Allí abajo había que mentir o morir.

Siento un cierto deleite reconociendo que fui insolvente, libertino, libelista, espía, arrivista y negociante, intrigante y cambiachaquetas, hipócrita y venal, y justamente fui perseguido y después castigado con la cárcel y con la picota.

De una sola cosa creo que me puedo gloriar: de haber puesto ante el hocico de mis contemporáneos la relación verídica de su vida fingida y porcina.

A los sesenta años, ya rico de miserable experiencia, comencé a escribir libros, historias de aventuras que tuvieron inesperada fortuna. Y entonces me vengué a mi modo de aquella bestial raza humana que había favorecido y estimulado mi perversidad y que para vivir me había constreñido a que aceptase los oficios más infames.

En mis novelas quise decir a todos cuál era, bajo los trapos de la respetabilidad, su verdadera naturaleza. Sólo escribí vidas de prostitutas, de ladrones, de filibusteros, de rufianes, de rateros, de aventureros charlatanes, de cortesanas fastuosas, de apestados y de locos. La gente se divertía creyendo que, por diversión, ponía ante la vista las suciedades del bajo mundo del vicio. Pero se equivocaban. Mi juego era otro. Quería dar a entender con aquellos novelescos pretextos de vidas desordenadas que toda la vida humana no es más que un estercolero, un lupanar, una liga de mala vida. Los grandes no eran, para mí, más que aventureros afortunados; los honorables comerciantes no otra cosa que filibusteros; las bellas damas de la buena sociedad nada distinto de las prostitutas; los prudentes y venerados burgueses nada más que apestados clandestinos.

No lo entendieron ni entonces ni luego, pero toda mi obra no fue más que una completa condena de la especie humana, la picota para toda condición de hombres. La llave de todos mis libros es el más famoso y menos comprendido: la historia del hombre que vivió feliz durante muchísimos años en una isla solitaria ayudado tan sólo por un pobre salvaje, lejos de todos los demás hombres y del hedor mortífero de aquella civilización.

Éste es el único desquite de mi repugnante vida: haber sentido, al final, repugnancia de la humanidad y haber intentado que todos la sintieran. Si esta náusea final puede ser un atenuante para la futura sentencia podrá juzgarlo Aquel que lee, mejor que nosotros, en nuestras almas.

 

Giovanni Papini. Juicio universal. Traducció de Isidoro Martín. Planeta, 1959. P. 617-618.

 

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