dissabte, 24 de febrer del 2024

necrològiques


Hay una anécdota famosa que data de la muerte del gran Ernst Lubitsch, director de algunas de las mejores comedias de Hollywood, y de una de las más perfectas de todas. Ser o no ser. Dos de sus amigos más queridos, ambos directores de cine también, volvían caminando del funeral, en silencio. Al fin, uno de ellos suspiró "Y bien, ¡se terminó Lubitsch!". El otro también suspiró: "Eso no sería nada: ¡se terminaron las películas de Lubitsch!".

Quizás los artistas deberían resignarse a que, en la ocasión de su muerte, se lamente más que la ausencia de su persona, el fin de su trabajo. El sentimiento se acentúa con los artistas cuenta-historias: novelistas, directores de cine, incluso ideólogos. En el caso de músicos y pintores, la obra parece quedar más, o haber sido hecha de modo más definitivo. La muerte de un pintor, de hecho, es ocasión de regocijo vergonzante para propietarios, que ven valorizarse su inversión.

Para un novelista, esa clase de pena no deja de ser un homenaje. Claro que hoy, con los progresos de la medicina, los escritores mueren viejos, y casi todos han sobrevivido largamente a sus obras. En ese caso sí, las necrológicas pueden darse el lujo de ser sentimentales sin caer en la hipocresía...

 

César Aira. «Abril es un mes razonablemente cruel». A: La ola que lee. Artículos y reseñas 1981-2010. Random house, 2021. P. 48-49.


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