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diumenge, 15 d’abril del 2018

dues notes


«A la Biblioteca de la Universitat de Salzburg, a la gran aranya de la gran sala de lectura, s'ha penjat el bibliotecari perquè, tal com escriu en una nota que ha deixat, després de vint-i-dos anys de servei, de sobte no ha pogut suportar més ordenar llibres i prestar llibres que només han estat escrits per causar el mal, amb això es referia a absolutament tots els llibres escrits. Això m'ha recordat el germà del meu avi, que era guarda forestal a Altentann, prop de Henndorf, i es va tirar un tret al cim de Zifanken perquè no podia suportar més la desgràcia humana. Ell també va deixar aquest punt de vista seu en una nota.»

Thomas Bernhard. L'imitador de veus. Traducció de Clara Formosa. El gall editor, 2017.  P. 84.

dimarts, 9 de febrer del 2016

els (seus) premis


...fui a Bremen otra vez en relación con el así llamado Premio de Literatura de Bremen y no estoy dispuesto a silenciar la experiencia que viví en ese segundo viaje a Bremen. Era lo que se llama un miembro del jurado para el siguiente premio y fui a Bremen con la intención inconmovible de dar mi voto a Canetti, que, según creo, no había recibido hasta entonces ni un solo premio literario. Por la razón que fuera, para mí nadie más que Canetti entraba entonces en consideración, todos los demás me parecían ridículos. Según creo, la reunión del jurado se celebraba en una larga mesa en un restaurante de Bremen, a la que se sentaba una serie de los llamados señores con derecho a voto, entre ellos también el famoso senador Harmsen, con el que me entendí excelentemente. Creo que todos habían designado a sus candidatos, nunca a Canetti, cuando fue mi turno y dije Canetti. Yo era partidario de dar el premio a Canetti por su Auto de fe, su genial obra de juventud que, un año antes de aquella reunión del jurado, se había reeditado. Varias veces dije la palabra Canetti, y cada vez los rostros sentados a la larga mesa se habían contraído dolorosamente. Muchos de los que se sentaban a la mesa no sabían quién era Canetti, pero entre los pocos que lo conocían había uno que, de pronto, después de haber vuelto a decir yo Canetti, dijo: es que también es judío. Entonces hubo aún un murmullo y el nombre de Canetti dejó de ser tomado en consideración. Todavía hoy tengo esa frase en los oídos, ¡es que también es judío!, aunque no puedo decir quién la pronunció en la mesa. Pero todavía hoy oigo muy a menudo esa frase, que vino de algún rincón sumamente siniestro, aunque no sé quién la dijo. Esa frase ahogó en la cuna todo debate ulterior sobre mi propuesta de dar a Canetti el premio. Entonces decidí no participar en absoluto en el debate ulterior y me limité a permanecer sentado a la mesa en silencio. Sin embargo, había pasado mucho tiempo y, aunque entre tanto se habían citado infinitos nombres espantosos, a los que sólo había podido relacionar con charlatanería y diletantismo, seguía sin haber un nombre para el premio. Aquellos señores miraban sus relojes, y por las puertas batientes entraba ya el olor del asado. De forma que la mesa, sencillamente, tuvo que tomar una decisión.
Con gran estupefacción por mi parte, uno de aquellos señores, tampoco sé cuál, sacó del montón de libros que había sobre la mesa, según me pareció sin orden ni concierto, un libro de Hildesheimer y dijo, en tono increíblemente ingenuo y ya al levantarse para ir a comer: Cojamos a Hildesheimer, cojamos a Hildesheimer, cuando Hildesheimer era un nombre que durante aquellos debates de horas no se había oído en absoluto. Ahora se había oído de pronto el nombre de Hildesheimer, y todos se recostaron en sus sillas, aliviados, y dieron su aprobación al nombre de Hildesheimer, y en unos minutos fue elegido Hildesheimer nuevo ganador del Premio Bremen. Probablemente ninguno sabía quién era realmente  Hildesheimer. Al instante se comunicó también a la prensa que, tras aquella sesión de más de dos horas, Hildesheimer era el nuevo ganador del premio. Los señores se levantaron y se dirigieron al comedor. El judío Hildesheimer había recibido el premio. Para mí aquello fue lo mejor del premio. No he podido callármelo.

Thomas Bernhard. «Premio de Literatura de la Libre y Hanseática Ciudad de Bremen». A: Mis premios. Traducció de Miguel Sáenz. Alianza, 2009. P. 52-54.



dimarts, 2 de juny del 2015

l'època decisiva


RUDOLF BAYR: señor Bernhard, para empezar realmente por el principio: su libro lleva el título El origen. ¿El origen de qué?
THOMAS BERNHARD: El origen de lo que hoy siento por o contra Salzburgo, mi ciudad natal, el origen de mis preferencias o crispaciones por o contra esa ciudad, a la que, temporalmente, voy un par de veces al año.
RUDOLF BAYR: El subtítulo es Una indicación. ¿A qué se refiere esa indicación? ¿En qué sentido es una indicación?
THOMAS BERNHARD: Es una indicación porque es solo un fragmento muy pequeño, casi me gustaría decir modesto, de esta vida mía. A esa escala solo se puede indicar. Sin embargo, no soy un hombre que escriba unas memorias o que, en general, narre durante mucho tiempo. Solo puede ser un fragmento muy breve. Y ese fragmento es también a su vez una indicación muy determinada, muy subjetiva, muy limitada a los hechos, recuerdos, sentimientos y sensaciones del muchacho que yo era entonces. El período es de los trece a los quinze años, desde un año antes de terminar la guerra hasta un año después de la guerra, una época para mí muy decisiva, la época decisiva, creo, creo yo, de mi juventud. La niñez había terminado y mi juventud empieza con ese libro.
RUDOLF BAYR: Sin embargo, muchos lectores podrían suponer que la indicación es algo muy delicado, muy casual. No obstante, la realidad, cuando se lee el libro, es que la indicación relativa a los distintos pasajes no es ya una indicación sino formulaciones muy precisas, declaraciones muy precisas relativas a un tema, relativas a ese punto de vista. Me parece también importante que haya escrito en el libro que él, es decir, el narrador, escribe lo que entonces sentía y no lo que piensa hoy.
THOMAS BERNHARD: Eso tengo que rectificarlo: se dice, bastante al principio, lo que sentía entonces y lo que piensa hoy. Solo que un joven tiene sentimientos y el pensar comienza relativamente tarde, creo que antes de los treinta no se piensa mucho. También ese joven de entonces tenía sentimientos y pensaba poco, por consiguiente solo puede absorber; luego, a partir de los treinta, elaborar. Mi tarea era escribir, como se me ocurría mientras escribía, lo que entonces viví, sentí, me impresionó, vi, no lo que pensaba, porque lo que hace un joven no es pensar.
[...]
RUDOLF BAYR: Cuando dice que se le han caído muchas cosas, se refiere sin duda al contenido de este libro, es decir, a los años que se describen en él.
THOMAS BERNHARD: Sobre todo porque estamos hablando de ese libro, de ese fragmento. Y es la historia de un joven al que en realidad solo han pisoteado: la ciudad, sus habitantes, sus parientes, da igual. Pero no quiero decir que solo yo estuviera en ese estado y situación. Sino que eso les pasa en el fondo a todos los jóvenes que crecen en ciudades parecidas de ese tamaño y esas condiciones. De lo que, sin embargo, no habla nadie en realidad, sea porque la gente no quiere, tiene otra profesión o no puede o no tiene ganas. Yo he sentido de pronto no solo las ganas sino el deber de escribir eso de lo que nadie habla. Y en realidad la única motivación para mí es de todos modos decir lo que nadie dice o escribir lo que nadie escribe. Lo que todos escriben, que la ciudad es hermosa, eso lo sabe todo el mundo. Pero detrás de la hermosura hay precisamente otra cosa, y dejarlo en claro era mi tarea y también mi placer, escribirlo, tengo que decir, y fue un gran placer librarme del libro escribiéndolo. Tenía que ocurrir alguna vez. Además, mis cosas o libros, que son ya diecisiete, veinte libros, no hago más que escribir, están en el aire. Desde hace veinte años no he dado ninguna indicación biográfica, no he dejado saber nada de mí. Y leo las cosas más imposibles...sobre quién es ese o qué es eso. Todo falso. Ahora tengo que dar algún pequeño asidero...biográfico, del que, como dice la gente, cuelgue toda la obra, fijar un punto de referencia. Eso, creo, es lo que ha ocurrido con ese librito...sobre todo para mí mismo. Y quien presta atención lo ve también, no solo yo...

«De la nata batida no sale nada». 12|9|1975.  A: Thomas Bernhard. En busca de la verdad: discursos, cartas de lector, entrevistas, artículos. Editat per Wolfram Bayer, Raimund Fellinger i Martin Huber. Traducció de Miguel Sáenz. Alianza, 2014. P. 123-136.



dijous, 28 de maig del 2015

bernhard, en brut


Bernhard, en brut

Costa d’entendre que qui va traduir amb encert dos llibres de la sèrie ens lliuri ara uns textos deficients

XAVIER DILLA. El País. Barcelona 14 JUN 2013 - 19:20 CET
L’ús innecessari del pronom feble elidit a la frase inicial d’El fred (“Amb el que n’anomenaven ombres dels meus pulmons va caure també una ombra sobre la meva existència”) fa arrufar el nas i anuncia el que trobarem al llarg dels tres volums amb què conclou la traducció de la pentalogia autobiogràfica de Thomas Bernhard (1931-1989), obra major de l’escriptor austríac i clau en la literatura contemporània. Costa d’entendre que qui va traduir amb encert els dos primers llibres de la sèrie (L’origen i El soterrani), així com Mestres antics, última novel·la de Bernhard, on no trobo defectes importants, ens lliuri ara uns textos deficients. No puc valorar la fidelitat a l’original alemany, però crec que no rau aquí el problema. Comparat amb la traducció castellana, el text català sembla haver entès el mateix (m’atreviria a dir que esmena i tot alguna badada ocasional del castellà) i reflecteix bé la gens senzilla i compacta prosa de Bernhard, que engalta en cada llibre un sol paràgraf de cent pàgines, un monòleg interior en què les frases de deu i quinze ratlles són la norma.
Falla més aviat, de vegades, l’aptesa i, sovint, la correcció de la llengua, com si faltés l’última polida que tota bona traducció requereix, així com la revisió del text per l’editorial (a El nen han desaparegut totes les cursives, importants en Bernhard per emfasitzar una paraula o un prefix, mentre que, en canvi, s’hi esmena l’ortografia de pel que fa, que a L’alè i a El fred surt sempre amb què). Força passatges flueixen bé i no desmereixen de les anteriors versions bernhardianes de la traductora Clara Formosa, però la lectura ensopega amb massa mals usos de preposicions, conjuncions i adverbis (“obligar a què”, confusió de tan i tant, de per i per a: “jo entenia una cosa diferent per a malalt de pulmó”), castellanismes (“en tota Àustria”, “recent arribat”; “un diagnosi”), males grafies (“sufisme” per “sofisma”, “a coll i be”), imprecisions de lèxic (“un depenent de comerç”, “creuades de frontera” en lloc de “travessies”) i cacofonies (“el cop de porta de la porta posterior”, “guardabosc dels boscos”). De vegades manca el sentit de la llengua: “Jo només havia estat sempre tan ràpid corrent per por” diu el mateix, però de manera maldestra, que la traducció castellana: “Siempre había corrido tan deprisa solo por miedo”.
Un text que sembla ben comprès se’ns lliura, doncs, com un esborrany que encara cal posar en net. Hi som a temps. En altres llengües la pentalogia de Bernhard s’ha editat en un sol volum, i desitjaríem que un llibre tan bo ens arribés polit i en les millors condicions. Perquè s’ho val. Després de la desfermada diatriba contra la societat austríaca de L’origen, amb el retrat d’una educació sempre repressiva (primer nazi i tot seguit catòlica), i del parèntesi d’alliberament narrat a El soterrani, on Bernhard abandona l’institut i es posa a treballar, L’alè i El fred destaquen pel relat descarnat de la brusca sotragada de la malaltia, que el deixa a les portes de la mort als 18 anys mentre, en paral·lel, moren el seu avi, referència familiar cabdal, i la seva mare. Sota el pes d’una mort sempre imminent, els dos llibres estan impregnats tanmateix de vitalisme i d’un punt d’humor. Gairebé com a alleujament a tant dolor opressiu, Un nen retrocedeix als vuit anys (abans, doncs, de L’origen) i mostra un cop més la lluita de Bernhard per la llibertat, nen i home aïllat i rebel, escriptor excepcional. Tant de bo puguem recuperar el cicle complet en una edició acurada.


dimarts, 26 de maig del 2015

música i records


Gairebé cap al final d'aquesta primera part d'una autobiografia deformada d'infància i joventut en cinc estadis narratiu, el fins aleshores una mica elusiu Thomas Bernhard (1931-1989) s'encara sense amarres al record de l'adult que quan torna a un lloc té sempre la sensació de ser el nen que hi havia estat, el record del noiet trasbalsat i desemparat que havia viscut a Salzburg mentre aquesta s'enfonsava en la destrucció de la guerra el 1944 i en la misèria el 1945, imbuït en un internat repressiu d'una educació primer nacionalsocialista i després catòlica; i situa aquell record desbordant i aclaparador com a punt de partença del desplegament d'una pentalogia —L'origen (1975), El soterrani (1976), L'alè (1978), El fred (1981) i Un nen (1982), que segons se'ns informa a les solapes, i ja era hora, serà traduïda sencera— que conté alguns dels moments més brillants de la seva obra en prosa.
La seqüència biogràfica s'inicia en canvi amb el darrer, més lluminós i confés en la veritat i en la mentida dels cinc, Un nen, que clou el cercle i el remet a l'al·lusió indicada al principi, i que és, comparat amb els tres anteriors, en especial amb els magnífics L'alè i El fred, el més agradós i feliç. De fet, L'origen és l'episodi més dubitatiu del conjunt, en el to i en l'estil, perquè tot i contenir moments fulgurants carregats d'atributs —la traducció de Clara Formosa és curosa i més natural, però també menys estilitzada, que una de prèvia de Jordi Ibáñez per a Proa—, com ara els de la ciutat reduïda a l'enrenou de la runa, les escenes de mort quotidiana o els apunts esporàdics de crueltats infantils, abusa d'un cert grau de posa al voltant de la inadaptació, el fracàs i el fàstic de viure que és massa literària i que només se salva de si mateixa perquè al capdavall reconeix amb ironia tot el que té de teatral o d'oripell falsificat —Beckett, que fins i tot va escriure en francès, era molt més sobri i no va imitar mai l'estetització tova del fracàs de seqüeles de Baudelaire, com ara Cioran.
L'estil del millor Bernhard és gairebé igual en l'autobiografia recordada, les ficcions de rerefons autobiogràfic com ara Tala o El nebot de Wittgenstein i novel·les com ara Mestres antics o Extinció: una metralladora fixa que dispara arreu i mai s'atura, que repeteix el període amb pas impassible i que només es gira a banda i banda fins a esgotar la ràbia i els excessos d'ira, però encara que tendeixi a l'angoixa, apel·li a una existència minvada i mínima i obligui a allargar l'alè fins a gairebé l'extenuació, té alguna cosa de benèfic i de balsàmic.
Tot i ser un cínic i un mentider declarat que sap que la confessió i la inculpació tampoc no són més que una excusa, Bernhard encara creu en la constància de la consciència com a narració, en l'estil com un ordre musical que endolceix el dolor de viure —estimava Schopenhauer amb devoció— de l'home malalt —ell, que va patir malalties diverses, com ara una sarcoïdosi que quasi no el deixava respirar— i que sofreix el pas de l'experiència amargament, agònicament, fins al punt de desenvolupar un estil irritant que es correspon amb exactitud amb un instint anorreador de suïcida o de moribund.

Pau Dito Tubau. «Música i records». El País. 30|4|2009. 


dimecres, 20 de maig del 2015

la sàtira irreductible


La commovedora obra literària de Thomas Bernhard (1931-1989) arrossega en clau psicoanalítica el sentiment de culpa que hagué de causar en l'escriptor les mirades d'una mare que trobava en el seu rostre d'infant l'empremta del pare, que tan desgraciada l'havia fet. No debades, el seu origen com a fill il·legítim d'una mare que, segons la hipòtesi de l'investigador francès Louis Huguet, va ser probablement violada per Alois Zuckerstätter, austríac, que mai no va conèixer ni reconèixer el fill natural, conforma, d'antuvi, un bon currículum dramàtic. La biografia personal i la creació artística són dues realitats tan pròximes i allunyades com hom desitge, past adequat per a interpretacions de tota mena, però en el cas d'aquest escriptor que va fer de la devastadora descripció de la seua vida un cim literari aquestes dues realitats prenen especial importància.
Les solapes dels seus llibres ubiquen el naixement del geni austríac a la ciutat holandesa de Heerlen l'any 1931 perquè la mare havia de tindre el fill ben lluny dels ambients familiars per amagar la vergonya. El naixement en aquesta ciutat, per tant, que no va deixar de confondre biògrafs i crítics, es va produir com a conseqüència de la necessitat de la mare d'amagar als conciutadans del catòlic poble d'Henndorf, a l'Alta Àustria, el fruit del seu pecat. Encara que les interpretacions sempre són una mica perilloses, fa la impressió que el mèrit d'aquest escriptor ha sigut demostrar un immens talent a l'hora de convertir aquest fet traumàtic dels seus orígens i la seua educació en una de les obres més importants de la literatura occidental del segle XX.
Tot i això, cal dir que aquesta és la melodramàtica versió que consta en les seues autobiografies, una versió que va posar a la picota l'investigador francès Louis Huguet els anys noranta del segle passat, segons conta el seu traductor al castellà Miguel Sáenz en la interessant biografia de l'autor austríac publicada per Siruela l'any 1996. Huguet va aportar noves dades sobre els orígens de l'escriptor no tan melodramàtiques com les que Bernhard va fer circular. Segurament, la mare no va ser rebutjada pels pares en conèixer el seu estat i el viatge a la ciutat holandesa es va produir abans de l'embaràs, un viatge per trobar feina suggerit per una amiga.
Siga com siga, la biografia de Bernhard sempre ha sigut un maldecap permanent per als seus estudiosos i biògrafs. Maldecap comprensible, en certa manera, perquè va ser ell amb la pentalogia autobiogràfica formada per L'origen (1975), El soterrani (1976), L'alè (1978), El fred (1981) i Un nen (1982), tradicionalment considerada per la crítica com la seua obra mestra, qui va fer de la seva vida l'únic tema literari, a fi de comptes. La capacitat histriònica de l'escriptor, les seues immenses facultats per a exagerar o tergiversar els fets biogràfics per a convertir-los en literatura, al capdavall, ha fet que la història de la seua relativament curta existència —morí als 59 anys— siga un constant moviment de certeses i paranys.
Si fem un rigorós recompte de la seua trajectòria vital quasi sempre ens resultarà complex i contradictori a causa de les múltiples façanes que el novel·lista, com un consumat i irreductible escriptor satíric, tímid però astut amb la causa de la creació literària, va saber crear al voltant seu. I la veritat és que un dels punts més controvertits de la seua empremta literària va ser, justament, el de la capacitat de mistificació (o mitificació, qui sap) de la seua biografia. Això no obstant, aquesta circumstància a penes hi compta en la constatació de l'obra de Bernhard —poesia, narrativa, teatre— com una de les més radicals i originals de la literatura europea contemporània.
Bernhard mai no va conèixer el seu pare natural i va ser educat per la mare, amb qui va mantindre una previsible relació d'amor/odi, i els pares d'aquesta, els avis materns, sobretot per l'avi, per qui sentia una gran veneració. Dit això, cal ubicar aquest llibre en l'època escolar de l'escriptor a Salzburg, al llarg de la seua pubertat, dels tretze als quinze anys. L'origen, que va ser publicada l'any 1975, és la primera de les obres de la seua pentalogia autobiogràfica, que no respon a un criteri cronològic.
Cal dir que Edicions del Salobre té la lloable intenció de traduir al català tots els títols de la pentalogia, en aquesta ocasió ha començat amb una esplèndida traducció de Clara Formosa Plans. Esplèndida perquè l'incontenible text alemany de Bernhard (tot un repte per a qualsevol traductor) es converteix de mans de Clara Formosa en un llenguatge fluid i ben accessible per a qualsevol lector del català d'arreu de l'àmbit lingüístic. Encara que no és la primera traducció, la primera es va publicar l'any 1985 i ja està descatalogada, és ben cert que l'escomesa és importantíssima perquè portarà al català de manera coherent i unitària la pentalogia sencera de Bernhard; els altres quatre títols encara no s'havien traduït.
La novel·la autobiogràfica està dividida en dues significatives parts, «Grünkranz» i «L'oncle Franz». Dues parts que simbolitzen ben a les clares els dos grans fantasmes personals contra els quals Thomas Bernhard es va rebel·lar amb tota la virulència dels ganivets creadors que clavava en cada llibre que escrivia: el nacionalsocialisme i el catolicisme, les dues malalties de l'esperit, com ell les va definir. Dues malalties que va haver de suportar els anys de la seua formació escolar i que, no cal dir-ho, el van marcar de per vida. Salzburg va ser l'espai físic on van conviure les dues «malalties» i la ciutat no es va lliurar també d'una crítica despietada.
Grünkranz és el nom del sinistre director de l'internat nacionalsocialista on va ser ingressat a principi dels anys quaranta, un espantós centre on els alumnes rebien la repugnant disciplina escolar del règim nazi i davant del qual de seguida es materialitzava la idea del suïcidi. Sens dubte, un dels passatges més estremidors d'aquesta peça mestra són les descripcions que Bernhard fa de l'ambient dels carrers i de la gent de Salzburg, una ciutat atemorida (i desfeta) pels bombarders americans. En la segona part, Grünkranz es substituït per l'oncle Franz, el capellà director de l'institut on ha de continuar els estudis. Fet i fet, el canvi afecta únicament els signes externs perquè per al jove Bernhard la sensació d'opressió és la mateixa : «i en principi per a mi només es diferenciava en el canvi de retrat de Hitler per la creu de Crist i en el canvi de Grünkranz per l'oncle Franz, el reglament no era gaire diferent».
L'escriptor critica els seus progenitors, als qui acusa de portar fills al món sense cap responsabilitat. Una ferotge diatriba que contrasta amb la tendresa amb la qual escriu sobre els últims dies de l'àvia, ingressada en una clínica neuropàtica, que es contradiu amb l'afecte que tenia per l'avi, a qui considerava el seu únic educador o fins i tot amb els sentiments que tenia per la mare, una dona meravellosa, segons les seues paraules. També a Salzburg, en deixar l'institut i trobar feina en un comerç de queviures, la considera bonica. En definitiva, el lector que s'acoste a L'origen trobarà una sàtira irreductible contra aquelles «malalties de l'esperit» que van convertir la pubertat de l'escriptor en una experiència terrible que el va marcar inexorablement. Qui no ha patit en alguna ocasió l'optassis de la guerra i de les ideologies autoritàries?

Antoni Gómez. «La sàtira irreductible». Levante. El mercantil valenciano. 16|1|2009.



dilluns, 18 de maig del 2015

fullejar més que no pas llegir


«A casa ja no llegeixo llibres des de fa anys, aquí a la Sala Bordone ja he llegit centenars de llibres, però això no vol dir que hagi llegit sencers tots aquests llibres a la Sala Bordone, en tota la meva vida no he llegit ni un sol llibre sencer, la meva manera de llegir és la d'algú amb alt grau de talent que fulleja, que prefereix fullejar que llegir, i per tant fulleja dotzenes i, si es dóna la circumstància, centenars de pàgines, abans de llegir-ne una de sola; però quan aquest home llegeix una pàgina, la llegeix tan a fons com ningú i amb la dèria més gran per la lectura que es pugui imaginar. Sóc més fullejador que lector, ha de saber, i m'agrada fullejar exactament igual que llegir, durant la meva vida he fullejat milions de vegades més que no pas llegit, però en fullejar sempre he tingut almenys tanta alegria i autèntic plaer espiritual com en llegir. De fet és millor que, al cap i a la fi, llegim només tres pàgines d'un llibre quatre-centes mil vegades més a fons que un lector normal, el qual ho llegirà tot, però ni una sola pàgina a fons, va dir. És millor llegir dotze línies d'un llibre amb la màxima intensitat i per tant penetrar-hi completament, com podríem dir, que llegir tot el llibre com un lector normal, el qual al final coneix tan poc el llibre que ha llegit com un passatger aeri el paisatge que ha sobrevolat. Ni tan sols en percep la silueta. Així, avui tothom ho llegeix tot volant, ho llegeixen tot i no coneixen res. Jo entro en un llibre i m'hi instal·lo en cos i ànima, pensi-ho bé, en una o dues pàgines d'un treball filosòfic com si penetrés en un paisatge, en una naturalesa, en una formació estatal, en un accident terrestre amb totes les meves forces, i no només a mitges i volent-ho a mitges, per investigar-ho i després, un cop investigat amb tota la minuciositat disponible, deduir el tot. Qui ho llegeix tot no comprèn res, va dir. No és necessari llegir tot Goethe, tot Kant, tampoc és necessari tot Schopenhauer; un parell de pàgines de Werther, un parell de pàgines de les Afinitats Electives, i al final sabem més sobre aquests dos llibres que si els haguéssim llegit de dalt a baix, cosa que en qualsevol cas ens faria perdre el plaer més pur. Però per a aquesta dràstica autolimitació cal tant valor i tanta força espiritual, que només es pot tenir molt de tant en tant, i nosaltres mateixos la tenim molt de tant en tant; la persona que llegeix és voraç com qui devora carn de la manera més fastigosa i com qui devora carn es fa malbé l'estómac i la salut completa, el cap i tota l'existència espiritual. Fins i tot entenem millor un tractat filosòfic si no el devorem tot sencer d'una tirada, sinó que només en picotegem un detall, a partir del qual després podrem arribar al tot, si tenim sort. De fet el plaer més gran ens el donem els fragments, de fet com també en la vida experimentem el plaer més gran quan la considerem com un fragment, i que espantós ens resulta tot plegat i ens resulta en el fons la perfecció acabada. Només quan tenim la sort de convertir en fragment una cosa sencera, acabada, de fet una cosa consumada, quan ens posem a llegir-ho, n'obtenim un gran goig, i eventualment el goig més gran. La nostra època ja fa molt temps que no la podem suportar com un tot, va dir, només si la veiem com un fragment ens resulta suportable. El tot i allò que és complet ens resulten insuportables, va dir.»

Thomas Bernhard. Mestres antics. Traducció de Clara Formosa Plans. Còmplices, 2011. P. 26-28.



divendres, 15 de maig del 2015

de bernhard a unseld


[20]
Ohlsdorf
22 de enero de 1966
Estimado Dr. Unseld:
Hay períodos en que de repente se está colgado en el aire sobre un horrible abismo y se tienen infinitos espectadores que aplauden sin cesar y lo ven centellear a uno, ensordeciéndolo con su (pérfida) admiración casi por completo, pero no hay ni uno que, en definitiva, le tienda una sólida red sobre la que pueda dejarse caer, literalmente en el último segundo, sin convertirse entre esos hombres en un cadáver cómico y, aunque lamentable, también ridículo. Con los 3.000 que le pedí y que, de la noche a la mañana, me transfirió, usted me tendió una red. ¡Le agradezco esa nueva y salvadora demostración (que no es la primera) de su gran fuerza! No quiero, cuando está llegando a su fin, precipitar ahora mi trabajo, pero con toda seguridad estaré listo cuando llegue el momento, porque es necesario para el programa de otoño. He relegado todas las distracciones a un trasfondo sin importancia ahora.
Aparte de la novela (tampoco por las noches encuentro un título) he hecho a la Sra. Botond dos propuestas en lo que se refiere a la prosa breve. En los últimos tiempos he recibido varias ofertas para "publicaciones" en revistas, pero responderé, si lo hago, que se dirijan a su editorial. No tengo ganas de dar nada a los periódicos, no sirve para nada; ya se sabe lo que es una pocilga y lo que significa un cerdo entre otros cerdos. También me horrorizan las antologías, y he observado que, cuando me veo en alguna, me irrita, y cuando no estoy me alegro. Creo que cuanto menos participe en la tómbola literaria tanto mejor será.
Mi idea es que escribo para mi propio placer y para mi propio egoísmo, perversidad, etc., lo mismo que otros se entregan a un deporte extenuante, y cuando esté listo lo recibirá usted y podrá hacer con él lo que quiera, siempre que no sea algo repulsivo. Pero esto no lo creo. El que, aparte de escribir, me interesen pocas cosas, llevará sin duda a algo útil. A ese respecto, quisiera decirle otra vez lo importante que es para mí la Sra. Anneliese Botond.
No creo que sea sensato llevar a sus últimas consecuencias, es decir escenificar este mismo año, la obra de teatro (naturalmente con otro título), por muy revisada que esté e incluso aunque se convierta en algo "magistral". Se lo escribiré así también al Sr. Braun, porque las fuerzas críticas (fuerzas auxiliares) deben concentrarse en la novela. Sin embargo, si de repente zarpan de un puerto al mismo tiempo varios barcos...Además, además, además, etc., nunca se acabaría.
A San Ernesto (como a San Luis) solo hay que buscarlo, en el mejor de los casos, en la comedia.
Pienso en usted mientras abandono mi trabajo y me preparo para hacer una excursión bastante larga; estos son los días más hermosos.
Cordialmente
Thomas Bernhard




dijous, 14 de maig del 2015

l'autor i el seu editor



Domar a la fiera Thomas Bernhard

Aparece en castellano la correspondencia entre el autor de ‘Trastorno’ y su editor

Las cartas desvelan la fascinante relación entre dos titanes de la cultura alemana del siglo XX

IKER SEISDEDOS EL PAÍS. Madrid 2 JUL 2012 - 19:30 CET
En noviembre de 1967, al final del sexto año de una relación de tres décadas, Thomas Bernhard, renovador de la narrativa en alemán y campeón de las más desagradables controversias, escribe en una carta a Siegfried Unseld, mucho más que su editor: “Un autor es alguien absolutamente lamentable y ridículo y, bien visto, un editor también”. Cualquiera familiarizado con la obra del escritor y dramaturgo austriaco reconocerá en esas palabras un pulso inequívocamente bernhardiano, la prosa adictiva de un escritor que, se diría, aplicó la técnica de la tierra quemada a la literatura: para resultar efectiva, la destrucción debe empezar por uno mismo.
La misiva está contenida en Correspondencia (1961-1988), extraordinario volumen de la joven editorial barcelonesa Cómplices. Se trata de una selección y traducción del alemán de Miguel Sáenz del mamotreto publicado en 2009 por Suhrkamp Verlag para dejar constancia de la relación “especial” y “personal”, se apunta en el libro, entre uno de sus autores más respetados y Unseld, que rigió hasta su muerte en 2002 los designios del sello al frente del que sucedió al fundador en 1959. Hombre cultísimo y atento exégeta de las motivaciones de sus literatos, definió al timón de aquel barco la cultura alemana de su tiempo con una nómina de autores que incluyó a Hesse, Max Frisch, Bertolt Brecht o Günter Grass.
Con Bernhard empezó a trabajar en 1961, tras el envío de una carta fechada por el escritor en Viena: “No lo conozco a usted, solo a personas que lo conocen. Sigo mi propio camino”. Desde aquellas líneas hasta la desaparición del autor austriaco en 1989, a causa de una sarcoidosis padecida durante décadas, los senderos de ambos transcurrieron paralelos, o más bien mecidos por los vaivenes del humor de Bernhard.
“Y como puedo llamar al mío el mejor editor de Alemania”, se lee en una carta de 1966. En 1972, la cosa ha cambiado —“Cada vez me imagino más a la editorial como una anónima potencia enemiga”—, mientras que 1973 resulta un perfecto simulacro de la fluctuante relación. “Naturalmente, esta carta no me resulta fácil, pero tenía que escribirla. Marca un punto final”, sentencia Bernhard al principio de un año que termina con efusividad navideña: “Pienso que no debemos separarnos (…) con la mayor atención, con todas mis posibilidades, quiero caminar con usted”.
La mayoría de los desencuentros se deben al asunto central del libro: el dinero. Las obsesiones contables del escritor ya protagonizaron el volumen Mis premios, rescatado por Alianza en 2009 (pese a haber dejado prohibido en su testamento que se publicase nuevo material tras su muerte, el desfile de inéditos no cesa; para otoño se espera en el mismo sello la edición de Goethe se muere). En la intimidad de la relación con su editor la fijación pecuniaria llega al paroxismo. Bernhard se escuda en el coste de mantener sus ¡tres! casas (nada desdeñable parque inmobiliario para un autor de culto), así como en su negativa a girar con la rueda del mundillo literario; a aceptar “las tentadoras ofertas de los abyectos periodistas y del entorno ensayístico más abyecto aún”.
De ahí que suplique adelantos, aplace devoluciones de préstamos, exija resultados (“Que una editorial como la suya no haya podido vender más que mil cien ejemplares de Trastorno es tan absurdo que nadie puede creérselo”) y denuncie agravios, como en esta carta de 1985: “Cuando pienso en el gigantesco esfuerzo publicitario que ha hecho durante tres meses con el libro del Sr. [Martin] Walser mientras que por mis Maestros antiguos no ha hecho casi nada, se me pasan las ganas de seguir colaborando”. Ante las embestidas, Unseld, consciente de la inveterada lucha de clases del mundo del libro —a él dedicó El autor y su editor (Taurus), que abría una frase de Goethe: “Todos los editores son hijos del diablo”— reacciona con razonable generosidad y paciencia. “¿Cuándo eliminaremos de nuestra correspondencia y relación la tediosa cuestión del dinero?”, se pregunta en 1969. Y él se responde tres años después: “La señora Ninon Hesse [viuda de Herman] me dijo que en cuestiones de dinero había que tratar a los amigos como si fuesen enemigos”.
En efecto, Correspondencia es sobre todo un libro acerca de las fluctuaciones de la amistad a través del tiempo y del espacio. Bernhard remite cartas desde su casa en Ohlsdorf, desde Viena, Palma de Mallorca o, en 1985, el hotel Plaza de Madrid, que halla “espantoso” en la comparación con el Ritz (“probablemente el mejor del mundo”). Unseld escribe desde Fráncfort del Meno, sede de Suhrkamp, pero también de Dubróvnik, Salzburgo, Zúrich o Albufeira —“¡Falta alguien en la playa! (donde, según Alberti "acaba el mar y principia la tierra”), exclama en una postal de 1980—. En las notas al pie, que constituyen un libro en sí mismo, se recogen apuntes de los resúmenes de viaje de Unseld, dictados al regreso de los encuentros con el escritor, ceremonias de apaciguamiento cuando la relación epistolar adquiría tintes prebélicos.
“Recojo este encuentro con Thomas por separado, fue demasiado insólito, o totalmente típico de Bernhard”, se lee en 1973. En otro, del año siguiente, se detalla el estreno en Viena de la obra de teatro La partida de caza, con el escritor convertido en “el más importante autor de Austria pero también el más discutido”. “Después del segundo acto abandonó el teatro y, cuando recogió su abrigo en el guardarropa, el hombre que lo atendía le dijo: ‘¿Tampoco a usted le gusta la obra?”
“Unseld es la gran revelación del libro”, opina el traductor Sáenz, autor de una sobresaliente biografía Bernhard (en Siruela). “Sin su paciencia y su fino manejo, hoy quizá no contaríamos con una obra sobresaliente”. El apoyo incondicional del editor durante décadas fue más allá del mero sostenimiento literario y superó desagradables traiciones como la que supuso la decisión del escritor de vender en los setenta a la salzburguesa Residenzverlag su célebre serie de relatos autobiográficos.
De esa controversia hay material en Correspondencia, como de otras sonadas polémicas del levantisco Bernhard: de sus encontronazos con los festivales de Salzburgo al secuestro judicial de su novela Tala en Austria en 1984; de su perpetuo choque con la crítica al enorme escándalo que supuso en la Viena de 1988 el estreno de Heldenplatz, última obra dramática, en la que arrojaba a la cara de sus compatriotas el júbilo con que recibieron a Hitler.
En el desagradable torbellino de la última provocación llega lo inevitable. En noviembre de 1988, tres meses antes de la muerte de Bernhard, Unseld gira un telegrama, el último, en el que escribe en minúsculas: “Para mí no solo se ha alcanzado un límite doloroso sino que se ha traspasado (…). no puedo más”. A lo que el escritor responde: “Bórreme de su editorial y de su memoria”.
El editor no hizo ni una cosa ni otra. Cuando murió Bernhard (y se supo su última voluntad: prohibió vender o representar sus textos en Austria), Unseld escribió un obituario en Die Presse: “La vida de esa persona encantadora fue un ejercicio en la cuerda floja, apuntaba a lo total y lo perfecto, sabiendo que lo total y lo perfecto no era soportable”.




dilluns, 11 de maig del 2015

la mort de stalin


Març de 1953. Stalin ha mort. Ho sabem des d'ahir al vespre. La tristesa és obligatòria a l'internat. Ens n'anem a dormir sense parlar. L'endemà al matí ens preguntem:
—És festa, avui?
La vigilant diu:
—No. Anireu a l'escola com sempre. Però no canteu.
Anem a l'escola com de costum, en fila, però sense cantar. A les façanes dels edificis onegen banderes roges i banderes negres.
El professor de classe ens espera. Diu:
—A les onze, la campana de l'escola sonarà. Us aixecareu per fer un minut de silenci. Fins aleshores, escriureu una redacció amb el tema «La mort de Stalin». En aquesta redacció escriureu tot el que el camarada Stalin era per a vosaltres. D'entrada, un pare, i també un far il·luminat.
Una de les alumnes es posa a sanglotar de tristesa. El professor li diu:
—Controleu-vos, senyoreta. Tots estem patint més enllà de les nostres forces. Però mirem de dominar el nostre dolor. Tenint en compte l'estat de xoc en què us trobeu en aquest moment, no puntuaré les redaccions.
Escrivim. Mentre, el professor es passeja per l'aula, amb les mans agafades a l'esquena.
Una campana sona, i totes ens posem dretes. El professor es mira el rellotge. Nosaltres esperem. Les sirenes de la ciutat també haurien de sonar. Una noia, a tocar de la finestra, mira al carrer i diu:
—Només és la campana per les escombraries.
Ens tornem a asseure, contagiades per un riure sense solta ni volta.
La campana de l'escola i les sirenes de la ciutat sonen al cap de ben poca estona; ens tornem a aixecar, però recordant la història de les escombraries, no podem parar de riure. Ens estem així dretes, durant un llarg minut, envaïdes per un riure silenciós, i el professor també riu.
Havia portat la fotografia en color de Stalin a la butxaca durant diversos anys, però en el moment de la seva mort, vaig per fi comprendre perquè la meva tia me la va estripar quan em vaig estar a casa seva.
L'adoctrinament era important, i eficaç sobretot en les ànimes joves. Rudolf Noureev, el gran ballarí rus dissident, explica: «El dia de la mort de Stalin, havia anat fora, al camp. Esperava que passés alguna cosa extraordinària, que la natura respongués a la tragèdia. Però res. Ni un terratrèmol, cap senyal».
No. El «terratrèmol» no arribà fins al cap de trenta-sis anys, i no fou una resposta de la natura, sinó la resposta dels pobles. Havia calgut esperar tots aquells anys perquè el «Pare» de tots morís veritablement, perquè el nostre «far il·luminat» s'apagués, i per sempre, esperem.
Quantes víctimes tenia en la seva consciència? Ningú ho sabia. A Romania, encara compten morts; a Hongria, n'hi va haver trenta mil el 1956. El que no es podrà mesurar mai és el paper nefast que la dictadura ha exercit sobre la filosofia, l'art i la literatura dels països de l'Est. En imposar-los la seva ideologia, la Unió Soviètica no només ha impedit el desenvolupament econòmic d'aquests països sinó que també ha intentat ofegar les seves cultures i les seves identitats nacionals.
Que jo sàpiga, cap escriptor rus dissident no ha tractat mai aquesta qüestió, i ni tan sols l'ha esmentada. Què en pensen, els que han hagut d'estar sotmesos al tirà, què en pensen d'aquests «petits països sense importància» que, a més, han estat sotmesos a una dominació estrangera, la seva. La dels seus països. Se n'avergonyeixen o se n'arribaran a avergonyir alguna vegada?
Aquí, no puc sinó pensar en Thomas Bernhard, el gran escriptor austríac, que no ha deixat mai de criticar ni de fustigar —amb odi i amor, i també amb humor— el seu país, la seva època, la societat en què vivia.
Morí el 12 de febrer de 1989. Per a ell, no hi hagué dol nacional o internacional, ni falses llàgrimes, ni tampoc de sinceres, potser. Només els seus lectors apassionats, entre els quals m'incloc, s'han adonat de la immensa pèrdua per a la literatura: Thomas Bernhard, per desgràcia, no escriurà més. I encara pitjor: prohibí que publiquessin els manuscrits que deixaria pòstums.
Fou el darrer «no» a la societat del genial autor del llibre titulat Oui. Aquest llibre el tinc aquí, davant meu, sobre la taula, amb Béton, Le Naufrage, L'Imitateur, Des arbres à abattre i altres. Oui és el primer llibre seu que vaig llegir. L'he prestat a diversos amics i els he dit que mai havia rigut tant llegint un llibre. Ells me l'han retornat sense haver-se'l pogut acabar de llegir, ja que aquesta lectura els semblava «desmoralitzadora» i «insostenible». Pel que fa a la vessant «còmica» del llibre, en realitat no la veien per enlloc.
És cert que el contingut és terrible, ja que aquest «sí» és realment un «sí», però un «sí» a la mort i, per tant, un «no» a la vida.
Tanmateix, ho vulgui o no, Thomas Bernhard viurà eternament per servir d'exemple a tots els que tinguin la intenció de ser escriptors.

Agota Kristof. L'analfabeta. Narració autobiogràfica. Traducció de Montserrat Solé Serra. Laertes, 2005. P. 29-32.



dijous, 7 de maig del 2015

heidegger esquilant una ovella



Heidegger i senyora, a la cabana de Todtnauberg.

«Entre les meves lectures, Thomas Bernhard ocupa un lloc molt especial. I entre tots els textos de Bernhard que he llegit, ocupen el lloc de privilegi les dues o tres pàgines de Mestres antics on Bernhard es mofa de Heidegger. El passatge és un atac tan sorprenent a la institució intocable de la filosofia acadèmica que costa de creure el que estàs llegint. ¿És possible parlar així sobre un professor venerable? Cada cop que rellegeixo aquestes poques línies, no puc evitar de riure en veu alta amb la sensació d'incredulitat. I alhora cada cop que torno a aquest passatge sento que un calfred em recorre l'espinada perquè sé que l'entorn en el qual Heidegger es dedicava (només) a pensar no en té res, absolutament res, de divertit.
Sempre que penso en ell, diu Bernhard, el veig assegut en un banc de fusta davant de la seva cabanya de fusta, acompanyat de la seva dona que es dedica amb «entusiasme pervers» a fer mitja. La dona li teixeix jerseis amb la llana d'unes ovelles que el matrimoni retirat a la Selva Negra hauria criat i esquilat personalment —visualitzeu per un moment el professor Heidegger esquilant una ovella per si voleu sentir l'efecte que provoca la ploma esmolada de Bernhard i rieu a plaer. I llavors ja estareu preparats per veure amb l'ull prou crític «Heidegger caminant davant de la casa, llegint, menjant, assaborint la sopa, tallant una llesca de pa (fet per ell mateix), obrint un llibre (escrit per ell mateix), tancant un llibre (escrit per ell mateix), acotant el cap, aixecant el cap, etc., etc....». Reger, el personatge que narra Mestres antics, s'esgarrifa perquè la gent, fins i tot la gent «súperintel·ligent», s'hagués pres seriosament Heidegger. I conclou que, malauradament, és innegable que «als alemanys, els impostors els impressionen.» El fet que els alemanys mostrin interès pels impostors és una de les característiques més singulars del poble alemany i en aquest sentit, els austríacs encara són molt pitjors.
Heus aquí el mestre Bernhard en tota la seva salsa, heus aquí el seu verb esmolat.» 

Simona Škrabec. «Sobre els impostors que tot poble necessita». L'Avenç. Núm. 406, novembre 2014. 



dimecres, 6 de maig del 2015

la farsa de la desolació


Hay escritores horribles, malos, pasables, buenos y excelentes. Los hay incluso, geniales. Pero también hay otros en los que su calidad es un asunto secundario, aunque sin duda se les reconozca. Son los escritores que crean adicción, o dicho de otra forma, con los que el lector establece una relación más parecida a la del hincha de fútbol con su equipo o a la de la quinceañera con su ídolo musical. De esos autores se lee todo y se quiere siempre más; se atiende y hasta se recorta cuanto se publica sobre ellos, se guardan las entrevistas y las reseñas de sus obras; se compran grabaciones o vídeos si los hay: fácilmente se convierte uno en coleccionista. 
Estos escritores son rarísimos, más infrecuentes incluso que los geniales, y ya es decir. Y la falta de textos suyos se vive como una privación. Así, cuando mueren -si estaban vivos-, el lector adicto puede sentir algo muy próximo a la desgracia personal, aunque jamás haya visto en persona al difunto. Para mi, como para mucha otra gente de toda Europa, Thomas Bernhard ha sido el penúltimo escritor de esta índole, muy peligrosa, por cierto, para el lector que a su vez es escritor, pues puede verse irremisiblemente contagiado en su escritura por un influjo tan poderoso como buscado. Más aún en el caso de Bernhard, cuyo estilo es enormemente pegadizo, como una inoculación. Buena prueba de ello es la extraña y lamentable escuela que ha creado en nuestro país, donde desde hace algún tiempo abundan las novelas contaminadas por Bernhard y los novelistas que creen que basta con despotricar de todo y mostrarse coléricos, resentidos y negativistas para hacer buena literatura.
Como sucede con Kafka, Joyce o Beckett, lo peor de ellos son los kafkianos, los joyceanos y los beckettianos, su verdadero azote. Sólo señalaré un rasgo de Bernhard que cada vez he visto más en sus escritos y que precisamente parece pasar inadvertido para la mayoría de los bernhardianos, quienes se lo toman con una solemnidad de espanto y una literalidad propia de párvulos: su sentido del humor. Es más, hoy lo veo como un escritor esencialmente cómico, y que por eso, con ser desolador, no resulta casi nunca deprimente ni sórdido, cosas bien distintas. Basta con saber que gran parte de su autobiografía era falsa -y por tanto dickensiana-, o con leer Trastorno o Maestros antiguos o El malogrado, para sospechar que el ceño de Bernhard no se diferenciaba mucho del que solía fruncir aquel "malo" alto y grandón de las películas de Charlot, aprovechándose de sus disparatadas cejas. Lo que hay en él es sobre todo la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación. Y como buen adicto, y para no saberme definitivamente privado de Bernhard, aún tengo sin leer su última novela, Extinción, para cuando se me haga en verdad insoportable la necesidad de una generosa dosis.

Javier Marías. El País/Babelia, 11|5|1996.



dilluns, 4 de maig del 2015

thomas bernhard



Font: Johannes Rigal - Photography & Visual Urbanism.

El lector del siglo XXI, en efecto, cuando entra en una librería suele verse inmediatamente rodeado de productos literarios más o menos solventes, más o menos conseguidos, más o menos honestos. Por muy curtido que esté, y por gruesa que sea la capa de distancia escéptica con la que se ha cubierto al penetrar en la tienda de libros, al verdadero lector siempre le aumentan las pulsaciones y le sube el nivel de adrenalina a medida que transcurren los minutos allí, consciente de lo mucho que le gustaría leer aún. Si en ese momento clave e intenso, durante ese rato a veces agotador de la elección de lectura, cae en sus manos una obra de Bernhard, enseguida se da cuenta de que aquello no es un producto al uso, una construcción literaria previsible, una receta cuyos ingredientes resultan obvios. Aquello es otra cosa, a saber: escritura en estado puro. Una escritura torrencial, indómita y absolutamente personal. Un estilo propio (imposible de haber sido aprendido en un taller literario), visceral pero armónico, arrollador pero musical. Una voz narrativa contra todo, contra el mundo, contra el propio lenguaje. Aunque el lector no se decida ese día a llevarse el volumen que ha hojeado, cuando lo devuelva a su anaquel tendrá la sensación —hoy más que ayer— de que cualquier libro de Bernhard es, en medio de tantos y tantos otros libros, como un potro salvaje entre rebaños dóciles.

Eso no significa que la escritura de Bernhard no tuviera su propia cocina, por supuesto. Su literatura podría parecer cruda, pero en realidad está exquisitamente elaborada. Lo que la diferencia de la mayoría es que Bernhard creó su propia receta y fue desarrollando su propia carta —menos variada que intensa y sabrosa— con unos componentes que el paladar del lector pronto aprende a reconocer y a degustar con deleite. En esa comunión íntima que se establece entre la escritura de Bernhard y su receptor parece estar en juego el concepto de desquite. El narrador bernhardiano, en su permanente diatriba, a menudo atrabiliaria pero también de una inteligente y sutil comicidad, no cesa de pasar cuentas con todas las manifestaciones pasadas y presentes de la estupidez humana. Es un puro, profundo y catártico ejercicio de desquite, y el lector lo sabe y lo agradece; por otra parte, sumergirse en aquella lectura supone también desquitarse de tanta literatura de la corrección, de la mediocridad o del oportunismo como pueda invadir el mercado.


Xavier Jové.«Thomas Bernhard». A: 100 escritores del siglo XX. Ámbito internacional. Ariel, 2008. P. 582.



dilluns, 19 d’abril del 2010

la tomba de bernhard






















Anant bé, aquí deu ser l'únic lloc del món on no he parlat mai d'un llibre singular que es titula Tumbas de poetas y pensadores, de Cees Nooteboom. El títol es prou il·lustratiu, perquè va precisament d'això, de tombes d'escriptors. Fullejant-lo, he trobat la de Bernhard, i us transcric un fragment del text:


"Thomas Bernhard no reposa en su tumba solo, sino con el matrimonio Franz y Hedwig Stavianicek. Los tres nombres se ven al abrir la puerta de una pequeña plancha de hierro, como si fuera la dirección correcta para una agradable velada para jugar al tresillo en la que se puede estar de mirón. Busco en el índice de mi biografía de Bernhard los nombres de los cónyuges, pero sólo encuentro el de la mujer, después del cual pone "Frau Hede", y luego, en cursiva, die Tante [la tía]. En el libro hay una foto de Bernhard y ella tomada en Obernathal. Están sentados, juntos, en un banco; ella es una señora de edad con gafas de sol y paraguas, él lleva pantalones de cuero con calcetines largos de lana, las rodillas desnudas y un gran esparadrapo en la frente. Tiende a la mujer un magro ramillete de margaritas, ella las toma, pero al mismo tiempo parece retroceder estremeciéndose. Tres en una tumba, el escritor nos sigue proponiendo un enigma: con sus obras y con su vida.
De la muerte habló mucho ya en vida: "No pienso en absoluto en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí: ¿Cuándo podré llevármelo a casa...? Eso está visto desde otra perspectiva. Pero no me gusta volver a casa. Volver a casa [heimgehen] significa morir, o sea, estar muerto. Estar en casa, estar muerto dice ya Pascal. Cuando estás en casa estás muerto. El reposo eterno, la casa eterna...,¡es la muerte! Por eso nunca tengo ganas de volver a casa, porque tengo la impresión de que, cuando vuelva, estará ya allí con su mano negra, y yo entraré por la puerta..., y siempre veo, al entrar por la puerta de mi casa, esa mano de Curd Jürgens -el actor, ya sabe, la Muerte en Salzburgo con sus dedos huesudos-, entro y entonces...¡paf! La siento continuamente, esa presión aquí; por eso, si se fija, tengo un hombro hundido, por esa presión de la muerte. Eso no me lo puede quitar nadie, en el fondo no se puede operar, ésa es mi angustia, ¿no?, se sienta en mi hombro derecho como un...(se ríe) bueno, como un pájaro de mal agüero, ¿no? Todo eso se podría decir de manera muy seria, que es lo que yo quería hacer. Si en lugar de decir pájaro de mal agüero...se dice que es sencillamente la Muerte. Conceptos escuetos que se pueden servir como una taza de café, aunque eso tampoco es serio, comparar la Muerte con una taza de café, tampoco es serio, ¿no? Aunque, naturalmente, se puede comparar todo con todo"...

dissabte, 17 d’abril del 2010

el malaguanyat

A l'A.U.

Un dia d'abril, no recordo exactament quin, em vaig despertar i em vaig dir: s'ha acabat tocar el piano. I no vaig tornar a posar la mà a l'instrument.

Thomas Bernhard, El malaguanyat.


He arribat als 44 anys sense haver llegit ni una línia de Bernhard. Afortunadament, penso ara que acabo de tancar El malaguanyat, que si arribo a ensopegar amb aquest llibre als vint (i si l'hagués entés, oi Jaume Puig?) sospito que ara estaria fent vacances amb l'Ovidi Montllor, que és com dir criant malves. I si en faria de dies.
Res de ressenyes (no en sé); ni miraré d'explicar-vos com m'ha quedat el cos, metonímies a banda, després d'aquestes cent i escaig pàgines (no vull). He fet passar massa camions, mentre el llegia. Tràilers immensos, d'aquells de val més que no t'atropellin.
Afortunadament (avui, per segon cop), en Jaume Puig em va deixar la feina feta, abans de ser devorat per Борис Савинков, una mena de terrorista rus, entestat a enfonsar-li la Nau. Aquí us ho explica tot la mar de bé (no, el seu afer amb Boris el terrorista, no; vull dir que parla del llibre).
Em cal, però, i per tal de justificar el vídeo que segueix, fer-vos saber que la cosa va de tres artistes, tres músics, tres pianistes. I que un d'ells és en Glenn Gould. (avís per a despistats: aquest va existir de debò). I que una de les grans obsessions de Gould van ser Les variacions Goldberg, de Bach, una de les meves peces preferides del calaixet aquell de la música clàssica. I que de tots els vídeos que puc triar sobre Gould i Les variacions, em quedo amb aquest, un documental rodat per Manuel Huerga l'any 1992. Coses meves.





P.S.: Afortunadament -i ja en van tres-, tinc 44 i tot Bernhard per llegir.