Todas las estrellas, grandes o pequeñas, las más refulgentes y universalmente conocidas y las de luminosidad más limitada y estrictamente nacional, todas las que habitan la infinita y fantasmal galaxia del celuloide, vivas o muertas, mitificadas u olvidadas, suelen arrojarse luz mutuamente y están unidas por lazos profesionales, a veces muy estrechos y fogosos -amándose o matándose en pelis donde comparten cartel, por ejemplo-, otras veces distantes y fríos, rozándose ocasionalmente o enviando luz a través de terceros -una estrella besa a un astro que, a su vez, besará a otra estrella en otra peli, y ésta a un nuevo astro en otra, y así sucesivamente por toda la galaxia-. Una complicidad artística tan vasta y compleja, una tan amplísima red de amores y odios, de besos y galas, implica una correspondencia a menudo curiosa entre las estrellas y hace que de pronto la distinguida y gélida boca -es un decir- de Grace Kelly, por ejemplo, pueda estar, mediante un tercer o un cuarto agente, muy cerca, pongamos por caso, de la bocaza enfurruñada e inteligente de Fernando Fernán-Gómez. (El camino no es tan largo, vean: Grace Kelly-Gary Cooper -Solo ante el peligro-, Gary Cooper-Sara Montiel -Veracruz-, Sara Montiel-Fernando Fernán-Gómez -La mies es mucha.)
Se trata de un juego muy sencillo para cinéfilos, un reto a la memoria funámbula del aficionado, y se entenderá mejor si explico cómo se me ocurrió y en qué circunstancias.
Hará unos veinte años en Valencia, Jorge Semprún me presentó a su amigo Yves Montand. Nos dimos la mano en la puerta de un hotel frente al mar, recuerdo muy bien algunos pormenores, era un día luminosos de octubre y en aquel momento recuperé a Montand con el pañuelo sucio anudado al cuello y el pitillo en las comisuras de los labios, como surgido de la película El salario del miedo, y evoqué al inolvidable intérprete de Les feuilles mortes; fui sensible a su encanto ya casi desvaído, a su pelo canoso y a su elegancia y pulcritud, a su hermosa voz grave y a su sonrisa un tanto amarga. Y en medio de todo eso, en el preciso instante de estrechar su mano, me asaltó aviesamente otro pensamiento -un sentimiento, me atrevería a decir- que se me antoja poco ejemplar, pero que no reprimí: esta mano que está chocando efusivamente la tuya, chaval, me dije, es la misma mano afortunada que acarició el cuerpo luminoso de Marilyn Monroe.
Fue solamente un brevísimo instante, el rebrinco espontáneo y sensual de una memoria saturada de cautivadores fantasmas. Realmente, yo nunca habría imaginado que entre mi insignificante mano y las míticas curvas de la estrella, tan remota e inaccesible allá en el firmamento hollywoodiense ya petrificado, podía haber repentinamente una distancia tan corta, palpitante y asequible: la mano larga y huesuda de Yves Montand era el eslabón vivo y amistoso que ahora nos unía. Nunca en la vida, capullo, me dije, volverás a estar tan cerca de Marilyn Monroe.
Bien, pues este sentimiento de proximidad física tan epidérmico y tan personal, ese morbo irrelevante, ese roce inesperado con el mito, fue lo que me sugirió un paseo por las estrellas. Se trata de escoger dos nombres improbables como pareja cinematográfica (una estrella de Cifesa y una estrella de la Metro-Goldwyn-Mayer, pongamos por caso: Joselito y Shirley Temple, una excitante sugerencia) y buscar el camino más corto entre uno y otra saltando de estrella a estrella y utilizando como puente o engarce a compañeros de rodaje, películas, directores, maridos y hasta amantes, si se tercia. En cada paseo, el que suscribe invitará al lector a un trayecto determinado, un camino más o menos convencional, reservándose un atajo que no debería escapar a la memoria y perspicacia del aficionado y que será desvelado en un apéndice de este libro, titulado Los atajos.
Encomendamos el primer paseo al genial Pepe Isbert, guiándole hasta Marilyn mediante un pequeño rodeo, convencidos de que a él le habría gustado.
Juan Marsé. Introducció a Un paseo por las estrellas. RBA, 2001.
Això ve a ser allò dels sis graus de separació, que en el món del cinema amb tres o quatre graus ja passen.
ResponEliminaSàctament, Allau!
EliminaAlgunes parelles improbables d'aquestes:
-De Núria Espert a la Mona Chita
-De Gracita Morales a Woody Allen
-De Josep Maria Flotats a Shirley Temple
-De Sara Montiel a la mula Francis
-De Joselito a Mae West
Ui, sactament no porta accent! Dispenseu les molèsties.
EliminaEstava pensant en anar d'Enric Majó a Margarida Xirgu.
ResponEliminaPorto molta estona buscant parades del metro de Barcelona amb nom d'actor, i res, m'he hagut de conformar amb "de Torras i Bages a Verdaguer, fent transbordament a La Sagrera".
EliminaHome, Marsé, però Yves Montand igual venia del lavabo sense rentar-se les mans. Això no ho vas pensar? (Sisplau, no inclogueu aquesta pregunta al vostre qüestionari.)
ResponEliminaSeràs porc, Òscar!
EliminaDoncs mira, sàpigues que ja no l'hi podrem demanar mai perquè en Bosch m'acaba de fer arribar les respostes. Dilluns, l'entrevista amb Marsé. Iupi.
Si jo hagués estat del Marsé, no sols no li hauria donat la mà, sinó que amb l'ajuda del meu fillastre Hyde, fins i tot li hagués ventat una bona bofetada...com se li pot perdonar que fotés el salt a la gran SIMONE SIGNORET ?!! Els marylinians que diguin el que vulguin, però la Simone no s'ho mereixia !!
ResponEliminaAi Vilardell, val més no ficar-se al llit dels altres. Vull dir que el bolet era d'ús exclusiu de la Signoret.
EliminaÉs curiós, ara que ja he rebut les respostes, tot són preguntes. Sou ben estranys.
Penso que, alguna vegada, es podria fer a la inversa : l'autor que pregunti als lectors.
EliminaSí, tens raó amb això de Montand-Monroe-Signoret : ja és prou embolic un trio com perquè, a sobre, s'hi fiquin quartes persones !
Doncs no desestimo la proposta, mira que et dic. La majoria dels autors que llegirem l'any que ve són morts, però. He comptat tres vius: Philip Roth, Paco Roca i Muriel Villanueva. En Bosch és ben capaç de muntar un algo.
Elimina´(s'entén que no cal que li plantegeu la pregunta, of course)
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