MERCEDES MONMANY
Tatiana Tibuleac y su verano de la pazAbc Cultural23|7|2019
En esta dura novela, la escritora y periodista moldava nos surmerge en una historia de rencor, y perdón, en el ámbito familiar.
Construida a base de breves capítulos, al modo de poéticas y fulminantes escenas de una enorme negrura y, a la vez, de una estremecedora belleza, la escritora rumana Tatiana Tibuleac (Chisinau, Moldavia,1978) compuso con su novela El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes un extraordinario e insólito relato dedicado a la violencia del amor en familia. Amores que en ocasiones matan y que dejan heridas de por vida y un rencor profundos rememorados, después, con una rabia sin consuelo dese las primeras líneas: «Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que ha existido jamás».
Pero solo por un verano, en aquella madre resplandecieron unos bellos ojos verdes sin igual. El amor contrariado, lleno de resentimiento, de un adolescente por su madre es contado con enorme maestría por Tibuleac. El lenguaje sumamente conciso se clava como un puñal, ayudado por una dolorosa, casi insoportable, tensión narrativa.
Amarga culpa
El protagonista casi absoluto es un odio fijo, sin contemplaciones ni adornos apaciguadores, cuyo origen el lector va conociendo poco a poco, conforme avanza la acción y según los pocos personajes lo van desvelando, entre la bruma de un recuerdo fatal que los tiene a todos secuestrados. Un odio, a causa de traumas no sanados, que forma parte de los tabúes más innombrables que horrorizan a nuestras sociedades supuestamente civilizadas.
Batallas campales, diarias, que llevan a la enfermedad mental a un adolescente, Aleksy, que deberá ser internado en un centro de jóvenes conflictivos. «No te suicides», estos chicos se dirán unos a otros cuando sus familias vienen a buscarlos para irse de vacaciones, o simplemente para continuar viviendo juntos la pesadilla. La historia de esta novela narra la tragedia de la familia de Aleksy, un pintor que se ha bloqueado y que ahora rememora el verano, hace veinte años, en que siendo un adolescente realizó un viaje al sur de Francia con su madre. El verano de la supuesta reconciliación. Una especie de road movie terapéutica para curar el odio de Aleksy por su progenitora, tan siniestramente arraigado. Pero no es solo eso. Se trata también de un viaje del adiós, aunque Aleksy en principio aún lo desconozca. Su madre se está muriendo de cáncer y pide desesperadamente ser perdonada en medio de esa espiral de cólera destructora.
Familia de emigrantes polacos instalados en Inglaterra, con un padre alcoholizado que los dejó y que jamás se ocupó de ellos, el pozo negro del que no logra salir está habitado por una imagen fija: la de la pequeña y dulce Mika, la hermana de Aleksy, que murió en un accidente, y por lo que todos se culpan amargamente, despreciando al hermano que ha quedado vivo: «Ni amado, ni deseado, ni desechable […]. Si hubiera existido un mercadillo de personas mi madre y mi padre me habrían cambiado por un pulverizador o, simplemente, me habrían abandonado debajo de un tenderete y habrían salido corriendo».
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