MANUEL HIDALGO
El brillante inicio de Pedro Mairal
El Cultural
10|5|2018
Libros del Asteroide publica Una noche con Sabrina Love (1998), que ya editó en su día Anagrama. Es sorprendente comprobar que todo el talento y todas las habilidades deslumbrantes que Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) desplegó en La uruguaya (2017), veinte años después, ya estaban presentes en su debut novelesco, cuando sólo tenía 28 años y ganó el Premio Clarín, concedido por un jurado, con gran ojo, en el que estuvieron nada menos que Cabrera Infante, Bioy Casares y Roa Bastos. ¡Menudo lujo!
Algo tienen que ver Una noche con Sabrina Love y La uruguaya: un viaje, un objetivo erótico, problemas con el dinero…En Una noche con Sabrina Love -que Alejandro Agresti llevó a la pantalla con Cecilia Roth en 2000-, Daniel recorre quinientos kilómetros para acostarse con una pornostar televisiva. El chico tiene diecisiete años, es huérfano, vive en un poblacho de la provincia de Entre Ríos, al norte de Buenos Aires, trabaja cuando puede en una instalación avícola, no tiene recursos, tal vez le gustaría ser médico (como su padre) y es virgen. Virgen de mujer, aclara, ya que no de gallina ni de oveja, pues sus primos le empujaron a dejar de serlo con esos animales.
El chaval, en su soledad, suele ver en la televisión por cable el show de Sabrina Love, un programa de sexo con concurso que regala una noche en la cama con la pornostar en Buenos Aires. Y Daniel gana el premio, y allá que se va dispuesto a disfrutarlo, con la no pequeña particularidad de que eso significará estrenarse con una mujer, algo importante para un chico de su edad.
Lo primero, el largo viaje en solitario, superando una inundación en la región, atravesando un gran río, sin apenas dinero, a pie, a dedo, en autobús, teniendo encuentros amistosos y hostiles, como en toda narración con esquema de roadmovie, aprendiendo, creciendo, transformándose, conociendo el mundo y la vida tal cual son, lejos del cascarón familiar y provinciano.
Y siempre con el ansia y la incertidumbre de su debut sexual. ¿Cómo será Sabrina Love?, ¿llegará, en verdad, a acostarse con ella?, ¿cómo saldrá la cosa, si es que llega a salir? La novela es excelente sin necesidad de que Mairal especule con el lector con esa intriga y con esa incertidumbre, pero ahí están, avivando el interés y la curiosidad de una lectura que alcanza su plena compensación con sus magníficos recursos literarios, con su ritmo, con su mero transcurrir.
Luego, claro, la gran ciudad, Buenos Aires, que se abre y se cierra con su frenesí para un muchacho inexperto, a ratos asustado, o confuso, o incapaz, o feliz en su libertad y anonimato. En la gran ciudad, como en la ruta, también se suceden los encuentros y los encontronazos, también se completa un formidable telón de fondo de personajes episódicos y secundarios, que dan la medida de la lucha por la vida, de la dureza de vivir y de sobrevivir. Esos personajes aportan sus pequeñas historias, a veces con entidad autónoma, encapsuladas, en las que predomina la dificultad para salir adelante, la necesidad del camuflaje o la impostura, también el ansia de sexo, las abruptas o malheridas relaciones con las mujeres, en las que aparece con crudeza un universo macho, machista.
En Una noche con Sabrina Love comparece, sí, gente con dificultades en un país con dificultades, hay una dureza ambiental aliviada, como en La uruguaya, por el irresistible humor de Mairal, que corre parejo a su creatividad verbal, a sus metáforas, a sus observaciones inesperadas y prodigiosas, al firme tejido de un colchón literario que se disfruta en cada línea.
Pero Una noche con Sabrina Love termina brillando por su inocencia, que no es una inocencia perdida -como quizá cabría esperar-, sino que es una inocencia conservada pese a todo: la inocencia de Daniel -un personaje encantador-, de su nueva amiga Sofía, del amigo de su hermano y de la mismísima Sabrina. Hay dolor y trastorno, hay miseria, pero, sin cursilería ninguna y sin moraleja que valga, hay un núcleo de bondad, muy intencionado, que se impone.
Pedro Mairal, como en La uruguaya, maneja con mano maestra las descripciones: de paisajes rurales y urbanos, de situaciones, de tipos humanos, de ejercicios introspectivos. De todo. Hay en él una pericia de novelista clásico, realista si se quiere, sustanciada, claro, en la mirada y en el lenguaje -¡qué delicia, el vocabulario argentino!- de un narrador moderno, de mirada y de hechuras estructurales modernas.
Se podrían elegir muchos párrafos, muchos fragmentos demostrativos del pulso descriptivo de Mairal. Pero, en esta ocasión, prefiero referirme a otros detalles. Por ejemplo, y luego me explicaré, a bordo de un camión: "Aldo sacó un atado de cigarrillos y le ofreció uno a Daniel. Les dio trabajo encender el primero, pero después se pusieron a fumar". Otro ejemplo, comiendo con unos operarios: "Vio que los hombres estaban quemados por el sol con la frente blanca de tener el casco puesto…". Y, en ambos casos, la escena sigue su curso.
¿Qué necesidad hay, para lo que se trata de contar, de decir que a los dos personajes les costó encender el primer cigarrillo o que los obreros quemados por el sol tenían la frente blanca? Probablemente, ninguna. Pero he aquí dos detalles muy nimios, pero muy plásticos, muy visuales, fruto de la observación, de una mirada certera, que, con muchos otros semejantes, son los que van creando la sábana literaria, los que dan verdad al óleo y placer al lector atento. Que también mira.
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