11 de marzo de 2012
J.M. Coetzee
DESGRACIA
«Ni siquiera me acuerdo de por qué lo compré. Seguro que no fue por haber ganado el Premio Grinzane Cavour, como proclama la contraportada.»
[...] En Desgracia, hay dos o tres temas que se tratan con este tipo de inteligencia tan incisiva, pero el que me ha quedado más grabado es el de la inadecuación intelectual. El protagonista, un refinado académico humanista, a causa de su hija se ve aparcado en pleno campo, en un mundo completamente ajeno a su vocación de intelectual urbano. Campesinos, veterinarios, gente que trabaja con las manos, gente que arregla las vallas. Y, cómo no, también bandidos, violentos o primitivos. Ya se trate de reaccionar ante una brutal agresión o de curar a un perro enfermo, el profesor, con toda la cultura que lo acompaña, se siente constantemente inadecuado, inútil, desgraciadamente poco equipado. Una sensación que conozco. A mí, el simple hecho de ir a alquilar una zodiac, o a comprar queso en un pueblecito alpino, me sitúa ante personas que ostentan un conocimiento refinadísimo, al que solo puedo corresponder con una ignorancia humillante. De repente son ellos los que saben vivir. Saben cómo llegar a la cima, qué tiempo va a hacer mañana, el nombre de los árboles, la dinámica del viento, cómo vestirse, dónde sentarse y dónde no, cómo no hacerse daño. Son elementales, primitivos, posiblemente no hayan abierto nunca un libro, y, sin embargo, al cabo de un rato no puedes deshacerte de esa devastadora sensación de que ellos saben estar en el mundo mejor que tú, quizás incluso saben educar mejor a los hijos, o como mínimo vivir dentro de sus inmensas almas. Es intolerable. ¿Y yo, con todos los libros que he leído? ¿Es posible que tenga que estar ahí, como un tonto, para que me enseñen a vivir? En esos momentos es cuando yo, al igual que hace el profesor de Coetzee, me pregunto: pero ¿qué es lo que sé hacer yo? Con todo lo que he estudiado y todo lo que he hecho, ¿qué es lo que sé hacer yo realmente?
¿Qué saben hacer los intelectuales?
Yo, por ejemplo, sé leer «El infinito» de Leopardi. Quiero decir que sé leerlo bien, que sé de dónde procede toda esa belleza, sé cuál es el sonido justo de cada palabra, sé por qué es así y no de otro modo, conozco toda su música a la perfección y sé exactamente qué es lo que dice y lo que cuenta. He tardado años, he trabajado duro, y ahora puedo decir que sé leerlo bien. Y ahora la pregunta es: ¿para qué sirve? ¿Sirve para algo? ¿No habría sido mejor dedicarse a estudiar los nombres de los vientos y los árboles?
La semana que viene hablaré de un libro de Christa Wolf. Y en él, por ejemplo, hay una respuesta. Una de las mejores que yo recuerde.
Alessandro Baricco. Una cierta idea de mundo. Traducció de Carmen García-Beamud. Anagrama, 2020. P. 68-69.
Uns, esperant Godot; d'altres, que algú faci la pregunta. 😂
ResponEliminaCom que (sospito) em puc arribar a florir (en l'espera), doncs au, aquí teniu la resposta abans que ningú faci la pregunta. Expeditiva que és una.
EliminaEsta es la respuesta que la Wolf da a la pregunta «¿Qué saben hacer los intelectuales?»: saben ponerles nombre a las cosas. Aun desde mi más profunda admiración por la gente de montaña, cuyo atractivo padezco estúpidamente, no puedo dejar de pensar en la curiosa circunstancia por la que, durante mucho tiempo, las cimas de las montañas carecieron de nombre. La sabia gente de montaña les ponía nombres a los collados o a los pasos poque era útil ponérselo, pero no llegaba a la sublime abstracción de hacer lo mismo con las cimas a las que nunca habían subido ya que era inútil hacerlo. Solo cuando a alguien se le despertó el incomprensible instinto de subir ahí arriba, por el mero gusto de completar la Creación, nacieron los nombres de las montañas. Lo mismo vale para la geografía más invisible de la sensibilidad humana. Es típico de los intelectuales, ya sean estudiosos o poetas, llegar hasta lo más alto del sentir humano y ponerle un nombre. En este caso específico, Kleist y la Gunderrode [la parella protagonista de la novel·la de la Wolf que comenta Baricco, En ningún lugar. En parte alguna] nombran cimas de dolores que primero han escalado y a las que después, sintiéndose con derecho a hacerlo, le han dado un nombre. Y lo hacen con una precisión espectacular. A partir de ahí millones de personas, desde el fondo del valle, pueden levantar la mirada y contemplar esas cimas como si fueran suyas, y ello por el solo hecho de poseer el nombre que amablemente obtuvieron gracias al trabajo extenuante de alguien más audaz que ellos.
EliminaMètode Joan Palom, jo me lo guis, jo me lo com.
EliminaI ja que hi som posats, quina novel·lassa, la desgràcia d'en Coetzee! Altament recomanable. La vam llegir el novembre de 2019. Com passa el temps, etcètera.
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