dimarts, 12 d’octubre del 2021

l'afabilitat de txèhov


Se queja usted de que mis personajes son lúgubres. ¡Pero, ay, no es culpa mía! Así quedan involuntariamente, y mientras escribo, no me parece que esté escribiendo sombríamente; de cualquier manera, siempre estoy de buen humor cuando trabajo. Es notable que las personas tristes y los melancólicos siempre escriben cosas alegres, mientras que los animosos deprimen a la gente con sus escritos. Yo soy un hombre alegre; o al menos me parece que me he divertido durante los primeros treinta años de mi vida.


La afabilidad de Chéjov siempre mitigaba su ironía. Como Samuel Beckett, Chéjov es uno de los pocos santos de la literatura. Ambos hombres fueron irremplazables como escritores y sus vidas fueron aun más impresionantes que sus obras. Tolstoi amaba a Chéjov, como escritor y como persona, pero consideraba que la persona poseía una grandeza humana que sobrepasaba la de sus cuentos y sus obras de teatro. La bondad de Chéjov se aunaba al respeto que sentía por la sencillez de los demás. Gorki —que veneraba a Chéjov tanto como Tolstoi— resaltaba lo inmisericorde que era Chéjov ante cualquier expresión de la vulgaridad. En todos los demás sentidos, Chéjov era fuente de compasión hacia todos.

El genio de Chéjov es shakespeariano: es esta una alabanza peligrosa para cualquier escritor, pero me propongo establecer una comparación exacta —aunque no pretendo asegurar en ningún momento que Chéjov comparta con Shakespeare sus poderes sobrenaturales de caracterización—. En Shakespeare (como en la vida) la gente no suele escuchar, y cuando escucha, difícilmente entiende lo que el otro está diciendo. Esto es algo que solemos pasar por alto, porque es tal la fascinación que nos produce la personalidad de sus personajes que escasamente vemos cómo se evaden entre sí. Chéjov no crea las personalidades de Shakespeare, pero su capacidad de representar los abismos y las evasiones entre sus personajes es asombrosa.

El extraordinario desapego de Shakespeare por sus personajes —incluso con Hamlet y Falstaff— se refleja en el principio dramático de Chéjov de la restricción, necesariamente más evidente en sus obras dramáticas que en sus cuentos. Puede parecer curioso denominar como genio de la restricción a un autor tan benevolente como Chéjov, pero también parece exacto.

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En sus reminiscencias de su amigo Chéjov, Máximo Gorki decía que en presencia del dramaturgo-cuentista "todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos". Me parece que esa es la fórmula más adecuada para definir el genio de Chéjov, que se esconde tras la máscara de la banalidad. Sin importar cuan siniestro es el ambiente que representa, Dostoievski siempre está a un paso de lo trascendental y de lo extraordinario. Chéjov, discípulo de Tolstoi, sólo compartía con Dostoievski su intenso amor por Shakespeare, a quien Tolstoi despreciaba. Al igual que Turguenev, Chéjov se centró en Hamlet, en tanto que Dostoievski era más del tipo de Macbeth o de El rey Lear. Lev Shestov, pensador religioso ruso del siglo XX, comparó a Chéjov con el príncipe Hamlet, cosa que tiene sentido desde una cierta perspectiva —Chéjov estaba obsesionado con la obra— pero que desde otro punto de vista es engañoso. El Hamlet de Shakespeare es incapaz de amar a nadie aunque insista en lo contrario y es en realidad un asesino sin capacidad para el remordimiento. Según quienes lo conocieron bien y a juzgar por la gratitud de sus lectores y espectadores, Chéjov era y es alguien a quien debemos amar. Volvamos a Gorki, que recuerda a Tolstoi:

Siempre quiso a Chéjov, y cuando lo observaba, su mirada tierna parecía acariciarlo. Un día, estando aún convaleciente, sentado en la terraza, vio pasar a Anton Pavlovic con Alexandra Lvovna.

—¡Qué hombre encantador! —dijo—. ¡Qué hombre perfecto! ¡Modesto, dulce como una joven! Y camina como una señorita. Simplemente admirable.

Tolstoi era un juez implacable de los otros pero se anamoró de Chéjov y nunca dejó de quererlo, como nos sucede a casi todos. Robert Brustein se expresa con elocuencia en nombre de los lectores y de los espectadores de Chéjov:

Nadie ha podido referirse a él sin el más profundo afecto; y él, el autor, sigue siendo el personaje más positivo en toda su obra de ficción.

Hay grandes escritores cuyas personalidades llegamos a querer pero que nos resultan demasiado asombrosos para mantenerlos cerca: Blake, Shelley, Kafka, Hart Crane. Chéjov es una gran persona, además de muy afectuosa; Samuel Beckett fue ejemplar en todo sentido, pero era una persona remota. Me doy cuenta de que esto no es fácil de ver o de decir, pero Chéjov es el menos daimónico, el más humano de todos los genios literarios. Como su modelo, Shakespeare, Chéjov no le buscaba solución a los problemas y no conocía el remedio para los predicamentos humanos. Pero no sabemos mucho de Shakespeare como persona: nos deja perplejos porque es todo el mundo a la vez, incluyendo a todos los personajes de sus 39 obras. Chéjov es siempre Chéjov pero hay gran arte en ello, y también la fundación de un genio extremadamente individual...


Harold Bloom. Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares. Traducció de Margarita Valencia. Anagrama, 2005. P. 307-310.


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