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dilluns, 20 de gener del 2014

el plagiario clarín


1888
En Folletos literarios, IV: Mis plagios; Un discurso de Núñez de Arce, [Clarín] contesta a las acusaciones que le había hecho Luis Bonafoux de inspirarse en diversas obras francesas y españolas para sus creaciones:

«La consecuencia que el tal Bonafoux ('Aramis' en el Helicón) saca de todo esto, es que yo soy un plagiario que le ha robado a Zola una bellísima página que tomé de un libro suyo antes de escribirlo él; que La Regenta no es más que una mala traducción de Madame Bovary; y Zurita, el mismísimo Bovary en persona;  y mi 'Pipá', ¡oh colmo de venganza!, una copia del 'Periquín', de Fernanflor. [...]
Todo lo demás que he copiado en este mundo, según Bonafoux, está sacado de Madame Bovary [...] Bonafoux debe de haber leído hace muy poco tiempo Madame Bovary, y está con tal lectura como niño con zapatos nuevos; y todo lo que ve se le antoja -o tal finge- copiado de Madame Bovary [...] No quiero entrar en filosofías sobre lo que es plagio y no es plagio [...] El señor Bonafoux debe de saber que plagio recuerda el nombre del castigo a que condenaban los romanos a ciertos criminales: ad plagas (el señor Bonafoux lo sabrá, pero no por el Diccionario de la Academia, que no lo dice); pues bien, a esos latigazos condenaría yo a cuantos copian o imitan muy de cerca literatura ajena. [...]
Bonafoux asegura que cierta novela mía, titulada La Regenta, es plagio de Madame Bovary, y para ello se funda en que madame Bovary va una noche al teatro con su marido y allí se encuentra con su amante, y no pasa en el teatro nada de particular; y en La Regenta también va la protagonista al teatro, y allí está un señor que quiere decirle que la adora, pero que todavía no se lo ha dicho. Tenemos como prueba del plagio, un teatro: teatro en Madame Bovary, teatro en La Regenta. Un marido: marido en Madame Bovary, marido en La Regenta; una esposa (id., id., id.); un amante en Madame Bovary, un pretendiente inconfeso en La Regenta. Ese es el plagio, esa es la mala traducción de la novela de Flaubert. [...]
¡Cuántas novelas podría yo citarle, anteriores y posteriores a la de Flaubert, en que hay escenas de marido, amante y mujer en el teatro! ¡Quinientas! Ahora mismo recuerdo (y conste que yo leo pocas novelas), me acuerdo de Guerra y paz, de Tolstoi, en que a cada momento se va al teatro la acción; Ana Karenina, del mismo Tolstoi; Mesonges, de Paul Bourget; El primo Basilio, de Eça de Queiroz...¡Qué sé yo!
En Madame Bovary, la escena del teatro es un episodio insignificante, de los de menos relieve; en mi novela es un largo capítulo en el que se estudia el alma de La Regenta por muchos lados, un capítulo de los principales para la acción interna del libro; además, Flaubert no se propone pintar el teatro de provincia en este episodio de su novela, y yo en el mío sí, y como Dios me da a entender, describo el coliseo de mi pueblo sin acordarme de que hay Flaubert en el mundo, y recordando sólo mil incidentes históricos almacenados en mi memoria, enamorada de los años de la infancia y primera juventud.
Otrosí: contestando yo a una cariñosa carta del gran poeta Zorrilla, le decía que iba a señalar mi gran admiración a su Don Juan Tenorio en un largo capítulo de mi primera novela y, en efecto, fue así. Pero hay más. La idea de pintar el efecto que produce en un alma de cierto temple poético el Don Juan, de Zorrilla, visto por primera vez en la plena juventud, no es original de Clarín, señor Bonafoux; pero no la tomé de Flaubert. En Madame Bovary la representación de Lucía poco o nada importa al autor ni a la protagonista, y apenas se habla de ella. Algo más parecido a lo que sucede en La Regenta, se puede ver en Miss Broun [sic], de la ilustre Violeta Paget (Vernon Lee). Pero la novela inglesa se publicó dos años después que La Regenta. No obstante, según el sistema de los plagios proféticos de Bonafoux, puedo yo haber plagiado a Vernon Lee: la tomé de la realidad. La digna y joven esposa de un pintor notable vio por primera vez al Don Juan casada ya, y un amigo mío, Felix Aramburu, poeta y notable escritor de Derecho Penal, fue quien observó la admiración interesante, simpática y significativa que aquella dama experimentó, y que quería comunicar a otros espectadores, incapaces de gustar toda la fresca y brillante hermosura del drama de Zorrilla, que sabían de memoria; a mi amigo Aramburu debo el original de este apunte, y a mí propio la ocurrencia, feliz o infeliz, de aprovecharlo.
Cuando escribí este capítulo del teatro, no pensaba en Madame Bovary ni con cien leguas; diez o doce años hacía que lo había leído. Pero aunque me hubiera acordado de ella, sin el menor escrúpulo hubiera escrito todo lo escrito; pues, en efecto, no hay parecido ni remoto en lo que Bonafoux llama plagio. Ni por el propósito, ni por el asunto, ni por la forma, ni por la importancia en la economía de la obra, hay analogías de ninguna clase. Léanse ambos episodios, y se podrá ver más claro lo que digo. Siempre me encontrará Bonafoux copiando...lo que veo, pero no lo que leo.»


Los folletos en que ambos defendieron sus posturas -el ya mencionado de Clarín y Yo y el plagiario Clarín, de Bonafoux- fueron, como recordará Enrique Gómez Carrillo, la comidilla  de los cenáculos literarios: «La gran pelea relativa a los 'plagios' de Madame Bovary estaba entonces muy fresca. En las vidrieras de las librerías, lo más aparente era un par de 'folletos' titulados Mis plagios y  Yo y el plagiario Clarín. Y en nuestra tertulia, que no solía variar muy a menudo de temas literarios, no había día en que alguien dejase de evocar el debate de las páginas robadas a Flaubert por el autor de La Regenta».


Arturo Ramoneda. «Álbum». A: Leopoldo Alas «Clarín» . La Regenta. Alianza, 1996. P. 51- 55.







divendres, 17 de gener del 2014

notes a peu de pàgina (III): mètode ricky martin


De la confitería nueva salían chorros de gas que deslumbraban a los vetustenses, no acostumbrados a tales despilfarros de gas. Don Álvaro veía a la Regenta envuelta en aquella claridad de batería de teatro y notó en la primera mirada que no era ya la mujer distraída de aquella tarde. Sin saber por qué, le había desanimado la mirada plácida, franca, tranquila de poco antes, y sin mayor fundamento, la de ahora(17), tímida, rápida, miedosa, le pareció una esperanza más, la sumisión de Ana, el triunfo. (Cap. IX).

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(17) la de ahora: Enlaza aquí la acción con el último momento narrado en el capítulo anterior, según un procedimiento muy generalizado en La Regenta que Alarcos ha descrito como de «dos pasitos adelante y uno atrás». La novela, en efecto, nos deja en VII en el momento en que Ana, tras la confesión, pasa ante los balcones de los Vegallana. En IX la narración se precipita hacia adelante: Ana, en lugar de dirigirse a su casa escapa a la fuente de Mari Pepa. Comienza entonces el paso atrás hacia la confesión rememorada desde el presente, y que es el vacío sobre el que se ha saltado desde III hasta VIII. Ahora, llenando el vacío, volvemos a recobrar el presente. Y, sin embargo, en XI, y a través de De Pas, volvemos atrás a la confesión, incorporándole nuevos datos. En la segunda parte de la novela, al acelerarse la narración, los saltos adelante-atrás se harán más frecuentes: Rutherford piensa que este procedimiento tiende a desviar la atención desde la intriga hacia la caracterización, conectando los acontecimientos con los personajes más que con otros acontecimientos. Lo que importa no es la acción en sí misma, sino sus efectos sobre los personajes afectados.

Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. Ed. de Juan Oleza. Cátedra, 1984. Vol. I, P. 419.



dijous, 16 de gener del 2014

notes a peu de pàgina (II): perspectiva esglaonada


La Regenta recordaba todo esto como va escrito (15), incluso el diálogo. (Cap. III).

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(15como va escrito: Compruébese el escalonamiento de perspectivas de este pasaje. El narrador cuenta que Ana, preparando su confesión general, retrocede a su infancia (primer nivel). Ana adulta recuerda a Ana niña y sus problemas (segundo nivel). Subsumida en Ana niña, ve desde sus ojos y cuenta con su lengua de niña cómo una noche escapó de su casa (tercer nivel). Ana y Germán recuerdan, por vía directa, esa misma noche, el principio de su escapada (cuarto nivel). El narrador recupera la palabra para juzgar la «composición», posterior a los hechos, del relato (quinto nivel). De hecho, y resumido en fórmula: el narrador cuenta al lector (primer nivel) que Ana adulta narra a Ana adulta (segundo nivel), lo que Ana niña narra a Ana adulta (quinto nivel), recordando lo que Ana niña narraba a Germán la noche que se encontraron en la barca (tercer nivel) y lo que Ana y Germán niños se dijeron (cuarto nivel). Cuando los hechos (cuarto nivel) llegan al lector, han pasado por toda una serie de intermediarios, que los perspectivizan y mediante los cuales, casi inadvertiblemente, el autor-narrador se ha ido desembarazando de la responsabilidad directa de narrar, dejando la palabra a su personaje en diversos escalones o grados de narración.

Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. Ed. de Juan Oleza. Cátedra, 1984. Vol. I, P. 209.




dimecres, 15 de gener del 2014

notes a peu de pàgina (I): presentació indirecta


Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo(1). (Cap. III)

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(1) Por fin entra en acción la Regenta y, sin embargo, a pesar de no haber aparecido hasta ahora, conocemos de ella muchas cosas a través de la preocupación que causa en el Cabildo su cambio de confesor, de los sentimientos ocultos de Saturnino Bermúdez, de los pilluelos que, desde la torre, han visto a don Fermín tomar posesión de Vetusta con su catalejo. Esto es, sabemos de Ana a través de otros personajes. Es ésta una técnica característica de presentación indirecta, por mediación de los personajes, de la que Clarín hará un uso extremado en La Regenta (también Fermín le ha sido presentado al lector a través de Bismarck y Celedonio. Rutherford (1974) ha hecho un brillante análisis de este procedimiento, que se combina con el uso, por el narrador, de las palabras de otros personajes, a los que se cita en su modo peculiar de expresarse, calificando, juzgando, opinando sobre el personaje descrito. Con ambos procedimientos, incluso cuando el narrador se centra en una pequeña área (la torre en el capítulo I, con Bismarck y Celedonio), flota por todas partes la sensación de una sociedad compleja y muy poblada (Bismarck y Celedonio hablan de lo que han oído decir a don Custodio y al campanero sobre don Fermín). Más que ningún otro procedimiento narrativo, el de la presentación o visión indirecta permite a la novela abarcar una sociedad muy compleja, por medios sintéticos, y sin tener que recurrir a una descripción generalizada de la misma que, forzosamente, habría de resultar simplificadora. El procedimiento, por otra parte, sugiere la idea de que cada identidad lo es en función del contexto, de su posición en una red de relaciones interpersonales. El procedimiento llega a complicarse hasta el infinito, de forma que no sólo tendremos la opinión, por ejemplo, de A sobre B, sino las opiniones de B sobre las opiniones que A tiene sobre B y así sucesivamente.


Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. Ed. de Juan Oleza. Cátedra, 1984. Vol. I, P. 196.




dimarts, 14 de gener del 2014

la regenta a ca l'allau


Crec que encara no ho havia anunciat, però resulta que l'Allau, del blog The Daily Avalanche, serà l'encarregat de donar el tret de sortida —ara me l'he imaginat, pistola en mà, buidant el carregador contra la cúpula central de la biblioteca, mentre la concurrència, cos a terra, camina amb els colzes fugint dels casquets— el dia de la trobada per comentar La Regenta, ço és, el dimarts 28 de gener, a les vuit del vespre.
No és pas la primera vegada que el tindrem de cos present, que ja ens ha acompanyat en dues ocasions: les Esperances de Dickens i la Karènina de Tolstoi.
El cas és que l'Allau ha publicat un parell d'apunts sobre La Regenta al seu blog i us ho volia fer saber.

(addenda 16|01|2014)



dilluns, 13 de gener del 2014

el narrador


LEOPOLDO ALAS escogió para su Regenta la voz, las palabras de un narrador omnisciente. Alguien que ni forma parte del mundo que nos narra, ni pertenece tampoco al mundo de los hombres. Sus atributos, omnisciencia, ubicuidad y omnipotencia sobrepasan con mucho la natural contingencia humana —a la que está circunscrito Leopoldo Alas—, y la natural contingencia de un posible narrador-personaje verosímil.
[...] Pero la impersonalidad del narrador defendida por la escuela naturalista y también por Clarín, no es respetada completamente por el narrador de La Regenta. En algunas ocasiones, no muchas, asoma en la novela como «autor» y se dirige al lector directamente:
Cap. I: «Frígilis, personaje darwinista que encontraremos más adelante»
Cap. II: «Por este tiempo fue cuando se quiso excomulgar a don Pompeyo Guimarán, personaje que se encontrará más adelante»
Cap. VI: «...otra cosa que no pertenece a esta historia»
[...] El narrador de La Regenta se vale del estilo indirecto libre cuando quiere que su voz se confunda con la de cierto personaje, de tal modo que nos parezca que el narrador habla desde dentro de él. También he aludido ya a un determinado uso de las palabras en cursiva, cuando, siendo el narrador quien habla, quiere distinguir esas palabras, indicando que, más que a él, pertenecen a un determinado personaje de la novela, son las que éste utilizaría.
En cuanto a las relaciones temporales que establece el narrador con lo narrado, leemos al abrir La Regenta:
«La heroica ciudad dormía la siesta. El viento del sur, caliente y perezoso empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte.»
El narrador utiliza el verbo en pretérito imperfecto, «dormía», por tanto, la acción queda fijada en un pasado (imperfecto durativo) respecto a él. El narrador se sitúa en el futuro de lo narrado.
La ventajosa circunstancia temporal en que se coloca, respaldada por su omnisciencia, le permite ir avanzando al lector una serie de «pistas» de lo que irá sucediendo, pistas que el lector no puede reconocer como tales hasta los momentos en que tienen lugar los hechos, pero que, de algún modo, le permiten imaginarlos. Así, elementos a los que no concedemos demasiada importancia o que no sabemos cuánta o cuál debemos concederles, se nos revelan cargados de significación cuando llegamos a determinados puntos del relato.
[...] A mi juicio, el exponente más importante de esta actitud del narrador con respecto a las anticipaciones significativas radica en que la última escena de la novela nos esté remitiendo continuamente al principio de la acción. Se nos revela así que en el inicio de la obra están colocados muchos de los elementos que aparecerán para configurar su final. Es tal la importancia de estos elementos, que podemos afirmar que La Regenta posee, en virtud de ellos, una estructura circular.
Celina Alegre. Afinidades peligrosas. Un estudio sobre «La Regenta». Pagès, 1992. P. 45-51.

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Ibídem. P 76-77.




dijous, 9 de gener del 2014

l'estructura


Vamos a examinar la estructura del organismo que es La Regenta, no perdiendo de vista esta relación constante y absoluta entre el complejo espacio temporal humano representado y el conjunto lingüístico que lo representa.
[...] Cualquier lector superficial puede descubrir en La Regenta dos partes, de igual extensión aproximadamente, una que llamaríamos presentativa (capítulo I a XV) y otra propiamente activa (cap. XVI a XXX).
En efecto, los quince primeros capítulos se desarrollan en tres días (el 2, el 3 y el 4 de octubre); los quince finales se deslizan desde el noviembre siguiente hasta el octubre de tres años después. El tiempo narrado se distribuye, por tanto, muy desigualmente a lo largo de la novela; parece que al principio predomina un tempo narrativo moroso, lento, que al final se precipita. El tempo es una noción musical; se refiere a la mayor o menor cantidad de tiempo narrado en el tiempo real en que se produce la narración. ¿Qué hechos suceden tan importantes para que tres solos días ocupen quince largos capítulos? Puede decirse que no sucede nada; los sucesos aparecen sólo en la segunda parte. El tempo lento del principio no se debe a que Clarín trate de reflejar un tiempo psicológico muy preñado en sus personajes. Esta desproporción temporal de una y otra parte se debe a varias causas: para desarrollar la acción que durará tres años, Clarín necesita presentar a los personajes, los ambientes; para presentarlos, para explicárnoslos, necesita tomar base en el pasado; así aunque la poca acción de los quince primeros capítulos pase en tres días, hay en ellos grandes sedimentos de años anteriores, que nos son presentados, en general, no directamente en narración, sino mediatamente a través de una especie de monólogo interior alálico de los personajes. [...] Es decir, no es el autor el que desplaza a los lectores a lo retrospectivo para explicar lo presente; se las arregla para que la base retrospectiva que requiere el conocimiento por el lector de los personajes, se presente cuando el personaje quiere, y es éste el que, como recuerdo, sensación o pensamiento, nos lo comunica. Así, si la acción de quince capítulos abarca tres días solos, este sustrato de años y años anteriores que nos ofrecen los personajes, produce la sensación de que el tiempo acumulado en esos capítulos es mucho mayor, y por tanto el tempo de narración no es tan lento como parece en un principio.
Por otro lado, la presentación de la novela requiere al principio un predominio de lo estático sobre lo dinámico. Un modo descriptivo espacial tiene que dominar sobre el modo temporal, puramente narrativo. La mayor amplitud de páginas de la presentación, se debe, pues, también al predominio de descripción del ambiente. Al ofrecernos su novela, no sólo nos pone Clarín delante de sus agonistas, sino también la escena, el coro sobre el que aquéllos van a «agonizar». Escena y coro que son una y sola cosa: la Vetusta material y espiritual: piedras, paisajes, hombres. Este coro es tan importante que cabe preguntarse: ¿se escribió La Regenta para contarnos lo que hizo en Vetusta esta dama, o bien lo que hizo Vetusta en torno a doña Ana? ¿Se nos cuenta la historia de la Ozores por su valor intrínseco o sólo para mostrarnos la historia de Vetusta?
La aparente mayor rapidez de la segunda parte de la novela se debe a lo contrario. Presentados los personajes, todo excurso ambiental o retrospectivo es innecesario; así, el modo puramente narrativo va a predominar. El lector, una vez efectuado el conocimiento de ambientes y personajes, se atiene casi exclusivamente al hilo narrativo, a la acción pura; por tanto, el autor (que consciente o inconscientemente al escribir piensa en mantener despierto al lector) tiende a eliminar, a podar, a dar lo esencial.
[...] La causa de la concisión, de la parsimonia de vocablos al final, es aquella creencia: «abreviar razones y palabras según se acerca el final». Ya conocemos los personajes, tenemos prisa por acabar (como lectores) llevados del impulso de la acción; análisis interiores nos detendrían, chocarían, entorpecerían la creciente rapidez con que se lee una novela al irla terminando.
El examen de la temporalidad en la novela, en su relación con el tempo o velocidad narrativa, nos lleva a estas consecuencias. Dos partes: morosa, estática, espacial, descriptiva, retrospectiva, en suma, presentativa la primera; rápida, dinámica, temporal, narrativa, presente, en suma, activa la segunda.

Emilio Alarcos Llorach. «Notas a La Regenta». A: Sergio Beser, ed. Clarín y La Regenta. Ariel, 1982. P. 229-232.



dimecres, 8 de gener del 2014

l'espai


Il·lustració de Miguel Sobrino.

El recuerdo de La Regenta que quedará en un lector medio, es el de una novela que narra la historia de unas relaciones cambiantes, desarrolladas entre un grupo de cuatro personajes, o mejor, entre la protagonista y sus tres satélites, marido, confesor y seductor. Y así persiste en el recuerdo, historia de relaciones y personajes situados y presionados por un ambiente, la ciudad provinciana de nombre Vetusta. Ciudad que es resultado literario de la presentación de unos espacios físicos y una larga serie de personajes y personajillos que se mueven por ella. Vetusta es la Encimada, más la Colonia, más el teatro, más la catedral, más el palacio de los Vegallana, etc.; pero es todo eso más las gentes del casino, más los canónigos, más los obreros del paseo del Boulevard, más Bermúdez, más el médico Somoza, más doña Petronila, etc. Vetusta, medio social que como sostenía el naturalismo defendido por Alas, modifica los fenómenos, es confluencia de personajes y espacios, situados en un tiempo determinado. Se establece así una reciprocidad: Vetusta, como medio, es la resultante de las gentes que la habitan, modificadas, a su vez, por el medio en que viven, Vetusta. La exigencia, asumida por el autor, de situar al personaje en «su» ambiente, provoca que los espacios seleccionados, en que se fragmenta y particulariza la ciudad, alcancen una especial importancia. Esta importancia, unida al acierto de su realización literaria, ha hecho que ya desde el momento de su publicación algunos comentaristas y críticos de la obra se preguntaran si el verdadero protagonista de la obra no era Vetusta. Y no hay duda: lo que el autor quiere narrar y narra es, en primer lugar, la peripecia vital de un personaje, eso sí, en un tiempo y un lugar determinados; peripecia desarrollada a partir de un pasado, un temperamento y en relación transformadora con un grupo de personajes. Pero, en la memoria de la lectura de la obra, los escenarios permanecen grabados con una fuerza especial, y los personajes son recordados situados en un escenario físico determinado: Magistral en el campanario, en su despacho, tras el balcón de su casa; Álvaro en una comida del casino, en el palco del teatro, a caballo llegando a la Encimada, etc.

Sergio Beser. «Espacios y objetos en La Regenta». A: Frank Durand (ed.). El escritor y la crítica. La Regenta. Taurus, 1988. P. 47-68.

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Centro Virtual Cervantes. La Vetusta de Clarín.


divendres, 3 de gener del 2014

the city of heroes was having a nap


John Rutherford, el traductor de La Regenta a l'anglès.

[Nota de la copista: Això que ve ara és una conversa entre Yvan Lissorges, Jean-François Botrel -dos dels participants en la darrera traducció de La regenta al francès (i dic dos, perquè es tracta d'una traducció feta a deu mans!)- i John Rutherford, el traductor a l'anglès. Només us n'ofereixo les intervencions d'en Rutherford, però us recomano que llegiu el document sencer. El trobareu aquí.]

Yo traduje La Regenta, simplemente, porque me parecía, y me parece, una novela tan maravillosa que era imposible que siguiese sin haber traducciones inglesas de ella. Fue una decisión fácil en ese sentido, pero difícil en otro.
Aquí voy a hablar un poco del desprestigio inmerecido de la traducción literaria. Cuando me propuso la editorial Penguin Books la traducción de La Regenta, yo era muy joven, estaba empezando mi carrera académica, tenía 32 años, igual que tenía Clarín cuando escribió La Regenta. Y tuve que tomar una decisión difícil, importante, porque todos los colegas a quienes consulté me aconsejaron que no tradujera, si tenía ambiciones académicas.
En los comités que juzgan las cátedras, la traducción se consideraba como una actividad inferior; consideraban que el académico en lenguas modernas tenía que escribir artículos y libros de crítica e historia literaria; consideraban que traducir era algo que hacía aquel que no era capaz de hacer crítica literaria. Fue una decisión muy difícil; a los 32 años tuve que decidir si traducir esta novela maravillosa y, quizás, olvidarme de cualquier ambición académica que pudiera tener, o hacer aquello que realmente quería hacer. Y me alegro muchísimo de haber decidido en aquel momento que no quería ser catedrático, que estaba muy contento con ser un profesor normal de universidad, que me encantaba aquel trabajo. Y decidí traducir. Pero resultó un sacrificio, supongo bastante considerable, para aquel joven profesor universitario.
Esto demuestra, como digo, la increíble manera en que casi siempre los que no traducen minusvaloran esta actividad. Yo decidí, y sigo pensando igual que entonces, que el mejor servicio que puede prestar un profesor universitario de lenguas modernas a la comunidad, en general, es traducir bien buenas obras. Después de todo, mi Regenta no se ha vendido de manera maravillosa, pero la lee mucha gente; y las críticas literarias que pueda hacer de La Regenta, que también me alegro de haber hecho, las lee mucha menos gente. La mejor manera de ayudar, de servir, a la comunidad y a Leopoldo Alas es traduciendo. Así que decidí traducir.
Quería también realzar una cosa que ha sugerido Yvan, que es muy importante. Nuestras traducciones son traducciones hechas con amor; con muchísimo cuidado. Serán malas o buenas -creo que las dos son muy buenas-, pero en todo caso son muy cuidadas, muy concienzudas. Ese tipo de traducciones sólo las podemos hacer quienes tenemos otra fuente de ingresos. Un traductor profesional no puede traducir así. Si yo dependiese de mis ingresos como traductor habría muerto de hambre mucho antes de terminar la traducción de La Regenta; y El Quijote que acabo de traducir se vende mejor pero ni El Quijote me proporciona unos ingresos con qué vivir. Está muy bien hablar de traducir de manera muy minuciosa, discutiendo todo detalle, que es la manera ideal de traducir; pero la mayoría de las traducciones las hacen traductores profesionales que no se pueden permitir estos lujos.
En cuanto a la estrategia general, yo coincidí con los traductores franceses -por casualidad, pues no hablamos en aquellos tiempos sobre la traducción- en cuanto a la modernización: yo también decidí conservar todo lo posible el aire de época en mi traducción. Recuerdo que pasé bastante tiempo buscando palabras dudosas en diccionarios ingleses de finales del siglo XIX, porque decidí no usar ninguna palabra que no se usase en el inglés de finales dels siglo pasado -me habré equivocado algunas veces, pero lo intenté-. No busqué imitar el estilo -eso habría sido absurdo-, pero sí procuré conservar mucho el aire de época y en la práctica eso significó para mí -gracias a unos permisos sabáticos para dedicarme a la traducción- pasar las mañanas traduciendo y las tardes leyendo novelas inglesas del siglo XIX.
Así que en esto, desde luego, hemos coincidido, como también en procurar hacer la traducción más exacta y fiel posible.
[...] Si queremos hacerle justicia, en este caso a Leopoldo Alas y a su gran novela, tenemos que atrevernos, como hicieron los franceses en la traducción del título(1), a ser tan creativos, tan juguetones con las palabras, como el autor original. Si nos acercamos a la labor traductora con actitudes de modestia, de inferioridad...no vamos a poder hacer esto. Este atrevimiento de los franceses de inventar una nueva palabra francesa basada en la palabra española es un ejemplo magnífico de lo que yo llamo extranjerización y de la falta de modestia del traductor. También demuestra que la traducción literaria tiene que ser sumamente creativa para que sea buena. Para crear hay que atreverse bastante. Así que aplaudo esa decisión de los franceses.
En inglés hice algo parecido. No tan radical, quizás, pero algo parecido. Le di mil vueltas. Una equivalencia de regenta en inglés no era posible: requiere el sufijo -ess, que suena horrible: The Regentess suena tan mal en inglés que era imposible ponerlo como título. Por ello, durante muchos años, yo me había resignado a poner un título meramente descriptivo, muy pobre, muy falto de atracción, The judge's wife -La mujer del juez-. No me gustaba aquel título pero no se me ocurría otro mejor; no me gustaba porque La Regenta en español es un título muy enigmático que hace pensar en otra cosa que no va a ser la novela. Para cualquier español del siglo XIX una regenta sería la mujer que reinaba en un país cuando el rey era menor de edad o estaba loco o circunstancias así. La Regenta para cualquier español de entonces y de ahora es un título muy enigmático.
Al final decidí simplemente resolver el asunto no traduciendo, que también es un acto de extranjerización muy radical. La versión inglesa de La Regenta se titula La Regenta, simplemente; con pronunciación inglesa. En ese sentido supongo que también he inventado otra palabra inglesa, que todavía no ha entrado en los diccionarios pero...quién sabe.
[...] Estoy totalmente de acuerdo con mis colegas franceses en la importancia suprema del ritmo. A veces me preguntan por qué traduzco The city of heroes y no lo que parece una traducción más directa, The heroic city; y el motivo es, precisamente, el ritmo. Después de haber traducido La Regenta percibí que esta primera oración es rítmicamente un verso de arte mayor, aquel tipo de poesía tan usada en el siglo XV. Este uso quizá también es una crítica implícita de esta Vetusta, de esta ciudad tan antigua y decrépita. El ritmo del arte mayor:
Al muy prepotente don Juan el Segundo
aquel con quien Júpiter tuvo tal celo
tus casos falaces fortuna cantamos
estados de gentes que giras y trocas
La heroica ciudad dormía la siesta
No sé si esto habrá sido una elección consciente, deliberada, de Clarín, o no, pero realmente no importa, está ahí. The heroic city ya no tiene aquel ritmo marcado y machacón de tres que tiene The city of heroes, sintagma que elegí por razones puramente rítmicas.
Otra pregunta que me hacen muchos es por qué no traduje siesta como siesta, ya que soy un traductor extranjerizante y me gusta conservar, en lo que puedo, los aires extraños, raros del original. Una forma de hacerlo habría sido mantener la palabra siesta, que existe y es muy común en el idioma inglés como préstamo español. El problema de siesta en inglés son sus connotaciones: siesta sugiere aquella visión estereotipada de España de sol, vino, toros, playas...Siesta tiene connotaciones muy románticas para un lector inglés que son exactamente lo contrario de lo que requiere el predicado de esta oración, con su abrupta e irónica transición o bajada desde lo heroico, desde lo sublime del principio hasta lo casi ridículo al final: La heroica ciudad...dormía la siesta. Por eso yo escogí la palabra más básica, más normal, menos romántica, que existe en inglés para dormir por la tarde, que es nap. Y así quedó The city of heroes was having a nap.
También quería precisar una cosa. Cuando hablo de que el traductor no debe ser modesto y debe ser, intentar ser al menos, tan creativo como el autor original no me refiero a la idea de ser muy libre en su traducción. Precisamente yo creo que otra característica que tienen en común las traducciones inglesa y francesa es que son traducciones muy exactas, que no se toman libertades con el texto original. Muchas veces se afirma que hay que elegir entre dos tipos de traducción: la fiel y exacta y la libre y creativa. Estoy totalmente en desacuerdo con esta dicotomía. Creo firmemente que una traducción exacta puede ser muy creativa también. De hecho trabajar dentro de unos estrechos límites formales, que son los que impone la necesidad de traducir exactamente, es un estímulo de la creatividad. Creo que es posible, es lo que intento practicar, una traducción fiel y exacta y, al mismo tiempo, creativa. Los límites formales, por ejemplo de la versificación tradicional española, del soneto, no impiden, no restringen la creatividad de un Quevedo o de un Góngora, ni de tantos poetas que escribieron sonetos; al contrario, estimulan, acicatean esa creatividad. Por eso en mi opinión, el traductor para ser muy exacto, necesita ser muy creativo, también.
[...] Volviendo a la primera oración, creo que es importante conservar su extraordinaria brevedad, pues es una cualidad de La Regenta. La novela española decimonónica suele empezar con oraciones bastante amplias. Las novelas de Pérez Galdós, de Pardo Bazán, acostumbran a empezar así. Y esta oración que apenas empezada ya termina es otra de las sorpresas de La Regenta.
Sólo hay otra novela, que yo conozca, del siglo XIX que rivalice con La Regenta en cuanto a la brevedad de su primera oración. Es El amigo manso, cuya primera oración es Yo no existo, que es aún más breve...
[...] Respecto al adjetivo de la ciudad, podría haber traducido heroic o incluso heroical, pero entre las varias alternativas siempre hay que elegir y siempre hay matices que se pierden. Yo sabía del lema del escudo de Oviedo -la muy noble y heroica ciudad de Oviedo- pero decidí a favor, no sé si hice bien, del ritmo; porque el lector inglés, si no tiene una nota a pie de página, cosa que evito en lo posible, no sabe que existe tal lema describiendo a Oviedo, mientras que sí puede advertir este insistente ritmo de tres; por eso juzgué más importante el ritmo que los aspectos de la primera oración que remiten al lema de la ciudad de Oviedo.

[Nota de la copista: Yvan Lissorges comenta una particularitat estilística de Clarín, l'ús de les cometes en l'estil indirecte lliure, i explica que l'editor francès les volia fer desaparèixer. Rutherford diu al respecte:]
[...] A mí me pasó exactamente lo mismo. Mi corrector de estilo me insistió repetidamente que este estilo indirecto libre entre comillas no podía ser, que era una tontería, una barbaridad en inglés. Yo fui fuerte y atrevido y dije: «No, va a quedar así. Si le parece raro al lector inglés, mejor».
Precisamente para eso existen las traducciones. Para extrañar, para educar al lector, para que vea cosas que no ve en su propia literatura. Por eso yo insisto tanto en la importancia de extranjerizar la traducción. La conservación de las comillas en el estilo indirecto libre es un ejemplo de extranjerización también: exponer al lector a cosas que nunca vio en su propia literatura, para eso existe la traducción. Y el hecho es que este uso extraña bastante al lector al principio pero se va acostumbrando a estas comillas y las va aceptando a medida que lee la novela.
Y con esto tenemos que cerrar la sesión porque nuestra regenta me avisa de que es hora de acabar. Apenas hemos ido más allá de las primeras seis palabras pero espero que el diálogo haya sido interesante y divertido para ustedes.
Muchas gracias.

Jean François Botel, Yvan Lissorgues, John Rutherford. «De los problemas generales de la traducción de La Regenta». A: Leopoldo Alas: un clásico contemporáneo, (1901-2001). Actas del congreso celebrado en Oviedo (12-16 de noviembre de 2001). Vol 1. P. 467-484.



________________________
(1) La régente.
No me n'he pogut estar: en alemany es titula Die Präsidentin i en italià, La Presidentessa.





dijous, 2 de gener del 2014

catalans pel món


En Vetusta llueve casi todo el año, y los pocos días buenos se aprovechan para respirar el aire libre. Pero los paseos no están concurridos más que los días de fiesta. Las señoritas pobres, que son las más, no se resignan a enseñar el mismo vestido una tarde y otra, y siempre. De noche es otra cosa; se sale de trapillo, se recorre la parte nueva, la calle del Comercio, la plaza del Pan, que tiene soportales, aunque muy estrechos, el boulevard un poco más tarde, cuando ya está durmiendo la chusma. Y el pretexto es comprar algo. ¡En una casa hacen falta tantas cosas! Se entra en las tiendas, pero se compra poco. La calle del Comercio es el núcleo de estos paseos nocturnos y algo disimulados. Los caballeros van y vienen por la ancha acera y miran con mayor o menor descaro a las damas sentadas junto al mostrador. Con un ojo en las novedades de la estación y con otro en la calle, regatean los precios, y cazan lisonjas y señas al vuelo. Los mancebos son casi todos catalanes; pero pronuncian el castellano con suficiente corrección. Son amables, guapos casi todos. Los más tienen barba cortada a lo Jesucristo. Muchos ojos negros almibarados y rosas en las mejillas. Inclinan la cabeza con una languidez entre romántica y cachazuda; aquello lo mismo puede significar: «Señorita, abrigo una pasión secreta, que...» «Señorita, ni la paciencia de Job...pero tendré paciencia.»
—¡Oh, le estoy cansando a usted! —dice Visitación a un rubio con cuello de marinero, a quien ha hecho ya cargar con cincuenta piezas de percal.
—¡Ah, no señora! es mi obligación...y además lo hago con la mejor voluntad... —«El mancebo ha de ser incansable, para eso está allí.»
Visitación siempre tiene que hacer un mandilón para la criada, pero no se decide nunca. Otras noches es ella la que está desnuda.
—Me va a coger el invierno sin un hilo sobre mi cuerpo.
El mancebo sonríe con amabilidad, figurándose de buen grado a la dama delgada, pero de buenas formas, tiritando en camisa bajo los rigores de una nevada...
—¡No sea usted malo! ¡No sea usted tan material! —responde ella, turbándose como una niña aturdida que sospecha haber sido indiscreta, y clava en el mancebo los ojos risueños, arrugaditos, que Visitación cree que echan chispas. El catalán finge que se deja seducir por aquellos ojos y en cada vara rebaja un perro chico.
Visitación triunfa. Pero no sabe que el mismo percal se lo vendió a Obdulia rebajando un perro grande, y con una ganancia superior a la que podía esperar el mancebo sonriente y con barba de judio.

Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. 4a ed. Cátedra, 1989. P. 436-437. (Cap. IX).




dilluns, 30 de desembre del 2013

a ton pare vas que llegeixes la regenta



«En mayo de 1885 ocurrió en Oviedo un cierto incidente: un padre sorprendió a su hijo leyendo una novela. El hecho parece indiferente; no lo es. ¿No podrá un hijo de familia leer una novela? Sí y no: sí, con tal de que la novela sea anodina; no, si la novela es como La Regenta, de Clarín. Y La Regenta, el primer tomo de La Regenta, es lo que el mozo de la historia, historia verdadera, estaba leyendo. Se sulfuró el padre: se disculpó el hijo. Y la disculpa fue decir que la novela se la habían regalado. ¿Quién se la regaló? Su profesor: un profesor que regala novela, sus novelas, es cosa rara. Pero esta rareza ocurrió en Oviedo. Se divulgó la especie; se supo que no sólo a este joven, sino a otros veintiocho jóvenes, discípulos todos de don Leopoldo Alas, había regalado el catedrático sendos ejemplares del primer tomo de su novela. Cundió la alarma por Oviedo: todo indignación fue en la historia de Oviedo. Había que formular, como en estos casos es de cajón, una protesta. Y se formuló con voz autorizada y sapiente. Claro que, a su vez, Clarín había de protestar: protestar contra la protesta. Y sus discípulos también: en una nota firmada por los veintinueve discípulos, éstos dicen que no les ha regalado su profesor ninguna novela. Tengo ante la vista esa nota: el primer firmante es Gaspar C. Jovellanos; el último Joaquín Márquez Hernández; entre los firmantes figuran Ángel Corujo y Leopoldo Palacios. Clarín publicó también una larga carta en El Eco de Asturias, fechada el 12 de mayo de 1885». [Azorín. Abc, 11 d'octubre de 1947]
*
La voz sabia y autorizada que señala Azorín en su artículo corresponde a Fray Ramón Martínez Vigil, obispo a la sazón en Oviedo. En una pastoral fechada el 25 de abril de 1885, el mencionado obispo se ampara en la Constitución para recordar que el catolicismo es la Religión del Estado y tolera -lo que ya es demasiado para el citado obispo- las opiniones religiosas y el ejercicio privado de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana, pues «en muchas cátedras oficiales, sostenidas por los contribuyentes católicos, se salta por encima de esas dos barreras que la Constitución opone al error y se hace propaganda pública del ateísmo y de la corrupción. No hace muchos días que recibieron todos los alumnos de una cátedra de Derecho, como galardón y como estímulo, un libro saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas» (Pastoral, 25 de abril de 1885). Fray Ramón Vigil se lamenta también del silencio del claustro, tan punzante y disconforme en unos asuntos, pero tan silencioso en otros, como en el citado caso. Al final, el obispo de Oviedo llega a calificativos harto injuriosos contra la persona de Clarín, pues lo define como salteador de honras ajenas.
*
«Juro por Dios, y empeño mi palabra de honor que es absolutamente falso cuanto dice la pastoral sobre el reparto de libros en cátedra. Ni dentro ni fuera de la cátedra he dado a uno solo de mis discípulos, cuanto más a todos, un solo ejemplar de mi novela; ni por accidente la he mentado en clase». [Carta de Clarín, adreçada al bisbe, publicada a El Eco de Asturias l'12 de maig de 1885]
*
«Muy Sr. mío: Si como Vd. afirma en su carta de 11 del corriente, y yo creo, no ha distribuido a sus discípulos el libro comprendido, o que algunos creen aludido, en mi pastoral del 25 del mes último, me complazco en ello y por ello le felicito. -Soy su affmo. s.s. y capellán q.b.s.m.- El Obispo de Oviedo ». [Carta privada del bisbe a Clarín, 15 maig de 1885].


Enrique Rubio Cremades. La Regenta, de Clarín. Síntesis, 2006. P. 61- 63.




divendres, 27 de desembre del 2013

la primera edició



A mediados de 1883 el autor se había comprometido a publicar La Regenta con la editorial barcelonesa de Daniel Cortezo, de cuya revista Arte y Letras era colaborador. La edición, por la que cobró dos mil trescientas cincuenta pesetas, fue laboriosa: la composición sobre sus cuartillas indescifrables enviadas sin guardar copia, la complicada corrección de pruebas con desesperantes erratas sin enmendar…El autor estaba inquieto por conocer el juicio que podía merecer aquel primer ensayo novelesco que había concebido como obra de arte, según confiaba a su amigo de infancia Pepe Quevedo (21 de mayo de 1885): «¡Si vieras qué emoción tan extraña fue para mí la de terminar por la primera vez de mi vida (a los treinta y tres años) una obra de arte!».
La recepción de la primera edición conllevó los mortificantes silencios de El Imparcial y El Liberal pero notorias satisfacciones epistolares de Galdós, Giner de los Ríos, Pereda, Campoamor, Menéndez Pelayo, González Serrano, Jacinto Octavio Picón…Le dolió, en cambio, que Palacio Valdés, otro amigo de adolescencia, le elogiara un poco el primer tomo pero no dijera palabra del segundo. Antes de que la edición se completara se produjo la inesperada intervención del obispo de Oviedo, Ramón Martínez Vigil, que censuró públicamente aquel libro «cargado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas» que —según él— se había distribuido entre los alumnos de cierta cátedra de Derecho sin que protestaran los compañeros del profesorado. Tachado Clarín de «salteador de honras ajenas» por el prelado, le respondió con una irónica misiva que reprodujeron algunos periódicos ovetenses y madrileños, donde desmentía lo del regalo —¿cómo iba a regalar novelas si de venderlas vivía o, al menos, cenaba?— y afirmaba la moralidad de La Regenta, «sátira de malas costumbres, sin necesidad de aludir a nadie directamente». Hasta doce años después no desveló que el modelo físico de su magistral había sido el elegante canónigo José María de Cos, pasiego como el don Fermín de la ficción, que de la catedral de Oviedo fue elevado a la mitra de Mondoñedo en 1885 y al capelo cardenalicio, siendo arzobispo de Valladolid, en 1912.

Cecilio Alonso. Historia de la literatura española. Hacia una literatura nacional: 1880-1900. Crítica, 2010. Vol. 5. P. 551.

*  *
Es justo subrayar, a este propósito, la importancia decisiva que tuvo la intervención de José Yxart, director literario, desde mediados de 1883, de la «Biblioteca Arte y Letras», en la publicación de La Regenta. Según afirma el propio Leopoldo Alas, en un artículo necrológico publicado el 25 de junio de 1895 en La Publicidad de Barcelona a raíz de la muerte del eminente crítico [...]:
Él fue quien, por caridad, por simpatía, se tomó el trabajo de corregir las pruebas de mi novela La Regenta, de primera intención; y todavía recuerdo que en uno de los capítulos, el final, al margen de las galeradas, se leía, de puño y letra del malogrado crítico, un comentario breve, entre signos de admiración, que fue para mí uno de los mejores premios de mi larga vida literaria.
¡Era tan espontáneo aquel arranque! Después, cuando el primer tomo de mi novela salió a la luz, la primera carta de felicitación y de crítica benévola, que me halagó infinito, fue de Yxart, que generoso, noble, entusiasta, llenaba pliegos y pliegos de observaciones que me sabían a gloria.

 Antonio Vilanova. Nueva lectura de «La Regenta» de Clarín. Anagrama, 2001, P. 15.

*  *
 [...] En realidad, esas exigencias editoriales, impuestas por la imposibilidad de publicar un volumen de más de mil páginas, en una colección lujosa y profusamente ilustrada como la «Biblioteca Arte y Letras» de Daniel Cortezo, se deben a la desmesurada extensión que ha alcanzado la novela, aún sin terminar, circunstancia plenamente justificada por el ritmo moroso y retardatario de la acción novelesca, pero cuya exclusiva responsabilidad corresponde al propio Clarín. [...]
En cuanto a su error de cálculo respecto a las vastas proporciones que requiere el adecuado desarrollo del tema que plantea, que le ha obligado a duplicar la extensión de la novela, hay que achacarlo, sin la menor duda, a los peculiares métodos de trabajo utilizados por Clarín en la redacción de La Regenta. Novela que, según ha confesado su propio autor, fue escrita sobre la marcha, con varias interrupciones, pero con una celeridad increíble, arrostrando el grave riesgo del fragmentarismo y de la improvisación, que facilmente podía traer consigo el empleo de la técnica folletinesca de la novela por entregas.

Antonio Vilanova. Nueva lectura de «La Regenta» de Clarín. Anagrama, 2001, P. 18-19.




dijous, 19 de desembre del 2013

la lliçó de flaubert


Estas dos preocupaciones -aprovechamiento del tema común, cuidado obsesivo de la forma- eran indisociables en el autor de Madame Bovary. Extrañamente, los discípulos cercanos y remotos harán una división de ambas actitudes y tomaran partido por una en contra de la otra. Incluso en nuestros días puede rastrearse esa doble estirpe de novelistas, enemistados irreconciliablemente entre sí y que sin embargo reconocen a Flaubert como su maestro. La guerra entre «realistas» y «formalistas», que ven por igual a Madame Bovary como un libro precursor, es algo que empezó en vida de Flaubert. La influencia más inmediata que ejerció la novela fue sobre la generación de Zola, Daudet, Maupassant, Huysmans, escritores que la tuvieron siempre como modelo del tipo de realismo que ellos entronizaron oficialmente en la literatura francesa. Maupassant, en el prólogo de Pierre et Jean, afirma haber aprendido de boca de Flaubert ese axioma naturalista: que todo puede ser buen tema literario, aun lo más anodino y trivial, porque «la moindre chose contient un peu d'inconnu», y Émile Zola dedica a Flaubert el más entusiasta estudio en Les Romanciers naturalistes. Para este movimiento que hizo de los temas cotidianos el asunto primordial de la narrativa y que quiso sustituir los personajes excepcionales por hombres corrientes que son fiel reflejo de un medio social, el gran fresco literario donde habían quedado retratados Charles Bovary, Homais, Bournisien, Rodolphe, Léon y, sobre todo, Emma, fue objeto de culto y de imitación; y esto vale para otras literaturas en las que prendieron las tesis naturalistas, como España, donde la mejor novela del siglo XIX, La Regenta, de Leopoldo Alas, debe mucho a Madame Bovary. Sin embargo, los naturalistas no practicaron de manera ortodoxa la noción de realismo que plasma la novela de Flaubert. Ésta ganó para la ficción ciertas zonas inéditas de la experiencia humana, pero sin excluir las que eran desde hacía siglos el cuerpo de la narrativa. Este proceso totalizador se detuvo y empobreció porque los naturalistas se concentraron de modo excluyente en la descripción de lo cotidiano y lo social y porque adoptaron hábitos formales que se repetían mecánicamente de novela en novela. Algunos libros de Zola son todavía legibles y no hay duda que los cuentos de Maupassant tienen una notable calidad artística, pero, considerado como conjunto, el naturalismo dejó un saldo menor, porque los novelistas a menudo descuidaron la forma.
[...]Lo mediocre -lo normal- sólo llega a tener vida literaria si el creador consigue imbuirle cierta excepcionalidad (del mismo modo que lo excepcional sólo vive en literatura si se presenta con las facciones de una cierta normalidad), es decir, como una experiencia privilegiada y única. Lo notable de Madame Bovary es que sus seres vulgares, de ambiciones y problemas pedestres, impresionan, por obra de la estructura y la escritura que los crea, como seres fuera de lo común dentro de su manera de ser común. Muchos movimientos que se proclamaban realistas fracasaron porque para ellos el realismo consistía en tomar pedazos de la realidad común y genérica y describirla con la mayor fidelidad y una mínima elaboración artística. Una cosa no excluye la otra: la elección de un tema «realista» no exonera a un narrador de una responsabilidad formal, porque, sea cual sea la materia sobre la que escribe, todo en su libro será tributario en última instancia de la forma.

Mario Vargas Llosa. La orgía perpetua. Flaubert y Madame Bovary. Alfaguara, 2006. P. 215-217.



dimarts, 17 de desembre del 2013

la regenta, segons antonio vilanova


ENTREVISTA: ANTONIO VILANOVA
Todavía hoy La Regenta tiene dificultad para ser entendida
Infravalorada durante décadas, La Regenta es sin duda la gran novela española del siglo XIX. El catedrático, crítico y director literario barcelonés examina la obra y la figura de su creador en Nueva lectura de 'La Regenta' de Clarín, una sólida y penetrante recopilación de artículos que clausura el centenario de la muerte del autor zamorano.
IGNACIO ECHEVARRÍA 27 DIC 2001. El País.
A punto de concluir el año del primer centenario de la muerte de Leopoldo Alas, Clarín, Antonio Vilanova ha reunido en un volumen 'los estudios más valiosos y significativos sobre la obra literaria del gran crítico y novelista asturiano' publicados por él en los últimos quince años. En el más reciente, que da título al volumen, y que es de este mismo año, Vilanova propone una 'nueva lectura' de La Regenta, que corrige la más común que ha solido hacerse del libro. Catedrático emérito de la Universidad de Barcelona, donde ha enseñado literatura española y crítica literaria durante más de cuarenta años, Antonio Vilanova (Barcelona, 1923) es autor de importantes estudios literarios, pero ejerció también la crítica de actualidad en la revista Destino (una selección de sus artículos fue publicada bajo el título Novela y sociedad en la España de posguerra, 1995), y durante mucho tiempo ha dirigido para la editorial Lumen una colección fundamental para la normalización literaria del país: Palabra en el Tiempo.

PREGUNTA. A los 100 años de su muerte, ¿cuál es la posición de Clarín en el canon de la literatura española?
RESPUESTA. Pienso que está definitivamente consolidada. A nadie le cabe duda de que La Regenta es la gran novela del XIX español, si bien, cuando se dice esto, no hay que perder de vista a Galdós, que viene a ser algo así como el Balzac español, un autor por el que no se puede dejar de sentir el mayor respeto y admiración.
P. Parece, sin embargo, que debido a su prolongado eclipse, Clarín se libró de las animadversiones y de las andanadas que en todo este tiempo se fue ganando Galdós.
R. Es cierto. Pero es una triste manera de salvarse, ese silencio sepulcral en torno a uno.
P. ¿A qué atribuye usted que La Regenta tardara tanto tiempo en ganar crédito?
R. Ocurrieron dos cosas. La primera tiene que ver, qué duda cabe, con el anticlericalismo de Clarín, determinante a la hora de ganarle la hostilidad de media España. Poco antes de publicar La Regenta, Clarín se muestra tan temeroso de los ataques que pueda recibir como del vacío que, como bien sospecha, pretenderán hacerle. Pero al lado de eso está una inexplicable dificultad para, todavía hoy, leer La Regenta y enterarse de qué es lo que realmente pasa en la novela. Será que es demasiado larga o complicada... El caso es que demasiado a menudo ha sido leída muy por encima, reparándose únicamente en lo más notorio y escandaloso, que es la sátira feroz contra el mundo clerical de Vetusta y todo eso, que es lo único con lo que se han quedado. Algunos de los más eminentes clarinistas nos han dado una interpretación de La Regenta demasiado parcial, cuando no superficial. Y así ha venido ocurriendo casi sistemáticamente al menos hasta 1952, fecha del centenario del nacimiento de Clarín, cuando empiezan a ver la luz algunos estudios serios. Hasta ese momento, todo el que, como yo, tenga el capricho de repasar los textos que en España comentan o analizan La Regenta, se quedará parado. Valbuena, en su célebre historia de la literatura española, no le dedica más de cinco o seis líneas, y es evidente que no ha leído la novela, o al menos no lo ha hecho en serio. Un hombre inteligente y de amplísima cultura como es Max Aub no dice más que tonterías cuando se refiere a La Regenta en su Discurso sobre la novela española. Habla de Clarín con desprecio, y considera que la suya es una obra de tercera. En este sentido, la situación, desde luego, ha dado un vuelco inmenso.
P. Sin embargo, usted sostiene que los artículos dedicados a La Regenta en el momento de su aparición son los de mayor calidad y rigor críticos aparecidos en la prensa del siglo XIX. Y atribuye el eclipse ulterior de la novela 'a la desatención y falta de rigor crítico de la historiografía literaria posterior'.
R. Es cierto. Hay incomprensión y mala lectura. En el momento en que aparece La Regenta, Clarín y sus amigos se preocupan de que, dentro de lo que cabe, la cosa tenga algún eco y se hable en serio de la novela, pues, como ya he dicho, se temen una avalancha de críticas feroces, gratuitas y estúpidas. Son los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, con la que Clarín simpatizaba, los que hacen en su momento críticas que, dejando a un lado su lenguaje y estilo decimonónicos, en buena medida no han sido superadas. Pero en cuanto esto termina, la incomprensión es total. Ya poco después, Clarín, simplemente, deja de interesar. Eso es lo que ocurre con la gente de la Revista de Occidente. Ellos mismos lo confiesan: no les gusta Clarín, como no les gusta Galdós; no les gusta la novela del XIX, y no sólo la española, la francesa tampoco.
P. Su 'nueva lectura' de La Regenta centra la atención en la cuestión del adulterio y en la relación de Ana Ozores con Álvaro de Mesía, dejando de lado el destacado protagonismo que en la novela tiene Fermín de Pas.
R. El del Magistral es un personaje novelesco de una talla impresionante. Pero eso ha tergiversado enormemente la lectura de La Regenta en el sentido que le preocupaba a Clarín, que era, por encima de todo, el que apuntaba a la personalidad de Ana Ozores. Conforme al ideario naturalista -que Clarín profesaba plenamente cuando escribió la novela-, una persona no puede vivir en contra de su propia naturaleza. El problema de La Regenta es sencillamente el de una mujer frustrada como tal en todas sus dimensiones: sexual, sentimental, afectiva... Ésta es la piedra de toque de la novela. Ya desde el comienzo se va insinuando que Ana Ozores se enamora del hombre que quiere conquistarla, y ello se ve condicionado por un ambiente social que coadyuva a la seducción. En este punto, la originalidad de La Regenta respecto de Madame Bovary es impresionante. En Madame Bovary no hay apenas atisbos de un ambiente social establecido y estructurado, como el de La Regenta. Mi nueva lectura de la novela se limita a mostrar el enamoramiento progresivo de Ana Ozores y cómo a través de éste se pone de manifiesto la intención de Clarín.
P. ¿Piensa que La Regenta, escrita, como usted dice, por un auténtico militante del naturalismo, escapa a las limitaciones de este movimiento, o las trasciende?
R. Totalmente. En el sentido de que, con relación, por ejemplo, a su admirado Zola (y conste que yo soy un entusiasta de Zola), Clarín introduce una sensibilidad de la que aquél casi siempre carece. En mi última ponencia sobre la novela, insistí mucho en mostrar la modernidad sorprendente de Clarín en el tratamiento de cuanto Ana Ozores va sintiendo con relación a su seductor. Es impresionante la gama de sensaciones que describe. Clarín era, por así decirlo, un hiperestésico, un virtuoso de las impresiones sensoriales, que acierta a captar con una riqueza y gradación de matices extraordinarios. Matiza y humaniza y tiene una delicadeza y un refinamiento y una sensibilidad de los que el naturalismo puro y duro carece. Al concluir la ponencia a la que me he referido, colegas hubo que, tras escuchar los pasajes citados por mí, se acercaron para decirme: '¡Caramba, no sabía que Clarín escribía tan bien!'.
P. ¿Ocurre algo parecido con Clarín como crítico, militante activo del naturalismo?
R. Desde luego. Es evidente que desde el punto de vista de la crítica propiamente dicha, y dejando aparte sus fobias, a veces lamentables e injustificadas, como la que sintió por Emilia Pardo Bazán, los artículos críticos de Clarín, los que dedicó, por ejemplo, a La desheredada, de Galdós, son una maravilla de penetración y de finura, de agudeza y de inteligencia. Eso es lo que sobrevive, más allá de su militancia más o menos estricta en el naturalismo, del que en los últimos años se fue distanciando, vislumbrando su bancarrota inminente, por mucho que nunca se apeara de su entusiasmo por él. Creo que valdría la pena hacer una selección rigurosa de sus artículos críticos más valiosos. Daría para un libro sensacional.
P. Clarín crítico, ¿se equivocó mucho?
R. Un poco, un poco. Pero no en lo más importante, que es la valoración global de los autores. Lo que pasa es que pierde el tiempo miserablemente comentando y a veces atacando obras y autores que no merecen ni su ataque ni su atención... Pero a pesar de sus errores, de su intemperancia, hizo una tarea benemérita. Fue capaz de reconocer valores muy en contra de sus gustos y sensibilidad. Es cierto que también fue injusto, e incapaz, por ejemplo, de entender a Rubén Darío. Pertenecía a otra época, y no lo asimiló ni lo entendió. Algo raro, si se piensa que fue Clarín quien escribió el primer ensayo en serio sobre Baudelaire publicado en España... Pero lo cierto es que no entendió a Rubén ni se dio cuenta de su genio. Ahora bien, salvadas excepciones de este tipo, su obra crítica es, como le digo, benemérita.
P. Respecto a eso de perder el tiempo miserablemente, parece que Clarín tuvo plena conciencia de ello, y actuó premeditadamente. Es evidente que se sintió obligado a actuar contra lo que él mismo llamaba 'la democracia del talento' ¿Qué le parece a usted, que ha ejercido de un modo regular y atento la crítica periodística, esta concepción clariniana de la 'crítica higiénica y policiaca'?
R. Creo que Clarín llevaba toda la razón, e hizo muy bien en practicarla. Yo por mi parte reconozco que no ejercí de crítico policial porque tenía siempre la sensación de que las pocas obras valiosas que se publicaban necesitaban toda la ayuda y el aliento posible, así que tenía tendencia a ignorar o silenciar lo que me parecía que no valía la pena ni tenía valor. Pero cualquiera sabe lo que hubiese ocurrido con la hojarasca delirante del XIX español sin una figura como Clarín, dada la cantidad inmensa de autores pésimos y obras mediocres que entonces prosperaban... Ni Valera ni Menéndez Pelayo, por ejemplo, tenían la más mínima conciencia de lo mala que llegaba a ser la poesía que ellos mismos llegaron a escribir, que era una cosa tremebunda. Por eso le digo que tenía toda la razón Clarín en su idea de una crítica policiaca. Por otro lado, él tenía una garra especial para decir las cosas y atacar sin piedad. Pues lo cierto es que Clarín no era nada piadoso.
P. ¿Piensa que las circunstancias que determinaron el trabajo de Clarín como crítico y las actuales son de algún modo equiparables?
R. En términos generales, sí. Si bien la situación tiende a hacerse, en la actualidad, cada vez más desesperante, dado el imperio creciente de esos engendros contra natura que son los grandes grupos editoriales, sin inquietud real ninguna por la literatura, a la búsqueda sólo del éxito comercial en el sentido más vil y deleznable.



divendres, 13 de desembre del 2013

la regenta en cinc minuts




La Maria Campillo comenta La Regenta al sofà dels clàssics
de L'hora del lector (novembre 2010). A partir del minut 30.



dimarts, 10 de desembre del 2013

vuitanta anys de silenci



Si la primera edición de La Regenta data de 1884, resulta que la novela que según todos los expertos nacionales e internacionales nos introdujo de lleno en la modernidad literaria, al cabo de tanto casticismo, romanticismo, espiritualismo e historicismo, no existió realmente en este país hasta 1966, año de la edición de bolsillo de Alianza Editorial.
Hubo, sí, la reedición de 1901 (Fernando Fe) y luego, en 1947, una muy aparatosa, pretendidamente lujosa y costosa edición a doble columna y en papel biblia de Biblioteca Nueva, titulada Obras Selectas, acaso para maquillar tan impronunciable título durante la Dictadura. Lo cierto, sin embargo, es que las grandes fechas de la novela de Leopoldo Alas son dos y sólo dos: 1884 y 1966. Lo cual quiere decir que La Regenta no tuvo existencia popular en su país durante la friolera de ochenta y pico años.
[...] Ocurrieron dos cosas, por lo menos, y muy entrecruzadas.
Por un lado, el apoteósico despiste cultural, sección letras, acerca de lo que realmente significó e implicó en este país la primera aventura literaria que nos introdujo tardía pero brillantemente, y de un tirón, en la modernidad narrativa del siglo; es decir, que nos conectó con aquella revolución narrativa del realismo literario que desde los años treinta había cambiado radicalmente las vías de la literatura euroamericana y elevado la novela a categoría de arte mayor.
Después, o al mismo tiempo, ocurrió un montón de disparatados asuntos, tan extraliterarios como típicamente nacionales, relacionados con la novela y su autor, que impidieron durante tantos años la lectura normalizada, digámoslo así, de La Regenta. Pongamos un simple ejemplo que, por lo visto, todo el mundo finge haber olvidado y que sin la menor duda alteró radicalmente el curso de los acontecimientos puramente literarios. Me refiero al cruel y aún bastante impronunciable fusilamiento del hijo de Clarín en Oviedo, a los pocos días de la rebelión militar de Franco y por orden expresa de él. Y es que Leopoldo Alas junior, además de republicano, Rector de la Universidad de Oviedo, jurista internacionalmente respetado, era activista reconocido de la Institución Libre de Enseñanza, nuestra única utopía ilustrada en la que su progenitor tuvo no poca responsabilidad fundacional. Pero, como todo el mundo sabe, al menos en Oviedo, la orden del comandatín al pelotón de fusilamiento, por encima  o por debajo de cargos o argucias procesales de la más pura raza fascista, estaba fundada en un terrible e inclasificable delito: era el hijo del padre de Vetusta.
Así, que conste, se escribió en este país la nada ejemplar historia de ochenta y pico años de silencio y olvido acerca de una historia rabiosamente novelera, la de Anita Ozores, que, ya digo, en un principio sólo pretendía alterar los castizos hábitos narrativos y lectores del país y conectarnos con la modernidad literaria del siglo, de la que de nuevo estábamos de espaldas. Pura y simple experimentación novelística, tal es el preciso término utilizado machaconamente por Alas en el instante de pensar y escribir La Regenta.
Pero aquel novedoso realismo literario, en contra de lo que imaginó el propio Clarín en su fiebre experimental para dotar a la novela española de otro punto de vista, resultó también un escándalo mayúsculo en la muy pacata España de la Restauración.
[...] Y es que el realismo literario no sólo implicaba, e implica, las ya célebres técnicas del autor omnisciente, la figura del narrador, el estilo invisible o humillado, el primado de la descripción, la psicología de los personajes, el contexto social y otras por entonces tan inéditas como revolucionarias maneras de novelar; también, al mismo tiempo, era una novela que implicaba el gran descubrimiento de la vida corriente y moliente, con antihéroes urbanos que no hablaban en oratoria forense o sagrada, vivían existencias muy reconocibles y además, para mayor transgresión, se trataba de personajes y ambientes que por vez primera pertenecían al mismo rango social y cultural que el lector. Por eso La Regenta, entre otras cosas, como toda buena novela realista, trataba de la hasta entonces impronunciable vida cotidiana. Y en provincias. Trataba del poder del clero, de la ridiculez ética y estética de aquella incipiente burguesía urbana, de las miserias naturalistas, de las nuevas tiranías de la vieja moral dominante, de la sexualidad femenina rebelde, del yo insumiso, de la ironía feroz del modo de vida provinciano, de la mirada liberal. El escándalo, claro, también estaba servido por el lado estrictamente literario. Aquellas escabrosidades argumentales, como entonces le reprochaban a Clarín, sólo eran el resultado matemático de la experimentación con el gran género inaugural del realismo literario.
El caso es que, por una u otra razón, este increíble silencio de ochenta y pico años pesó como una losa funeraria sobre La Regenta y alteró muy profundamente la normal trayectoria de lo que sólo, o nada menos, debería haber sido una tardía pero muy feliz conexión de la novela española con la inexcusable modernidad literaria de aquel fin de siglo.

Juan Cueto. Pròleg a: Leopoldo Alas «Clarín». La Regenta. Alianza, 1996. 



dilluns, 9 de desembre del 2013

a l'enciclopèdia


Leopoldo Alas y Ureña
[Clarín]
Zamora, 25 d’abril de 1852 —Oviedo, 13 de juny de 1901

Novel·lista, periodista i assagista, considerat asturià perquè la seva família procedia d’Astúries, on passà la major part de la seva vida.

El 1871 es llicencià en dret a Oviedo i es traslladà a Madrid per cursar-hi lletres i doctorar-se en dret. Aviat fou conegut com a periodista en publicacions republicanes, on alternà articles satírics amb comentaris polítics, literaris o filosòfics. A l’abril del 1875 començà a emprar, al diari El Solfeo, el pseudònim de Clarín. El 1878 guanyà les oposicions a una càtedra de Salamanca, que no li fou concedida pel govern; quatre anys després, en pujar al poder el liberal Sagasta, fou nomenat catedràtic de Saragossa; aquest mateix any contragué matrimoni. El 1881 havia publicat el seu primer llibre, Solos de Clarín (recull d’articles de crítica literària i contes), i La literatura en 1881, escrit en col·laboració amb Palacio Valdés; en articles d’aquest volum aparegué la defensa entusiasta del naturalisme. El 1883 li fou concedit el trasllat a la facultat de dret d’Oviedo, on romangué fins a la seva mort. Alternà la càtedra amb el periodisme, i els seus articles i contes aparegueren, amb persistent continuïtat, en diaris i revistes; part d’aquests articles foren recollits en volums: Sermón perdido (1885), Nueva campaña (1887), Mezclilla (1889), Ensayos y Revistas (1892), Palique (1893) i Siglo pasado (1901). Entre el 1886 i el 1891, cercant una independència i una extensió que els diaris no li permetien, publicà una sèrie de vuit Folletos literarios i un breu estudi biogràfic i crític de Pérez Galdós. Com a creador, Alas és autor d’una de les novel·les més reeixides del s. XIX, La Regenta (1884-85), nascuda del seu encontre amb la vida d’Oviedo, present al relat sota el nom de Vetusta. El 1890 aparegué una segona novel·la, Su único hijo, que no solament no desmereixia de l’anterior, sinó que en algun aspecte —estudi psicològic— àdhuc la superava. Fou autor també de contes i novel·les curtes, publicats primer en periòdics i després recollits en llibres; Pipá (1886), Doña Berta, Cuervo, Superchería, (1892), El Señor y lo demás son cuentos (1893), El gallo de Sócrates (1901); anys després de la seva mort, encara aparegué un nou volum, Doctor Sutilis (1916). Del conjunt d’aquests relats destaca, ensems amb llur qualitat, la gran riquesa temàtica, per tal com van des de la crítica satírica o social fins a la recreació lírica o a la problemàtica espiritual. L’obra literària de Clarín, sorgida de la renovació espiritual i cultural iniciada pel krausisme, anuncia la sensibilitat i el pensament del s. XX.

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